“ EL MÉTODO DE LOS TÚNELES“

 

 

”Uno de los placeres privados de la lectura personal (como cuando se escucha música clásica no impuesta sino elegida especialmente para ser oída), es buscar y encontrarse con textos y vivencias muy predilectos, que, además de animar a trabajar,  son, en esos  momentos de la lectura, enormemente satisfactorios y casi diría que incomunicables y supongo que ininteligibles para muchas otras personas. Eso me ha ocurrido una de estas tardes cuando he ido repasando la tesis doctoral que sobre Virginia Woolf defendió Carlos Herrero Quirós para la Universidad de Valladolid  en 1992 y que adquirí, ya recogida en libro, en 1998. He vuelto a descubrir en esas páginas el proceso creativo de “Al faro” y las anotaciones que V. Woolf hacía en 1925 y 1926, mientras escribía su novela, en torno a lo que ella llamaba “ el método de los túneles” o de las galerías subterráneas con respecto a las descripciones de sentimientos y personajes, cosa que ya había logrado en “La señora Dalloway”. Como escritor,  es una satisfacción encontrar todo esto, es decir, volver a descubrir estas cosas. Gracias a una biblioteca que intento que esté siempre anotada, volver sobre todos estos matices y enseñanzas, es igual para mí que escuchar música clásica escogida, un placer intelectual muy personal donde sumergirme y aprender.”

José Julio Perlado

(Imagen — foto Gisele Freund— mesa de trabajo de Virginia Woolf)

LA VEJEZ DE VIRGINIA WOOLF

 

 

La argentina Victoria Ocampo, que quiso dedicar uno de sus ensayos a estudiar el ”Diario” de Virginia Woolf , destaca el tema de la evolución de la vejez en las páginas de la escritora inglesa. “ Vuelve siempre  al tema de la edad  — dice Ocampo —.A los cincuenta años se pregunta si le quedarán veinte para trabajar. El deseo de  escribir la devora. Escribir antes de morir, escribir siempre. Y “ este sentido devastador de la brevedad febril de la vida” la hace abrazarse como una náufraga al trabajo. Querría “ encarar la edad como una experiencia distinta de las otras, y registrar cada una de las etapas graduales hacia la muerte, que es una tremenda experiencia, y cuya llegada no es tan inconsciente  como la del nacimiento.”

Ya en 1926, Virginia se imagina vieja y fea con melancolía. En 1939, me deslumbraba — anota Ocampo —con su belleza y su conversación. Leyendo su “Diario” he comprendido por fin la causa de su enojo, cuando insistí, a mí paso por Londres, pocos meses antes de la guerra, para que se dejara fotografiar. ¿ Cómo, encontrándola  tan llena de encanto, hubiese podido sospechar su complejo? A los 47 años (1929) hace el balance de sus achaques, que aumentarán,  se advierte a sí misma. No son gran cosa. Se limitan  a usar gafas para leer. Comprueba que oye perfectamente. Hace, como de costumbre, largas caminatas. En suma, todo marcha bien, fuera de la necesidad de gafas. Pero pronto habrá que afrontar “la edad crítica”. ¿ Qué traerá? ¿ Cómo la soportará? Se hace toda clase de razonamientos para tranquilizarse. Es un recodo peligroso quizá,  pero a fin de cuentas se trata de un “proceso natural”. En nada afectará sus facultades. Ella se lo repite. Se lo repite demasiado. Uno adivina su temor de un colapso nervioso, como el que sufrió antes de la guerra del 14. Sin embargo, piensa, las pequeñas enfermedades han sido para ella experiencias fértiles. Otro tanto sucederá con la edad crítica; más de la mitad de los libros de Virginia  — y algunos de los más logrados — fueron escritos durante y después de la edad llamada crítica. Lástima — dice Ocampo — que una mujer armada de inteligencia, sensibilidad y capaz de manejar las palabras como ella, no describiera las etapas graduales de ese recorrido. ¿ Por qué no lo habrá hecho?  Pues así como la llegada gradual del morir es un proceso menos inconsciente que la llegada del nacer, el tránsito a la vejez es seguramente más consciente que el tránsito a la pubertad.”

 

(Imágenes— 1- Virginia  Woolf- Gisele Freund/ 2- Virginia Woolf- Tulio Prricoli)