
Ahora sí, ahora desciendo ya de esta colina y lo hago en la noche. Madrid como polvo de luces. Ahora sí, ahora voy tanteando, del brazo de Juan Ramón — la barba negra, la barba blanca, las sensibilidades enfermizas, las depresiones que al final de su vida rozaron la locura, o como diría Zenobia antes de morir de silencioso cáncer, rozaron el corazón.
Vamos los dos — Juan Ramón y yo —serpenteando el tiempo: la oscuridad nos impide ver si el suelo es de 1913 o de 2023. Marchamos del brazo, ambos invisibles, ambos sin conocernos. La colina de los recuerdos entre asfalto y arbustos. Él me habla desde su prosa de hace muchos años, con voz pausada y lenta, recreándose en su propia voz.
“¿Ve usted? — me dice —como aquí me acuesto tan temprano, a las seis ya estoy en pie. Cojo en el negro de mis ojos la rica luz intacta, verde, sombrío y cárdeno, y en mi pecho la pureza fría y sensual de la mañana de invierno que se acaba, y, aún con la luna útil — una luna menguante, como mal partida con las manos, ruborizada un poco de aurora —, contesto sonriendo una bella carta de ayer. “
¿Ve usted? —vuelve a decirme muy lentamente apoyándose en el humo de mi brazo vacío, descansando su fatiga de ojos hundidos en mi propia fatiga — “algunos niños, azules ya las tersas mejillas, con bufandas, boinas, polainas y guantes, la cartera a la espalda, van trotando —eses y ángulos por bancos y árboles— al colegio. Un vendedor de molinillos de papel anda manchando la tranquila vaguedad de plata de la tarde primera con su violento abanico rojo, amarillo, verde y morado. “
José Julio Perlado.

imágenes- 1- Juan Ramón por Juan Echevarría/ 2-Juan Ramón por Sorolla