EN TORNO A LOS PÁJAROS

 

 

”Todo ser alado —afirma Juan Eduardo Cirlot en su “Diccionario de símbolos” —, es un símbolo de espiritualidad, ya para los egipcios. La tradición hindú dice que los pájaros representan los estados superiores del ser. En un cuento indostánico —sigue transcribiendo Cirlot —, un ogro explica dónde tiene su alma: “A veinticinco leguas de aquí hay un árbol. Rondan ese árbol tigres y osos, escorpiones y serpientes. En la copa del árbol está enroscada una serpiente muy grande, sobre su cabeza hay una jaulita y en la jaulita un pąjaro; mi alma está dentro del pąjaro.”

 

 

En los cuentos de hadas se encuentran muchos pájaros que hablan y cantan, simbolizando los anhelos amorosos, igual  que las flechas y los vientecillos. Bachelard recuerda que el color del pájaro determina un sentido secundario de su simbolismo. Dice que el pájaro azul es considerado como producción del movimiento aéreo, es decir, como pura asociación de ideas, pero Cirlot afirma que el pájaro azul constituye un símbolo de lo imposible, como la misma rosa azul. Otros autores comentan que los numerosos pájaros azules de la literatura china son inmortales y se les trata como mensajeros celestes.

 

 

Los pájaros son una imagen muy frecuentada en el arte africano, especialmente en las máscaras. Simbolizan la potencia y la vida, y son generalmente símbolo de la fecundidad. En muchos vasos de adorno se encuentra el tema de la lucha entre el pájaro y la serpiente, imagen de la lucha entre la vida y la muerte.

En los sueños,  por otro lado, el pájaro es un símbolo de la personalidad del soñador. Aparecen pájaros en célebres películas pero también en relatos destacados, como por ejemplo un pájaro amarillo que se le presenta un día a un personaje de Truman Capote.”

 


 

(Imágenes—1-Donald Sultán -1997/ 2-Pentti Sammallathi– 1999/ 3-Will Barnet/ 4-Jeremy Deller-MOMA-Nueva York)

FÚTBOL Y AJEDREZ

«Ya antes incluso del inicio de la partida las piezas, en las que parece insinuarse sutilmente una malevolencia casi humana – escribe Steiner en «Campos de fuerza: Fisher y Spasski en Reykiavic« (La Fábrica) -, se miran al acecho en medio de un silencio electrizante. Con la primera jugada el silencio da la sensación de rasgarse con un chasquido, como la seda tal vez, ya que tu contrario abre las alas, la masa y la energía interactúan por completo para formar un encaje tan finamente tejido, tan multidimensional, que no podemos concebir su patrón. (…) Cuando empiezas a respirar el aroma de la victoria – una aura almizclada, embriagadora, levemente metálica, indescriptible, pues no la puede comprender quien no sea ajedrecista -, la piel se te tensa en las sienes y tus dedos tiemblan«.

Es el silencio del ajedrez, la gran concentración del deporte mental, un especial juego de guerra que entablan los dedos en el aire moviendo con táctica las piezas. El escritor británico Martin Amis, que además de reconocido novelista es excelente constructor de críticas y reseñas, va relatando esta atmósfera al describir en «La guerra contra el cliché : escritos sobre literatura.- (Anagrama), algunos libros de Nabokov, de Steiner y de otros varios apasionados a este juego. Añade también juicios en torno a otros libros sobre  fútbol – el de Bill Buford, por ejemplo, y el vandalismo a veces que los seguidores de este deporte propagan -, y es casi inevitable acodarse sobre el borde de los estadios –  el pequeño del ajedrez y el grandioso del campo de fútbol – para comparar el vocerío y el silencio, el alarido de las muchedumbres y el mutismo cerebral de quienes observan el tablero. Es la competición, el azar, el simulacro, el vértigo en el balón y en la pieza, el aguante, la rapidez, la lentitud, el vigor y la memoria, la ingeniosidad y la destreza. Cada uno mira de distinta forma los saltos calculados de un caballo o el arco que traza una pelota hasta los pies de un extremo. Es la oportunidad, la atención, el equilibrio de un torneo. Es la invitación, el desafío, la persecución, el duelo.

«¡La vamos a armar…! ¡La vamos a armar…! – gritan ciertos hinchas después del partido, según recuerda Buforf en Entre los vándalos¡La energía…, la energía es elevadísima! ¡Sentid la energía! (…) ¡La ciudad es nuestra…, nuestra, nuestra, nuestra!«. Son algunos gritos tras salir de los estadios con la victoria en las manos, exultantes alegrías eléctricas enardecidas tantas veces por el alcohol. Detrás queda una tarde de esfuerzos sostenidos, la voluntad de vencer, el haber sido reconocido desde la grada por la excelencia. Detrás queda, en otros tableros, la caída del adversario cercado en un jaque mate premeditado y conseguido, certero movimiento último que los espectadores admiten admirados y aplauden en silencio.

(Imágenes:- 1.-Man Ray.-autorretrato ante el ajedrez.-all-art.org/2.-Will Barnet– 1975 -The Old Print Shop.-arnet/ 3.-Zhong Biao.-9 masterpiece. París-artnet)