VERANO 2009 (2) : OCTAVIO PAZ

mar.-foto por Corey Arnold.-Charles A. Hartman Fine Art.-photogafie.-artnet

MAR   POR  LA    TARDE

«Altos muros del agua, torres altas,

aguas de pronto negras contra nada,

impenetrables, verdes, grises aguas,

aguas de pronto blancas, deslumbradas.

 

Aguas como el principio de las aguas,

como el principio mismo antes del agua,

las aguas inundadas por el agua,

aniquilando lo que finge el agua.

 

El resonante tigre de las aguas,

las uñas resonantes de cien tigres,

las cien manos del agua, los cien tigres

con una sola mano contra nada.

 

Desnudo mar, sediento mar de mares,

hondo de estrellas si de espumas alto,

prófugo blanco de prisión marina

que en estelares límites revienta,

 

¿qué memorias, deseos prisioneros,

encienden en tu piel sus verdes llamas?

En ti te precipitas, te levantas

contra ti y de ti mismo nunca escapas.

 

Tiempo que se congela o se despeña,

tiempo que es mar y mar que es lunar témpano,

madre furiosa, inmensa res hendida

y tienpo que se come las entrañas».

Octavio Paz: «Calamidades y milagros» de «Libertad bajo palabra» (1935-1957)

(Imagen: «Gulf  Crossing».-2007.- foto de Corey Arnold.-Charles A. Hartman Fine Art .-artnet)

VERANO 2009 ( 1 ) : PLAYA

 

mar.-regatas.-Raoul Dufy.-1950.-Kunsthandel Frans Jacobs.-sphtografie.-artnetPLAYA

«Las barcas de dos en dos,

como sandalias del viento

puestas a secar al sol.

 

Yo y mi sombra, ángulo recto.

Yo y mi sombra, libro abierto.

 

Sobre la arena tendido

como despojo del mar

se encuentra un niño dormido.

 

Yo y mi sombra, ángulo recto.

Yo y mi sombra, libro abierto.

 

Y más allá, pescadores

tirando de las maromas

amarillas y salobres.

 

Yo y mi sombra, ángulo recto.

Yo y mi sombra, libro abierto».

 

Manuel Altolaguirre: «Las islas invitadas y otros poemas» (1936)

(Imagen: Raoul Dufy.-1950.- Kunsthandel Frans Jacobs.-artnet)

ÚLTIMO DÍA DE VERANO

Era un suspiro lánguido y sonoro

la voz del mar aquella tarde…El día,

no queriendo morir, con garras de oro

de los acantilados se prendía.

Pero su seno el mar alzó potente,

y el sol, al fin, como en soberbio lecho,

hundió en las olas la dorada frente,

en una brasa cárdena deshecho.

Manuel Machado: «Ocaso»