MAYO 1968 ( y 2) : OCUPACIÓN DEL TEATRO ODEÓN

 

“ El 15 de mayo de 1968 viví en París un espectáculo inaudito y sorprendente : la imagen luminosa, desordenada y nocturna del Odeón, del teatro Odeón, ocupado por los estudiantes y los obreros y abierto de par en par día y noche a todas las gentes. Estuvo así, noche y día abierto el teatro Odeón durante veintinueve días. Si se pudiera escribir una obra insólita para ser representada de modo espontáneo por los ciudadanos sin duda no habría otra mejor que la compuesta por aquellos diálogos nocturnos interminables a los que muchas noches asistí en el Odeón, aquellas conversaciones y reproches lanzados a gritos de un palco a otro palco y de butaca a butaca. No hay ningún director a quien se le ocurra tal representación. “¡Reinventad la vida!”, se gritaba desde un extremo a otro de la sala, “¡Vosotros sois el arte!”, se lanzaba desde otro lugar, “¡ Vosotros sois la revolución!”, se contestaba desde otro palco. Todas estas exclamaciones quedaban enmarcadas por los carteles que inundaban los pasillos : “La revolución es una iniciativa”, se leía en uno, “Abraza a tu amor sin dejar tu fusil”, “Cuando la Asamblea Nacional se convierte en un teatro burgués, todos los teatros burgueses deben convertirse en asambleas nacionales”, “¡Sean sucios, pero azucarados jamás!”. Y aún me parece verme allí, leyendo aquellos “grafittis” que cubrían las escaleras y rincones del teatro y a la vez en el momento en que, desconcertado por cuanto estaba ocurriendo, volví a entrar en el gran patio de butacas permanentemente iluminado por las lámparas y levantando la vista hacia el techo quedé admirado por la belleza de aquel asombroso decorado azul en oro y púrpura, un admirable techo creado por André Masson y en el que podían contemplarse figuras inspiradas en Esquilo, en Shakespeare y en Claudel, enlazándose la pintura moderna con motivos plásticos del siglo XVlll. Aquel patio de butacas multicolor, invadido entonces de rostros, gorras, atuendos de mujeres y de hombres, madres de familia, oficinistas, comerciantes de barrio, obreros, agitadores, actrices, estudiantes – unos 4000 estudiantes se dijo que pudieron entrar y salir a distintas horas y en distintos días por las puertas abiertas de aquel teatro cuyo aforo no superaba el millar -, todos esgrimiendo a gritos las palabras, sus incesantes propuestas, los improperios y las ideas cruzadas desde los palcos a las butacas, todo aquel patio, como digo, me remitía de pronto, por una extraña asociación de ideas, a lecturas mías de tiempos pasados cuando aún estudiaba en la universidad y descubría, fascinado por su vanguardismo, aquella pieza de Pirandello, “Esta noche se improvisa”, escrita por el autor siciliano casi cuarenta años antes, en 1930, y en la que se representaba una especie de “teatro en el teatro”.

 

 

