EL MANDARÍN MARAVILLOSO

El mandarín maravilloso de Bela Bartók eleva en su soledad blanca los trazos negros y afilados de pies y manos, los saltos de las sombras, el perfil de la danza, el ritmo y sus desviaciones sincopadas. El mandarín maravilloso bailará entre los ángulos hirientes de la coreografía, entre la geometría de los signos, entre el vuelo violento de las capas, los movimientos del conflicto y el contraluz de muñecas, piernas y brazos. El bailarín maravilloso estará de pronto invadido de colores y alejará y acercará los rostros ante un espejo invisible enmarcado en la gran expresión orquestal.

Sucederá esto en 1919. Casi veinte años después, en 1936, el mandarín maravilloso dará paso a una fantasía sonora, sólida arquitectura de la «Música para cuerda, percusión y celesta«. Arpa, piano, timbales y tantos otros instrumentos se fundirán en unidad extraordinaria y en fascinante y dinámica  disposición. «A  menudo se viaja con él sobre las aguas negras de un río subterráneo – dirá Julien Green en su «Diario» al hablar de esta obra de Bartók -, pero hay también sobre las aguas el resplandor de los fuegos de Bengala y por encima de nuestras cabezas la bóveda de una belleza mágica; también podemos sentirnos en un templo plenamente sonoro con el ruido de los gongs, en medio de una jungla donde la fieras rugieran sordamente en la noche».

«Que mis exequias – dirá Bartók en su proyecto de testamento – se celebren lo más sencillamente posible. Si por casualidad, después de mi muerte, quiere darse mi nombre o erigirse un monumento en mi honor en una plaza pública, he aquí cuáles son mis deseos: en tanto que las plazas de Budapest antiguamente llamadas Plaza Oktogon y Plaza Eorönd lleven los nombres de estos hombres (léase Mussolini e Hitler), en tanto que haya en Hungría una plaza o una calle con esos dos nombres, yo deseo que no haya en el país ninguna calle, ninguna plaza ni un monumento público que lleve mi nombre y que ninguna placa conmemorativa sea colocada en lugar público«.

«Nuestra situación empeora de día en día – escribirá desde Estados Unidos el gran compositor meses antes de morir -. Nunca en mi vida, desde que me gano el pan, me he visto en una situación tan terrible. Mi mujer lo soporta todo heroicamente. Hasta ahora habíamos tenido gratis dos pianos. Pero acabo de recibir el aviso de que se van a llevar uno. Naturalmente, no tenemos dinero para alquilar un segundo piano. Por lo tanto, no tendremos posibilidad de estudiar las obras para dos pianos. Y cada mes recibo un golpe por el estilo. Me rompo la cabeza preguntándome qué me va a ocurrir el mes que viene…».

«Es la hora de la séptima puerta…», le dirá al fin a un visitante el 26 de septiembre de 1945 en el West- Side Hospital de Nueva York.

Allí es donde murió.

(Imágenes: videos.-1.-«El mandarín maravilloso» (1919).-Angers Nantes Opéra Au Theâtre Le Quai/ 2.-«Música para instrumentos de cuerda, percusión y celesta»(1936).-Filarmónica de Berlín, dirigida por Pierre Boulez/ 3.-«Sonata para violín solo»(1944), por Ivry Gitlis)

PASOS

Estos pasos continuos que aparecían en la película de Robert Z. Leonard, «Dancing Lady«, pasos decididos, pasos incansables, abren el año sobre la acera del tiempo, lunes y martes, miércoles y jueves y viernes caminando sobre tantos problemas y tantos trabajos, pasando más que paseando, yendo y viniendo de quehacer en quehacer, recorriendo calles, recorriendo carpetas, paseando despacio tan sólo sábados y domingos, pero pasando y pisando ràpidos el resto de la semana, de aquí para allá, de las salidas a las entradas, de los sótanos a los rascacielos, bajando y subiendo escaleras, andando, caminando, viviendo.»Se me curva la espalda – decía Robert Walser -, porque a menudo me paso horas inclinado sobre una palabra que tiene que recorrer el largo camino que va desde el cerebro al papel«. Entonces uno se levanta y echa obligatoriamente a andar. Pasos. Pasos continuos y absolutamente necesarios. Pasos imprescindibles. Cada uno de ellos delata que estamos vivos.

(Imagen: «Dancing Lady»  1933.-de Robert Z. Leonard )