«Érase un niño que salía cada día,
y el primer objeto que veía, en ese objeto
se convertia,
y ese objeto se convertía en parte de él todo el día
o al menos una parte del día,
o por muchos años o por largos ciclos de años.
Y las primera lilas se hacían parte de este niño,
y la hierba y el blanco y rojo de las campanillas, y
el trébol blanco y rojo, y el canto del
papamoscas,
y los corderos de tres meses y los rosados lechones,
y el potrillo y el ternero,
y la ruidosa camada del corral o junto al lodo
del estanque,
y los peces tan curiosamente suspendidos allá
abajo, y ese hermoso y curioso líquido,
y las plantas acuáticas con sus gráciles cabezas planas, todo
se convertía en parte de él.
(…)
Sus propios padres, el padre que le había engendrado y la madre
que le había concebido en su seno y dado a liuz,
y de sí mismos le dieron a ese niño más que todo eso,
le dieron después el cada día, se convirtieron en parte
de él.
La madre en casa que en silencio coloca los platos sobre
la mesa,
la madre de dulces palabras, limpios su gorrro y su vestido,
el saludable aroma que emana de su persona y ropa
cuando camina,
(…)
las costumbres familiares, el lenguaje, la compañía, los
muebles, el corazón conmovido y emocionado,
el afecto que no puede negarse, la noción de lo que
es real, el pensar si después de todo resultará
ser irreal,
las dudas que se tienen durante el día y las dudas de la noche,
los curiosos si y cómo,
si lo que parece ser así es así, o son todo destellos
y motas,
los hombres y mujeres que abarrotan veloces las calles, si no son
destellos y motas, ¿entonces qué son?,
las calles mismas, y las fachadas de las casas, y
vehículos, caballos de tiro, los tablones de los muelles,
los inmensos embarcaderos de los ferrys,
el pueblo de la meseta visto desde lejos al alba,
el río que lo cruza,
sombras, aureolas y nieblas, la luz que se posa en los tejados
y hastiales blancos o pardos a dos millas de distancia,
la goleta cercana que duerme soñolienta sobre la marea,
el pequeño bote que va a remolque a popa,
las olas presurosas que vienen y van, las crestas efímeras,
que chapotean,
las capas de nubes de colores, la larga franja de tono
marrón allá solitaria, la extensión de pureza donde
permanece inmóvil,
el filo del horizonte, el vuelo del cormorán, la fragancia
de las salinas y el lodo de la orilla,
todo eso se hizo parte del niño que salía cada
día, y que ahora sale, y que siempre saldrá
cada día».
Walt Whitman: » Érase un niño que salía»
(Imágenes:-1.-Wynn Bullock.-niño en Forest Road.-1958/2- Fernand Khnopff.-1885/3.-Arkady Rylov -la extensión del azul.-1918.-wikipedia)