Allí, en aquella obra de Pirandello, yo recordaba que los espectadores/actores confundían e intercambiaban sus voces y sus gestos sin seguir un aparente argumento – hablándose también ellos desde los palcos y desde las butacas, e incluso alargando su interpretación por el vestíbulo y continuando en el desempeño de sus papeles durante el entreacto – bajo la dirección, recuerdo, de un tal doctor Hinkfuss que corregía, limitaba y reordenaba las intervenciones de los asistentes pero igualmente modificaba los elementos de la luminotecnia, los coros ambientales y la decoración. ¿Qué relación tenían el arte y la vida? El doctor Hinkfuss – la voz de Pirandello – aseguraba que el arte era el reino de la creación realizada, mientras que la vida se mostraba en una formación continuamente mudable. Ahora yo estaba allí, a altas horas de la noche, en el patio de butacas del ocupado teatro Odeón de París en el que desembocaban muchas vidas de las gentes, de los barrios, de las familias parisinas de la orilla izquierda y derecha, cada una transportando su protesta y enarbolando también su pretendida solución, vestidos de ellos mismos, con sus ropas de casa o de trabajo, y apareciendo a la vez como personajes inesperados (casi pirandellianos) y como actores que, sin querer, desarrollaban una insólita función. Aquello era parte del teatro de la “revuelta” y parte también de una erupción social que quería sabotear de inmediato todo lo “cultural”. Era un espectáculo que iba precisamente en contra de la industria del espectáculo y a favor de la creación colectiva y de la directa acción revolucionaria. La formación continuamente mudable de las vidas de las gentes, como aseguraba el doctor Hinkfuss, estaba allí representada y en el escenario, junto a una larga mesa desnuda que podía ocupar cualquiera en cualquier momento, se levantaban dos banderas, una roja y otra negra, y un enorme estandarte en que se leía : “Estudiantes-Obreros, el Odeón está abierto”. Y aún más: aquella singular representación había desplazado y arrojado a los despachos interiores al verdadero director del teatro, Jean- Louis Barrault, y ese gran actor, mimo y director francés, tras haber intentado negociar en vano con los ocupantes, no podía ya hacer otra cosa que salvar de posibles pillajes los archivos más capitales y los objetos de gran valor.”

(Imágenes -1-portada del libro sobre mayo del 68/ 2- Pirandello escribiendo)

MAYO 1968 (1) : UNA BATALLA CAMPAL

 

 

Cincuenta años después, los periódicos, las radios y las televisiones me han preguntado estos días sobre mis recuerdos de aquellas fechas. En la medida en que he podido, a todos les he contestado: “Sí, estuve en la tan comentada y ya muy lejana “revolución” de mayo del 68. Asistí a ella en primera línea y a la vez he de matizar enseguida al abordar tales sucesos que aquello, para mí y para muchos otros observadores, no fue precisamente una “revolución” sino una “revuelta”. La revolución, incluso si no ha sido preparada – y así lo señalaba entonces un destacado historiador – desemboca en un cambio radical en las instituciones; la revuelta, al contrario, es un movimiento más imprevisible y que no está centrado necesariamente en el futuro; las revueltas son interesantes por aquello que revelan y aquello que las ha hecho nacer, mientras que las revoluciones son interesantes por aquello en que desembocan. He de evocar por tanto aquellas escenas vividas de lo que yo llamo “revuelta” deteniéndome en el parisino puente de Saint-Michel donde conocí a Daniel Cohn-Bendit, el líder de aquel movimiento de protesta, (él tenía 23 años y yo tenía 32) al mediodía de aquel 6 de mayo de 1968, aquel puente que en esos momentos estaba absolutamente invadido de gritos y banderas. También recuerdo la normal curiosidad que me empujó a seguir tanto a Cohn-Bendit como a la gran multitud de estudiantes que en avalancha le acompañaban detrás de sus banderas hasta pasar luego, quizás media hora o quizás una hora después, no sé bien lo que tardaríamos en cruzar, hasta la orilla izquierda de París para llegar después en tumulto al Barrio Latino y concentrarse aquella multitud estudiantil, y yo con ella, en la plaza Maubert. Habría esa tarde, según los cálculos que se hicieron, unos 10. 000 estudiantes ocupando ya El Barrio Latino, y rodeados por ellos y frente a ellos toda clase de vehículos y fuerzas policiales estratégicamente extendidas a lo largo del bulevar Saint-Germain y hasta el Odeón. Era indudablemente el escenario de una batalla. Y tengo presente también aquel café que hacía esquina, muy cerca de una Sorbona a punto de ser tomada, en el que tuve que refugiarme toda la tarde y en el que permanecería luego toda la noche transmitiendo crónicas telefónicas casi continuas a mi periódico. Los ojos juveniles y retadores de Cohn-Bendit enfrentados a la policía, multiplicados en una célebre fotografía que dio la vuelta al mundo, fueron esos días unos ojos omnipresentes. En una de aquellas madrugadas que me tocó vivir, probablemente sería en la madrugada del día siguiente, fui testigo de unas horas envueltas en humaredas de gases lacrimógenos y ulular de ambulancias mezcladas con manos estudiantiles lanzando adoquines arrancados de la calzada y con la niebla grisácea de los botes de humo. Allí vi pasar a mi lado a un Premio Nobel, Jacques Monod, llevando en sus brazos a una estudiante malherida.”

