( NOTAS A LECTURAS) (Umbral. 2)

Hoy Arcadi Espada en su columna de EL MUNDO habla de Anna Caballé a la que yo me referí en mi blog del 29 de agosto. El libro de la profesora sobre Umbral -«El frío de una vida»-«cuya sola mención – dice Espada-se ha eludido estos días como peste en el duelo por el escritor» abre, como dije, el panorama sereno de la crítica. ¿No es más alto y profundo en Lorca «Poeta en Nueva York» que otros «Romanceros» aplaudidos popularmente en un principio? ¿No hay obras teatrales de Valle-Inclán o novelas como «Tirano Banderas» que superan a algunas de sus «Sonatas»? ¿Qué ha quedado de la musical sonoridad de Gabriel Miró? ¿Qué lugar ocupan en Galdós los «Episodios Nacionales»? Es necesaria la distancia. Hacer crítica rigurosa y sosegada supone ir colocando-lo hacen los historiadores-las cajas de las obras en las estanterías de la gran Biblioteca. Además vienen luego las modas. ¿No nos trae el viento, por ejemplo, de nuevo a Stefan Zweig? Vientos y modas entran y salen por las ventanas de la Biblioteca del mundo cruzada de laberintos. «El tiempo lo cura todo», le dice un lector a otro mientras hojea en la penumbra un libro olvidado. Y el otro en silencio asiente mientras abre también otras páginas y, tras desempolvarlas, las vuelve a colocar cuidadosamente alineadas en su memoria.

(NOTAS DE LECTURAS)

(De todos los artículos sobre Umbral -de los elogios excesivos y de los despreciables ataques-sin duda el de mayor interés es el de Ana Caballé hoy en ABC. Caballé, buena conocedora de su obra y autora de un libro relevante sobre el escritor fallecido, abre el campo para lo que ha de hacerse a partir de ahora: un juicio reposado que le irá colocando en el sitio adecuado para la historia literaria).

PROLONGAR EL TIEMPO

Hoy a las once, nada más leer en Clarice Lispector que «escribir es prolongar el tiempo, es dividirlo en partículas de segundos», me he puesto a escribir el libro que estoy haciendo, un libro sobre la prolongación del tiempo, el tiempo que se alarga con las frases, las palabras encadenadas a las palabras, la misma puntuación que me lleva como siempre de un verbo a un adjetivo, los párrafos enlazados a mi letra pequeña, escrita sobre esta mesa al lado de la ventana, la ventana junto al mar, el mar prolongando el tiempo de la tierra, la tierra lamida por el agua, el agua prolongada en el sol. A las once me he dado cuenta de que ya llevaba más de una hora prolongando este tiempo porque han entrado a avisarme que la comida estaba en la mesa y he escrito que comía con todos, he descrito sus caras y he recogido sus conversaciones con mi letra pequeña escrita sobre esta mesa al lado de la ventana y la ventana junto al mar. Luego, a las once, he prolongado el tiempo de mi libro contando cómo son aquí las tardes y qué siento yo con el paso de la edad, esta prolongación silenciosa de los años, este peso que de vez en cuando se nota al escribir, la prolongación de las venas en las manos, las pequeñas manchitas en la piel. A las once he descrito mi paseo vespertino hasta el lago, cómo las piernas se prolongan en la sombra, cómo las sombras me acompañan al andar, cómo el día decae.
A las once me he enterado de que se ha muerto Umbral esta madrugada y recuerdo cuando lo conocí en Valladolid hace muchos años.
Ahora son las once, cuando escribo esto. No salgo, no salgo nunca de las once divididas en partículas de segundos. Sé que mientras escriba prolongo para siempre este tiempo de las once y es así como sigo escribiendo.