
Voy a ir despidiéndome de los montes porque los infartos llegan a uno sobresaltados y silenciosos. Me han dicho que llegan como una puñalada en un puño, concentrados,cortos, le aprietan a uno en la calle, en un pasillo, al salir del cuarto de baño, el corazón queda apresado en un puño, no se sabe qué pasa, pero uno no puede despedirse de los montes, de los editores, de los intermediarios, de los canales que me ayudaron a a intentar ser alguien porque también ellos querían ser alguien, y apostar, y ganar dinero con su actividad. Una mezcla de ilusión, vocación, empresa y economía. Pero los montes no. Los montes que yo conocí y que me regalaron su vista durante mi vida están ahí, ondulados, perfectos al atardecer. En uno de ellos apareció aquella hermosa cabeza de ciervo que se asomó al cristal de mi coche y apoyando sus cuernos largo rato, me miró atentamente, preguntándose, como me dijo después, qué hacía yo allí, en medio de los árboles, extrañado de verme de pronto en el silencio. De él, de ese ciervo, también quiero despedirme.

Porque huyó monte abajo pero mi memoria le persiguió hasta alcanzarle durante años y aquí lo tengo, encerrado en estas líneas de libertad. ¡Ah, la libertad!, palabra sagrada ante la cual se apartan y se inclinan la luna y los astros, las presiones, los forcejeos, las imposiciones y las sugerencias. También las seducciones. Uno es libre en todo momento, ni el Estado siquiera con su engranaje de presiones indirectas y directas puede con la libertad del hombre. Uno camina sobre su propia libertad como por la habitación íntima de la personalidad. El otro día, al querer despedirme también de un editor y mostrarle esto que aquí estoy ahora escribiendo, me quiso acercar ante un espejo de esos en los que uno se ve de cuerpo entero y el editor se arrodilló como hacen los buenos sastres para tomarme las medidas de mi escritura, y con la tiza en su boca y un ramillete de alfileres colgados de un diminuto cojín en su hombro derecho, me fue preguntado por qué no iba yo a la moda, por qué no escribía novela histórica, o romántica, o de espionaje. “Ahora se lleva mucho — me dijo — la actualidad. A la gente le interesa la tensión, el misterio, las relaciones personales y la actualidad. Sobre todo, las historias”, me dijo tal como estaba, así, arrodillado allí, junto a mí, tomándome medidas. Entonces yo, que seguía de pie delante del espejo, miré hacia el ventanal, y vi a la muchedumbre que pasaba tumultuosa, de un sitio para otro, incansable, acelerada, cada uno a sus quehaceres, y dije: “¿Y quién es “la gente”? “Cómo?”, me dijo el editor asombrado. “Sí, la gente que lee”. “¡Ah, me dijo el editor, la gente que lee es muy poca! Pero nosotros nos defendemos, hay mucha competencia entre las editoriales, indagamos en traducciones, estamos atentos a los premios, a los valores jóvenes, nos especializamos en lo que podemos, es una vocación la nuestra, pero también un negocio, una pequeña cuenta de resultados, pero sobre todo una vocación.” “Yo he escrito, y escribo, multitud de historias”, le dije. “Lo sé. Muchas historias has escrito. Y para tu edad, sigues escribiendo historias. Tienes imaginación. Por eso te animo a proseguir.” “Pero he decidido — le dije— escribir en libertad, en total libertad. ¿Tú eso, tal como te lo estoy contando, lo publicarías?”. “Pues no lo sé. Tendría que verlo. No sé qué quiere decir eso de “escribir en libertad”.
José Julio Perlado

imágenes – Montes de Toledo- wikipedia
Enviado desde mi iPad