(Imagen :  portada del libro sobre mayo del 68)

1968: PARÍS, MÉXICO, PRAGA, MONTEVIDEO

1968 prosigue de actualidad.
Ayer, en una amplia rueda de prensa internacional en 1050 Radio Uruguay, programa que conducía Nelson Caula reuniendo testimonios de diversas partes del mundo – México, Montevideo, Madrid, desde donde yo hablaba para comentar la «revuelta» parisina de mayo – intercambiábamos opiniones y enfoques y nos preguntábamos por qué precisamente en 1968 se agruparon tantas agitaciones – especialmente estudiantiles – en muy distintos países. Sin duda eso merece un estudio más reposado. Hablábamos también de muertos. Si 1968 fue escenario de la matanza de Tlatelolco en México y de los muertos en Montevideo, el mes de mayo en París sólo arrojó, felizmente, un muerto, y no precisamente en la capital francesa. Los heridos sí fueron abundantes en aquellas semanas y quizá uno de los que se me han quedado más en la memoria fue aquel cuerpo ensangrentado que llevaba en brazos el Premio Nobel de Física, Jacques Monod, abriéndose paso entre las barricadas del Barrio Latino en la madrugada del 11 de mayo, como cuento en mi libro en la respectiva crónica de ese día.
Hablamos también en la larga tertulia radiofónica de ayer del entonces prefecto de París, Maurice Grimaud, que el 20 de mayo tomó nota de las reuniones que al más alto nivel y a partir de las once de la mañana tuvieron lugar en el Palacio del Elíseo. Tales notas, que yo recojo en este volumen de crónicas, revelan los movimientos realizados por De Gaulle con respecto a la policía francesa en aquellas jornadas.
«El General – escribió Grimaud – quiere hablar con los reponsables del mantenimiento del orden. Está furioso de verdad. De Gaulle, sin escuchar a nadie y sin demasiados preámbulos, se lanza, con cierta mala fe:
En cinco días se han perdido diez años de lucha contra la bellaquería. ¡En cinco días hemos vuelto a los peores tiempos de la politiquería! Es cierto que hace seis años – es decir, desde que Pompidou es Primer Ministro – no se ha hecho nada. No se ha previsto nada. Todo el mundo se ha contentado con vivir al día…¡Ay! ¡Cuando yo ya no esté, esto será un desastre…!
Tras estas generalidades, expone su plan.
-Esto ya ha durado demasidado. Es la «chienlit», la anarquía. No se puede tolerar. Tiene que acabarse. He tomado una decisión. Hoy se evacuará el Odeón, y mañana la Sorbona.
Se dirige luego a Georges Gorse:
– En cuanto a la ORTF, retome usted el control de la situación. Eche a los agitadores a la calle y listo.
Pompidou no se deja impresionar. Explica al General, sustancialmente, que para llevar a cabo una política de orden, se tendría que disponer de suficientes fuerzas del orden. Pero ahora que las huelgas se han generalizado en toda Francia se ha hecho evidente una seria carencia de efectivos. Sin ir más lejos, ayer hubo que tomar veinte escuadrones de la policía parisina y enviarlos a procincias.
(…)
Pero no sólo en la Sorbona tienen mala opinión de los CRS. Christian Fouchet insiste en lo que ya ha dicho Pompidou:
-Mi General, tenga en cuenta que las fuerzas del orden están traumatizadas. No se pueden reemprender operaciones policiales generalizadas en el Barrio Latino.
(…)
Y además la prensa no es precisamente amable con la policía. De Gaulle se impacienta.
-Bueno, Fouchet, hay que darle a la policía lo que está pidiendo: ¡aguardiente!
Pompidou, imperturbable:
-Mi General, hemos pensado en ello, en efecto. Hay todo un conjunto de medidas en preparación…
De Gaulle:
-Muy bien, ¡que se apliquen inmediatamente! Aparte de esto, confirmo mis instrucciones: primero el Odeón y luego la Sorbona.
Y luego, dirigiéndose de nuevo al Ministro de Información:
-En cuanto a la radio, hay que instaurar el control sin perder un instante: expulse a los agitadores y sea usted el jefe de su propio negocio. Y dígales a los periodistas que yo he declarado: «Reforma, sí; «chienlit», no. Tome buena nota y dígaselo».
A pesar de lo que afirmó De Gaulle hasta treinta y cuatro días después – el 14 de junio – la policía no cercó el Odeón y se dispuso a ocupar los locales. Días más tarde ocurrió lo mismo con la Sorbona.
De todo esto hablábamos ayer una serie de contertulios en Radio Uruguay. De los muertos en los sucesos de distintos países aquel 1968 y del muerto en Francia aquel mes de mayo. Hablamos también de Maurice Grimaud, el hombre que tomó las notas de esta reunión a la que me refiero del 20 de mayo. El día precisamente – o mejor dicho, la noche – en que los estudiantes en la Sorbona recibieron, entre otros, a Pierre Bourdieu, Marguerite Duras y Jean-Paul Sartre.
Faltaban apenas diez días para que la «revuelta» desapareciera.
(Foto: uno de los «grafittis» aparecido en las calles de París)

