Recuerdo, sí , lo recuerdo. Como así lo expresaba Marcello Mastroianni en sus Memorias y como así también le gustaba decir a Georges Perec. Paso con estos papeles y estas carpetas de sala en sala en la Biblioteca Nacional de Madrid y recuerdo, sí, lo recuerdo, el pasar de los dedos de Gerardo Diego sobre las teclas del piano en enero de 1966, en su casa de la calle Covarrubias cuando amablemente charlamos. Paso ahora bajo su retrato y le veo venir, alejándose del piano, para enseñarme dos versiones de su «Invocación al soneto» y hablarme de la creación en poesía. Asistí a la última lección que dio en su Instituto y recuerdo, sí, lo recuerdo, aquellas manos moviéndose en el aula, explicando la gran literatura.
Recuerdo, sí, lo recuerdo. Recuerdo igualmente a Dámaso Alonso bajando las escaleras de su biblioteca con un libro suyo en las manos, «Poetas españoles contemporáneos». Nos sentamos, me lo dedicó con mucho afecto, y hablamos de clásicos y modernos, especialmente de Ernestina de Champourcin.
No hay ninguna vanidad en todo esto, ningún mérito personal. Han sido momentos privilegiados – buscados o no – que se han ido cruzando en mi existencia dejándome huella. Y recuerdo, sí, lo recuerdo (ahora que paso bajo el retrato de Luis Rosales en esta galería expuesta estos días en la Biblioteca Nacional) , recuerdo a Rosales en su casa de la calle de Vallehermoso, en 1977, aludiendo a Granada y a Lorca, a las palabras de Rilke: «Era poeta y odiaba lo impreciso.»
Sigo pasando por estas salas en las que he escrito tanto, he escrito en el campo, bajo los árboles, en las madrugadas madrileñas, en días parisinos y romanos. Recuerdo, recuerdo lo que he escrito también aquí, los libros elaborados en la Sala General o en la llamada de «Raros y Manuscritos». Recuerdo al pasar bajo el retrato de Onetti, aquel febrero de 1979, en su casa de Madrid, él acodado en la cama, sus ojos mirándome tras sus gruesas gafas, desentranándome despacio el laberinto de sus personajes.
Recuerdo a Pepe Hierro en «La Estafeta Literaria», después en el autobús que nos traía a los dos desde Radio Nacional y Televisión, después en largas y gratas conversaciones sobre su poesía. Recuerdo, sí, lo recuerdo, con sus ojos muy vivos, su rompiente carcajada, hablándome de aquel bar de Madrid donde a veces, entre el ruido de tazas y cucharillas, él iba enlazando sus poemas.
Recuerdo, sí, recuerdo a Torrente Ballester en su casa madrileña, cuando acababa de fallecer su primera mujer, Josefina Malvido, a final de los años cincuenta. Recuerdo a Torrente mucho tiempo después coincidiendo en jurados de premios literarios. Recuerdo su ironía, las fatigas, la tenacidad de su trabajo.
Recuerdo, sí, lo recuerdo.
Ninguna vanidad en todo esto. Ningún mérito personal.
Paso, envuelto en recuerdos, bajo esta galería de retratos.
(Imágenes.-1.-Gerardo Diego.-Pelayo Ortega– bne.es/ 2.-Dámaso Alonso-Hernán Cortés-bne.es/ 3.-Luis Rosales- Juan Antonio Aguirre– bne.es/4.-Juan Carlos Onetti- Rómulo Macció.-bne.es/ 5.-José Hierro- Rafael Cidoncha- bne.es/ 6.- Gonzalo Torrente Ballester- Damián Flores Llanos– bne.es)





