
Esta mañana ha pasado ante nosotros — y Borges se ha quedado fascinado —, Hyperborea, que es la tierra de la eterna primavera. Es un país ideal éste de de los hiperbóreos. con gente de elevada cultura y cuya desaparición por un cataclismo alimentó mitos y leyendas y que ahora aparece de pronto en la eternidad. Plinio el Viejo en su “Historia natural” — como así lo han registrados muchos estudiosos — tomó en serio a unos hiperbóreos de edad avanzada. Era una de las ventajas de vivir en el Ártico, pero eso ocurría cuando decenas de milenios atrás hacía calor y allí el mar no se helaba. En Rusia — nos dijo esta mañana otro historiador — se cultivó también la idea de un país feliz e hiperbóreo, incluso de una fantástica civilización perdida, la de Gipogoreya, desaparecida a causa de un cataclismo natural. La existencia de abundantes laberintos en la península de Kola, y en las islas Solovetski del mar Blanco, es un indicio para algunos de una civilización fantástica.

Pero culturas megalíticas son una cosa, y leyendas hiperbóreas otra. También hay sugestivos y antiguos mitos rusos, como el de Kolo, la rueda solar o el de la deidad solar Kolo- Kolyada, que es el ritual eslavo del invierno, cuando se cantan canciones alusivas al solsticio.

Todos hemos aprendido mucho con todo esto. Aquí en la eternidad las mañanas son todas iguales pero no las historias. Según Plinio, nos han dicho, los hiperbóreos pudieron haber vivido en las costas de Asia más que las de Europa. Otros, en cambio, nos han asegurado que están entre dos soles, es decir, en medio del sol poniente de nuestras antípodas y de nuestro Levante. Lo cual es imposible, nos dice otro, porque hay un gran país de mar entre ellos. Borges seguía todo esto fascinado. Alguien nos recordó que Plinio no deja de albergar alguna duda sobre la inmortalidad de los hiperbóreos. Ellos no saben de enfermedades, incluso no mueren jamás, salvo cuando se cansan de vivir. Y de hecho los viejos se enfadan por vivir tras una existencia feliz en todos los aspectos, y entonces se arrojan al mar desde una roca dedicada a ese efecto. Sin embargo, los hiperbóreos de Plinio poco tienen que ver con los que algunos imaginan en Kola o en otras partes boreales de Rusia.
Borges escuchaba y veía todo esto sin pronunciar palabra.
José Julio Perlado

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