CONFESIONES DE W. G. SEBALD

 

 

“Con cuánto placer – confiesa el gran escritor alemán W. G. Sebald en “Austerlitz” —  me he quedado ante un libro hasta muy entrado el crepúsculo, hasta que no podía descifrar ya nada y mis pensamientos comenzaban a dar vueltas, qué protegido me sentía cuando, en mi casa, en la noche oscura, me sentaba ante el escritorio y sólo tenía que ver cómo la punta del lápiz, al resplandor de la lámpara, por decirlo así por sí mismo y con fidelidad total seguía a su sombra, que se deslizaba regularmente de izquierda a derecha y renglón por renglón sobre el papel pautado. Ahora, sin embargo, escribir se me había hecho tan difícil que a menudo necesitaba un día entero para una sola frase, y apenas había escrito una frase así, pensada con el mayor esfuerzo, se me mostraba la penosa falsedad de mi construcción y lo inadecuado de todas las palabras por mí utilizadas. Cuando, sin embargo, mediante una especie de autoengaño, conseguía a veces considerar que había hecho mi trabajo diario, a la mañana siguiente me miraban siempre, en cuanto echaba la primera ojeada al papel, los peores errores, inconsecuencias y deslices. Hubiera escrito poco o mucho, me parecía siempre al leerlo, tan fundamentalmente equivocado, que, al punto, tenía que destruirlo y comenzar de nuevo”.
Elogiado entre otros por Susan Sontag en un artículo memorable, reconocido como gran autor por numerosos críticos, Sebald mostraba sus tentativas solitarias, sus esfuerzos y a veces sus conquistas. “ Escribir— decía en una entrevista — es hacer alguna cosa a partir de nada. Si un cirujano hace veinticinco operaciones de apendicitis, entonces la veintiséis quizá pueda hacerla con los ojos cerrados. Pero para la escritura es exactamente lo contrario. Escribir, crear, tiene mucho que ver con la composición. Uno dispone  de algunos elementos. Construye cualquier cosa. Uno trabaja hasta obtener algo que parezca a lo que más o menos le satisface. En la ficción en prosa uno debe concebir, elaborar, construir. Se tiene una imagen y uno desea extraer de ella alguna cosa — media página, tres cuartos de página, página y media — y eso no funciona sino a través de una construcción  de tipo lingüístico e imaginario. “

 

 

(Imágenes— 1- Henry van de velde- 1892/ 2-W. G. Sebald)

AUSTERLITZ

-«Desde el punto central que ocupaba el mecanismo del reloj en la estación de Amberes se podía vigilar los movimientos de todos los viajeros y, a la inversa, todos los viajeros debían levantar la vista hacia el reloj y ajustar sus actividades por él».
– «De hecho, dijo Austerlitz, hasta que se sincronizaron los horarios de ferrocarril, los relojes de Lille o Lüttich no iban de acuerdo con los de Gante o Amberes, y sólo desde su armonización hacia mediados del XlX reinó el tiempo en el mundo de una forma indiscutida. Únicamente ateniéndonos al curso que el tiempo prescribía podíamos apresurarnos a través de los gigantescos espacios que nos separaban. Desde luego, dijo Austerlitz al cabo de un rato, la relación entre espacio y tiempo, tal como se experimenta al viajar, tiene hasta hoy algo de ilusionista e ilusoria, por lo que, cada vez que volvemos del extranjero, nunca estamos seguros de si hemos estado fuera realmente…»

Es cierto. Siempre que paseo por los andenes leyendo despacio la prosa de Sebald, ese gran escritor alemán, me va diciendo Austerlitz y me va diciendo el propio Sebald cómo debo mirar ese andén, el gran reloj del tiempo, cómo el tren del tiempo me trajo desde el extranjero hasta aquí para tomar otra vez cuanto antes ese tren del tiempo que se va, ese tren del tiempo que me llevará al extranjero donde tomaré nuevamente el tren del tiempo que se va, las máquinas de los años encadenando meses y horas que recorren vías de vida, ese andén final donde yo volveré a leer despacio a Sebald y pasearé acompañado por Austerlitz antes de tomar definitivamente un tren sin tiempo bajo la gran mirada del reloj de la estación de Amberes, no estando seguro de si he estado o no he estado en esta vida.

PASEOS CÉLEBRES

Paseos por el bosque, paseos por laderas y montañas, paseos, o mejor, pasos hacia atrás cuando el pintor quiere tomar perspectiva antes de acercarse nuevamente al lienzo, paseos higiénicos en los que la mente se aleja de la mesa, abre la puerta del jardín y marcha junto al perro con la excusa de dar una vuelta. Paseos a media tarde de Thomas Mann, paseos escribiendo, componiendo o pintando ausentes de papel, partitura o caballete, paseos y pasos sobre hojas crujientes, sobre nieve crujiente, zapatos húmedos y brillantes bajo la lluvia, zapatos reventados por el polvo del sol. Paseos. Pasos. El paseante solitario Robert Walser, el paseante que sigue tras sus páginas como W. G. Sebald, el paseante lector que continúa detrás de Sebald y de Walser, el paseante librero que marcha aconsejando al paseante lector. Paseos. Pasos. Los andares de los hombres, a veces con el libro en la mano, se encuentran al fondo con esa figura del escritor suizo Robert Walser con el sombrero y el paraguas, de perfil, mirando el horizonte. En el horizonte, en el suelo, aún se ven las pisadas de quien paseó hace poco intentando subir por la nieve.