DESCRIPCIÓN DE UNA SIESTA

 


“ Son las cinco y media de la tarde— escribe Pla en “El cuaderno gris” —.Hace un tiempo un poco bochornoso, pesante. Las puertas del local que dan al jardín del Ateneo, están abiertas y por ellas entra el rumor sordo de la ciudad. En la Peña hay poca gente. La conversación se produce en voz baja. Don Pere Rahola duerme en un sillón. Hace media hora que  duerme con una beatitud admirable, la cabeza recostada en el respaldo del asiento, la boca medió abierta bajo el bigote abultado, de guías también un poco cyranescas — dicho sea de paso. Respira profundamente y cuando el pecho retoma aire se produce un ronquido amplio y grave. Cada vez que se produce el ruido, los pocos contertulios del local miran al durmiente con una mirada de respeto y de sorpresa; después  se miran mutuamente y no saben, notoriamente, qué palabra tienen que formular. Cada tarde — desde hace muchos años -~ se produce idéntico, impresionante espectáculo. Don Pere va sin nada en la cabeza. A veces me he imaginado el efecto que haría si durmiese con el sombrero puesto. Su calva es fresca, ligeramente rosada. De su persona irradia un perfume de “Piver, rue de la Paix”. Los cabellos  que le rodean la calva le hacen una curva vuelta hacia arriba — una especie de percha en miniatura. Don Pere lleva el bigote y la barba admirablemente cuidados.  Es una barba que no es ni grande ni pequeña; no es fluente y africana como la que llevaba Jaume Brossa, ni metafísica y puntiaguda como una teta de cabra; es una barba sólida, justa y adecuada al prestigio social de la persona que la ha segregado. Bajo la barba , don Pere lleva un plastrón de calidad densa y lujosa. Sobre el plastrón, una perla pálida. Viste de color gris. En el meñique de la mano izquierda — que reposa sobre el brazo del asiento — montado sobre un anillo, un pequeño brillante de un resplandor confortable.”

 

 

 

(Imágenes-: — 1- Albert Gleizes- 1913/ 2- Odilón Redon)

CENTENARIA GRAN VÍA DE MADRID ( y 4) : PLAZA DEL CALLAO

«En este momento – dirá Moreno Villa al retratar con la literatura una instantánea de Madrid -, Juan Echevarría está pintando su enésimo retrato de Baroja, Ortega prepara su clase de filosofía, Menéndez Pidal redacta su libro «La España del Cid«, Arniches ensaya un sainete, Manuel Machado entra y sale de la Biblioteca del Ayuntamiento, Antonio conversa con Juan de Mairena, Azorín desmenuza la carne de un clásico, don Pío del Río Hortega está sobre el microscopio, Juan Ramón Jiménez discurre algún modo de atrincherarse en el silencio, don Manuel Bartolomé Cossío corrige pruebas de mil cosas, Benavente se fuma su interminable puro, Ramón y Cajal estudia las hormigas, Américo Castro lucha a brazo partido con Santa Teresa, Zubiri, Gaos, Navarro Tomás, García Lorca, Valle Inclán...».

Los nombres de Madrid y en Madrid. Un Madrid eterno. Y en medio de él – desde la calle de Alcalá a la Plaza de España la Gran Vía.

Recorriendo en el tiempo esa Gran Vía se evocan célebres cafés – como el que agrupaba a la tertulia de José María de Cossío -; otro viejo café al que solía acudir Antonio Machado; el estudio del pintor Pancho Cossío;  el Hotel Florida, ocupado por célebres escritoresHemingway, Dos Passos -,  corresponsales en tiempo de guerra. En Gran Vía número 7 – que entonces se llamaba Avenida de Pi y Margall – se encontraba la «Revista de Occidente» y Fernando Vela, primer secretario de la Revista y fundador, con Ortega, de ella, cuenta que «la habitación era muy reducida, sin espacio más que para dos mesas. (…) Todos trabajábamos en todo. El edificio no estaba terminado-era 1923 – y teníamos que entrar por una puerta secundaria de la calle de la Salud y subir por una escalera que todavía estaba sin barandilla. (…) Más tarde, alquilamos dos habitaciones mejores en el mismo edificio, y posteriormente, en el mismo piso, un despacho para Ortega, que llenó de estanterías de libros, y un salón donde desde entonces se reunió la concurrida tertulia a la que acudían todas las tardes artistas, escritores, catedráticos, científicos y políticos». Ramón Gómez de la Serna, en su «Automoribundia» recordó que García Lorca llegó a aquella Revista con su primer manuscrito de versos y la Revista se los editó sin más, siendo uno de los éxitos mayores. A veces iba don Miguel de Unamuno, cuando pasaba por Madrid con motivo de unas oposiciones, y en esa Revista se publicaron las primeras cosas de Kafka, Huxley, Spengler, Jung y Keyserling.

Centenaria Gran Vía de tertulias, de cafés, de Revistas. Centenaria Gran Vía de automóviles, de gentes, de vidas.

Centenaria Gran Vía de recuerdos.

(Imágenes:-1-Gran Vía.- Madrid ayer, hoy y mañana/.2.-Gran Vía.-commons.wikipedia.org/-3.- Madrid.-Las modistillas le piden novio a San Antonio de la Florida.-1933.-foto ALFONSO)

ENCENDÍAMOS PALABRAS

«Mirad:

somos nosotros.

Un destino condujo diestramente

las horas, y brotó la compañía.

Llegaban noches. Al amor de ellas

nosotros encendíamos palabras,

las palabras que luego abandonamos

para subir a más:

empezamos a ser los compañeros

que se conocen

por encima de la voz o de la seña».

Jaime Gil de Biedma: «Amistad a lo largo» (1959), en «Compañeros de viaje»(1952-1959)

 Café. Palabras. Amistades.

 «La tertulia no tenía prisa ni inquietud – escribe Ramón Gómez de la Serna -.(…) Y en ese medio azulado, la improvisación es ágil, y nos queremos acordar después de lo que hemos dicho, favorecidos por esa agilidad que da el agua propicial a los movimientos y a los desperezos frenéticos de la imaginación. Sólo en un grande hombre que posee las llaves de las grutas maravillosas ha podido permitirnos ese goce de la levitación.

Los que entrábamos los primeros encontrábamos aún revoloteando palabras del día anterior, alegres en su remanso inviolable» («Automoribundia», 1948)

Amistades. Café. Palabras.

Ahora, en un extraordinario número monográfico, la Revista «Insula«, junio 2008, evoca,  bajo la excelente coordinación de Laureano Bonet, todas aquellas amistades, los cafés donde se encendían las palabras.