IMÁGENES CONTRA IMÁGENES

Como en el bello título de una novela del escritor italiano Guido Piovene, «Piedad contra piedad«, en aquellas semanas de mayo de 1968 en París que comento en mi reciente libro al que me referí en Mi Siglo el 4 de abril, las imágenes lograron ir contra las imágenes, y las imágenes de los fotógrafos que se adentraron por las calles de la capital francesa haciendo parpadear constantemente sus cámaras en busca de la noticia se encontraron instantáneamente con otras imágenes que les estaban mirando y que les hablaban desde los muros.

En el mundo no existían entonces los móviles, por tanto tampoco el «pásalo» de las voces al oído, y lo que las paredes parisinas sí «pasaban» a los ojos de los transeuntes eran los trazos y el lenguaje de los «grafittis» elaborados por los estudiantes en el «Atelier populaire des Beaux-Arts» y en el taller Brianchon ( en Bellas Artes). La crisis de mayo, según un sociólogo francés, «no fue revolucionaria ni en sus objetivos políticos, ni en sus objetivos sociales, pero sí lo fue en los medios de expresión utilizados».

En la noche del 13 de mayo de 1968 aparecieron en París los primeros «afiches» junto a «grafittis«, consignas y octavillas. Pertenecientes a la categoría de arte popular, tanto porque hacían hincapié en la idea de anonimato como porque se adaptaban a una determinada demanda social, se empleó el offset en los carteles en ciertas ocasiones, aunque resultaba caro. Otros carteles fueron tirados en serigrafía a partir de fotos de prensa.
París – sobre todo el Barrio Latino – fue inundado de «grafittis» diversos.
TODO ES DADA, se leía en el Teatro Odeón.
OLVÍDENSE DE TODO LO QUE HAN APRENDIDO. COMIENCEN A SOÑAR, se podía ver en la pared de la Sorbona.
VIVIR CONTRA SOBREVIVIR, se leía en Nanterre.
DIGAN NO A LA REVOLUCIÓN CON CORBATA , se escribió en Bellas Artes.

EL ARTE HA MUERTO, LIBEREMOS NUESTRA VIDA COTIDIANA, apareció en la Sorbona.
Imágenes contra imágenes.
El ojo de la cámara fotográfica mirando a la cámara del muro.
Los dos ojos mirándose. Los dos lenguajes intentando entenderse.
Ese fue otro aspecto del París de entonces en su célebre mayo.
(Imagen: uno de los carteles que apareció en una calle de París)