«El escritor, al terminar su trabajo, se va a la calle a vivir, como las gentes que pasan, como ustedes. El escritor «en pose» es un señorón empeñado en dar clase a los demás en vez de recibirla y se entera, por tanto, de pocas cosas. Va desapareciendo. Pero tal vez la vida, siendo esencial, no basta. Es un cuento seco. Hay una desazón en el hombre que puede ser, simplemente, la búsqueda, siempre fallida y renovada en la vida, del cuento lejano que nos contó la abuela. Volvemos la cabeza con ilusión, aupamos el alma hasta los labios, nos paramos en los escaparates, registramos por dentro a las personas, para acabar preguntando: Abuela, ¿dónde está aquel cuento que nos contaste? Porque no lo vemos, aunque lo sintamos. Las personas todas están propicias a realizar, en común, un cuento. Pero nunca pasa. Si alguien le diera al conmutador, ¡qué cambio tan sencillo y tan profundo! Digo que el cuento no lo vemos pero sí lo sentimos».
Con estas palabras a modo de breve prólogo iniciaba Medardo Fraile su libro de cuentos «A la luz cambian las cosas» (Cantalapiedra) que me dedicó en octubre de 1959. Todos sus libros me los fue dedicando. La última vez que vi a mi gran amigo fue el 18 de octubre pasado en Madrid, escuchándole una gran conferencia sobre la vida y la obra de Chesterton. En varias ocasiones he hablado de él en Mi Siglo. Nos conocíamos desde hace muchos años.
Era uno de los mejores cuentistas españoles el que acaba de morir.
Un gran amigo.
Descanse en paz.
(Imagen.-Medardo Fraile.-revista de letras)
