
Cuenta Chateaubriand que el moralista Joseph Joubert tenía el hábito de que “cuando leía, arrancaba de los libros las páginas que no le gustaban, y de este modo iba conformando una biblioteca personal hecha de volúmenes destripados con cubiertas medio sueltas”. Y cuenta también el biógrafo de Emerson que cuando éste empezó a padecer lo que posiblemente fuera el mal de Alzheimer, su casa y su despacho se transformaron en un palacio del olvido. Pero leer, decía, era todavía un “placer intacto”. Su despacho se hizo cada vez más su lugar de retiro. Aferrado a la cómoda rutina de la soledad, leía en su estudio hasta el mediodía y por la tarde regresaba hasta la hora de su paseo. Paulatinamente perdió el recuerdo de lo que había escrito, y le encantó redescubrir sus propios ensayos: “Caramba, le decía a su hija, esto es realmente muy bueno”.
José Julio Perlado

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