
Sentados en la tribuna de una nube, algunos de los grandes intérpretes de la Historia, entre ellos Toynbee, Jaspers y Bergson, que viven con nosotros en la eternidad, nos han ido explicando esta mañana en qué consistiría lo que hoy veríamos en el desfile. Yo nunca había visto desfilar acompasadamente a un siglo entero. Pero esta vez, sustituyendo a la infantería uniformada con su ritmo preciso y perfecto y al trote rítmico de la caballería con la sonoridad de sus trompetas, ha aparecido de pronto al fondo, viniendo hacia nosotros y sostenido en el aire, un mueble precioso, que era, según nos ha explicado Bergson como especialista en el tiempo, el escritorio del Rey Luis XV de Francia, ornamentado cilíndricamente y perfectamente rematado por un ejército de ebanistas. Le daba el sol en el volumen y en los contornos, y aquel mueble lo habían extraído del pequeño apartamento que el Rey tenía en el palacio de Versalles para poder desfilar hoy ante nosotros y mostrarnos esta pieza deslumbrante del siglo XVlll, más destacada que muchas guerras y contiendas. En ese escritorio del Rey hemos descubierto una cabeza de marquetería del Silencio, que nos ha impresionado porque tiene el índice en los labios y también nos han maravillado las estatuillas, bustos y jarrones en miniatura y los candelabros de bronce dorado. Muy superior todo ello, como nos ha comentado Toynbee, a la creación de los Estados Unidos de América y a la época de la Revolución Francesa y de Napoleón que tuvieron lugar en el XVlll, pero que la pequeña y gran Historia de las costumbres y de la vida privada revela muchas veces con mayor claridad. La vida privada, las costumbres, los espacios de intimidad, los muebles, las habitaciones, los pasatiempos, el ocio, los trajes, retratan a veces mucho mejor la fisonomía de un siglo que todas sus contiendas y enfrentamientos.

Después del mueble del Rey ha aparecido en el desfile un vestido plateado que venía flotando en el aire. Todo él era hueco, es decir, era invisible quien lo llevaba, pero eso era lo que menos importaba, porque el vestido, según nos explicó otro historiador de la vida privada, había pertenecido seguramente a la duquesa de Devonshire o a Madame Pompadour, y eso era lo interesante.

Y nada más pasar el vestido, apareció en el desfile que contemplábamos el interior de una cocina burguesa del siglo XVlll, un cuadro de Jean Baptiste Lallemand donde figura una cocinera preparando la comida, un perro observando al niño que está a los pies de su madre, y los utensilios de cocina colgados de la pared, muy cerca de la gran chimenea. Era una cocina espaciosa. Ha pasado ante nosotros en el desfile no sólo con los trazos de su pintura sino desprendiendo el olor de su intimidad y también el sonido que cualquier cocina de ese siglo transmite en su quehacer y movimiento. Ha sido un regalo para todos los que estábamos allí porque nos hemos visto muy dentro del XVlll, en la pequeña Historia — tan importante— del hambre y de los alimentos. Uno de los historiadores nos ha recordado que en el XVlll había en las cocinas una gran variedad de coles, cebollas y raíces, servidas tanto en las mesas aristocráticas como en la burguesía y el vulgo. Pero sobre todo la albahaca, el tomillo y el laurel junto a los estofados, caldos y potajes y a una gran variedad de carnes.Todas esas costumbres eran quizá más importantes que muchas otras cosas ocurridas en ese siglo, que nos parecen muy esenciales, y lo son, como por ejemplo la toma de Montréal por los ingleses en 176O o la Declaración de la Independencia americana en 1776. Pero la pequeña historia de la moda, el espacio privado, la intimidad y tantas otras cosas más, descubren mejor el rostro de un siglo. Parecen pasar inadvertidas y se extienden en un segundo plano pero retratan muy bien el ritmo de los tiempos. Ha sido, en resumen, un desfile el de hoy muy aleccionador y brillante.
José Julio Perlado

imágenes -wikipedia