LA ÚLTIMA CLASE DEL MAESTRO AZORÍN

Estamos en una vieja escuela de España. Bajo los sacros techos de esta pobre aula, se han oído cientos de lecciones. 

Hoy va a dar su última lección un escritor anciano, el maestro Azorín.

Y por la puerta, atropellándose los unos contra los otros, entra el auditorio.

Aquí, en los primeros bancos, acaba de sentarse la familia del escritor. El tío Antonio, la tía Bárbara, María Rosario, el abuelo de Azorín…En la segunda fila están los profesores de su niñez en Yecla, el padre Carlos, el padre Peña, el padre Miranda. En un grupo, con los ojos humedecidos de lágrimas, sus amigos, sus hijos, nacidos y acunados en los libros, Ahí están Félix Vargas, el poeta; Menchirón, Tom Grey…

Y atrás, revueltos y confundidos entre la muchedumbre, autores amigos y compañeros. Están Cervantes, Góngora, Garcilaso, Teresa de Jesús. Está Manrique, Berceo,  Jovellanos. Atrás, Juan de Yepes, Lope,  Tirso,  Gracián. Humilde y escondido está Tomás Rueda, el inmortal personaje del Licenciado Vidriera. Juntos, cogidos de la mano, Melibea y Calisto. Cerca de ellos, el Arcipreste. Después Feijoo, Villegas. Con las cabezas inclinadas bajo la capucha los dos Luises,  el de Granada y el de León.

Está Garcilaso y Quevedo. Detrás, Becquer. En un grupo, Segismundo, Plácida y Rosaura. Un poco más alejado, Calderón. 

Está también el caballero don Alonso Quijano, Pablos, el Buscón, y Juan Tenorio. En un rincón, Saavedra Fajardo, Cienfuegos y Menéndez Valdés. Después, Menéndez Pelayo. Y casi al final, discutiendo acaloradamente, gente del 98: Unamuno, Maeztu, Valle-Inclán, Baroja.

También están en otro grupo Galdós y Pereda, Clarín y don Juan Valera

Y casi al final, apoyado en la puerta, estoy yo, escuchando la última lección del maestro Azorín. Pensando que le veré muerto en su casa de Madrid en marzo de 1967, y que acompañaré a su cuerpo por las calles hasta enterrar su pequeño ojo azul.

José Julio Perlado

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