Hoy se despide el célebre entrevistador norteamericano Larry King tras 25 años en antena.
Como he señalado en alguno de mis libros, «muchas veces el entrevistador se siente entrevistado. No es necesario que suceda lo que le ocurrió al entrevistador del New Yorker, Ved Mehta, ante Bertrand Russell. Éste quedó sorprendido de que viniera a visitarle, y «cuando estábamos cómodamente sentados con nuestro té – cuenta el periodista – comenzó a entrevistarme: ¿cómo era que me interesaba por la filosofía cuando mi vida estaba en peligro?». Tampoco hace falta que se repita el interrogatorio a que sometió Kissinger a Oriana Fallaci. Kissinger, distante, disparó sus proyectiles de modo sucesivo: «se sentó en el sillón de al lado, más alto que el diván, y en esta posición estratégica, de privilegio, empezó a interrogarme con el tono de un profesor que examina a un alumno del que desconfía un poco (…) La pesadilla de mis días escolares era tan viva – confiesa Oriana Fallaci -, que, a cada pregunta suya pensaba: «¿Sabré contestar? Porque si no me suspenderá». Y Kissinger empezó a preguntar a Oriana Fallaci sobre el general Giap, sobre Thieu, Cao Ky, Ali Bhutto e Indira Gandhi. «Al vigésimoquinto minuto aproximadamente, decidió que había aprobado el examen». Ninguno de estos dos casos es necesario que suceda, aun cuando pudieran ocurrir. Y sin embargo, el entrevistador es consciente de que se le entrevista con los ojos, con los gestos, no solamente se observa la imagen que presenta, sino más que ninguna otra cosa su preparación«. («Diálogos con la cultura«, pág 34).
Es «el entrevistador entrevistado«, forma singular que ofrezco hoy en Mi Siglo el día en que se despide como entrevistador Larry King: