TALLER DE ESCRITURA J.J. PERLADO

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Unas palabras escritas por Goya y colocadas en el monumento que le dedicara Vaquero Turcios en el madrileño Parque del Oeste, muy cerca ya del río, siempre me han servido de orientación y aliento para mis clases:

“En la enseñanza de la pintura/

 hay que dejar en plena libertad

 correr el genio del alumno/

 sin oprimirlo/

 ni torcer su inclinación/

 a éste o a aquel estilo/

No hay regla en la pintura:/

lo mismo que la poesía/

 Escoge en el universo/

 aquello que encuentra/

 más apropiado a sus fines”.

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 Tal ha sido mi primer convencimiento y mi primera lección.

Durante catorce años he impartido clases o talleres de escritura – tanto en Madrid como en México – y recuerdo muy bien aquella mañana en la Universidad de Villahermosa, al sur de México –al aire libre, muy temprano, a causa del calor – cuando intentando explicar cómo mejorar o enriquecer la creación a una decena de jóvenes escritores mexicanos comenzó a cruzar lentamente por una alta y gruesa rama colocada sobre mi mesa de trabajo un silencioso mapache proveniente de un hermoso parque natural muy cercano. No se inmutaron los alumnos que estaban tomando apuntes y sólo muchos de ellos, al ver al animal en su elegante paseo sobre la rama, exclamaron exaltados : “Mire profesor, ¡un cuento, un cuento!”. No veían ya al animal sino que veían que el animal era un posible cuento caminando en las alturas. Para ellos , era la transformación de la realidad.  Ese día encargué a cada uno un relato sobre aquel tema concreto– un relato que me tenían que entregar en la clase siguiente – y no se me olvidará el mini-relato que uno de ellos me hizo llegar:

“Cuando se fue el escritor, el ambiente quedó saturado de un cauteloso hedor a mapache”.

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 Son los milagros de la creación. Durante años he intentado que esa transformación de la realidad traspasase cualquier frontera y que un rostro o una frase fuera motivo para poder inventar y para poder crear.

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Ahora comienzo un nuevo taller de escritura online – tanto de escritura creativa como interpretativa -que tendrá lugar durante el curso 2103-2104, y se inicia el próximo 1 de diciembre hasta el 31 de junio de 2014.

Bienvenidos todos los interesados en el tema.

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(Imágenes:- 1, 2, 3 y 4.-biblioteque.tumblr/ 4.-wordpainting.tumblr) 

TALLERES DE ESCRITURA

«Se entregaban los manuscritos y éstos eran estudiados minuciosamente por el profesor y por el resto de los alumnos. Cada clase era una sorpresa, pues estaba dedicada al escritor cuyo trabajo se estaba discutiendo, se entablaba un diálogo de dos o más horas sobre ese texto (…) Otro ángulo particular era que el manuscrito sometido a discusión en el taller no tenía firma, ninguna referencia. Durante el debate los lectores siempre tenían la última palabra. Pepe, de alguna manera, reproducía para nosotros la situación como de hecho son leídos los manuscritos en el mundo, pues cuando uno escribe un libro no puede viajar para explicar cómo debe leerse. Así que en este taller de escritura, los manuscritos debían hablar por sí mismos, todas las respuestas a las preguntas debían estar en sus páginas».

Cuenta todo esto John Wideman, que fue alumno del chileno José Donoso cuando éste impartía talleres de escritura en la Universidad de Iowa y así lo recoge Pilar, la hija de Donoso, en «Correr el tupido velo» (Alfaguara). Los talleres de escritura en diversos países del mundo han recibido numerosas veces críticas y elogios, han logrado formar a futuros escritores y a otros los han fatigado o desorientado. Entre muchos otros autores, Flannery O´Connor dejó puntualizadas cosas muy acertadas sobre tales talleres. Pero el ambiente que rodea a la escritura es, muchas veces,  singular. En ocasiones no se necesitan talleres específicos y las tareas de creación, muy diversas, llegan a concentrarse en un espacio mínimo.

María Pilar Donoso, la mujer de Donoso, evoca en «Los de entonces» (Seix Barral) el ambiente de creación que había dentro de una misma casa en México: «Carlos Fuentes – dice- en su escritorio situado en el living, escribía una de sus novelas. Con el tocadicos a todo dar con música barroca, ponía una cortina de sonido entre él y el mundo que lo rodeaba. En la casita chica de atrás, Pepe,  mi marido, al fondo del jardin, escribía «El lugar sin límites» . Yo, en una mesa colocada a  la sombra del jardín, traducía. Y Rita, en su pieza de costura que daba al jardin, trabajaba con su máquina de coser. Los ruidos sumados a la música de Carlos y al tecleo de las tres máquinas de escribir, componìan un concierto extraño, muy moderno, que incluía, como sonidos de timbales puntualizantes, los cazerolazos de Cata en la cocina».

Era el ejemplo de un taller único, múltiple, concentrado en un recinto cerrado, abierto sin embargo a varias creaciones a la vez.

Mi experiencia personal en cuestión de talleres ha sido también muy variada, múltiple y a veces fascinante. Hace unos años, impartiendo en el Sur de México, en la Universidad de Villahermosa, uno de esos talleres de creación, la sala  en la que debatíamos se abria a un espectacular parque salvaje pleno de vegetación y de increíbles sonidos, alimentados también por animales de toda especie. Una de esas mañanas, de repente, en medio de mi charla en la que exponía las diferencias entre realidad y  ficción, asomó por encima de la larga madera que cubría mi cabeza, un mapache lento y perezoso que se detuvo desde su altura, y se puso a mirar con gran curiosidad a los alumnos. Caminaba con indolente lentitud sobre sus patas, y sin duda estaba sorprendido de descubrirnos allí abajo.

No hubo sorpresa alguna. Los quince alumnos mexicanos que recibian mis clases de creación, levantaron enseguida las manos en silencio y exclamaron señalando al mapache: «¡Mire, mire un cuento!». Y efectivamente el cuento siguió pasando lentamente sobre la madera, los fue mirando a todos, fue despojándose de su presencia de mapache para hacerse cuento vivo, cuento andante, cuento que aún caminaba a paso lento, disfrazado todavía de mapache pero  hecho ya literatura,  amimal que avanzaba convirtiéndose en historia, una historia – muchas veces bellísima- que redactaron aquella misma noche los quince escritores  y que me entregaron puntualmente a la mañana siguiente.

(Imágenes:-1. crepuscule.-ll.-2003.–Beatriz Helg .-2003.-Joal Soroka Gallery.-artnet/2.-mapache.-wikipedia)