ENAMORAMIENTOS

Yo conocí a una santa siendo niño, y nunca me fue acordada mayor ventura. Después de muchos años he vuelto como un peregrino a visitar el huerto de rosales donde en la tarde azul, la tarde que es como el símbolo de toda mi infancia, tuve la revelación de aquella santidad. Al final del camino de cipreses, en la escalinata de piedra, estaba sentada mi Madrina. Leía bajo un vuelo de palomas con el libro devoto abierto en la falda. Aún recuerdo cómo me sentí penetrado de la gracia de su mirar ideal y cándido. Aún evoco y revivo en mí  la emoción sagrada. Otras muchas veces había visto a mi Madrina en igual actitud, al término del camino de cipreses que se juntaban en una sucesión de pórticos, y solamente en aquella tarde de leyenda piadosa gusté tan inefable alegría al contemplarla. Bajo la sombra de los viejos cipreses, mi alma de niño enlazaba la emoción estética y la emoción mística, como se enlazan en la gracia de la rosa color y fragancia. Acaso fue aquella mi primera intuición literaria: Yo  había llegado a encarnar en la sustancia de la vida y en sus sombras más bellas las historias piadosas y los cuentos de princesas que me contaba mi Madrina.

 La tarde azul en el huerto de rosales fue el momento de una iniciación donde todas las cosas me dijeron  su eternidad mística y bella. Yo guardé aquel secreto de emociones con el recelo del niño que advierte cómo no puede ser entendido el misterio de su alma y teme profanarlo. Así,  callando, celando un día y otro día, el secreto infantil y cándido  se convirtió en un anhelo doloroso que llenó de angustia mi infancia, que hizo gemir como un arco mi adolescencia,  que ahora en la vejez me salva y me vuelve a Dios. A los nueve años me enamoré de mi Madrina.

Ramón María del Valle- Inclán –    “La lámpara maravillosa”

imágenes- wikipedia