Ahora están de moda las terrazas y sobre todo su supervivencia en tiempos de pandemia, y el ojo histórico – literario de Fernando Díaz- Plaja en su “Madrid desde (casi) el cielo” las evocaba así: “la terraza sobrevive a la guerra y se ampliará con la paz aunque siempre como prolongación del local cerrado. Serán famosas las literarias del Teide, Gijón, Lepanto, las de Serrano o las más recónditas del paseo de Rosales. Poco a poco la demanda aumenta y por primera vez en su historia la terraza en vez de ser un apéndice del local cerrado, es cuatro o cinco veces más grande, llegando incluso a depender toda ella de un quiosco diminuto situado en el centro del paseo de la Castellana o de la calle de Juan Bravo. Y naturalmente, al ampliarlas, se mejora su instalación. En el ABC de 1987 podía leerse: “Madrid en primavera y verano amenaza en convertirse en una casi única y gigantesca terraza”. Y ese mismo año en El País se decía : “ y aún gracias que no han coincidido todas, si no Madrid sería una terraza grande y única desde Villaverde a Fuencarral. Aun así el eje Prado-Recoletos- Castellana cuenta con ellas desde Atocha hasta más allá de los Nuevos Ministerios”.
Y también aquel aspecto decorativo tan variado que tenían: una carabela en la Plaza de Colón, columnas posmodernas en Ortega y Gasset, módulos que pueden armonizarse aumentando o disminuyendo el espacio.
Aquellas terrazas estivales eran un centro social, incluso con encargados de relaciones públicas, como si estuvieran en un crucero, porque “las terrazas — afirmaba Díaz- Plaja — tienen algo de barco”.
(Imagen — : el escritor Francisco Ayala en la terraza del Café Gijón- 1930)