FILMAR UNA FAMILIA (11) : UN ÁRBOL DE NOCHE

Le he dicho a Carlo, mi director de fotografía, que deje el jardín a oscuras para que resalte más el olmo en la noche, con sus ramas cenicientas, nevadas a la luz de la luna, mientras paseamos nosotros, es decir, nuestros personajes, Catalina, Elvira, Enrique y yo mismo, paseando nuestra niñez y nuestra adolescencia por este jardín que sostengo en mis manos como dentro de un cuenco, a la manera de Tarkovski cuando reduce los espacios y los delimita en sus películas. La memoria se puede condensar dentro de las palmas de unas manos, la memoria se recoge del tiempo y, poniendo las palmas ahuecadas, como si se recogiera agua, ya que la memoria es casi agua, se desliza entre los dedos este jardín, la piscina, los pasos, el olmo, la mirada bondadosa de Doña María cuando me dijo aquella vez: “O sea que tu ¿ tienes amores con Elvira?”. Eran otros tiempos, otro lenguaje.El olmo no tiene tiempo y su lenguaje es enigmático y misterioso. Deja venir e ir los pensamientos y las emociones, asiste entre sus ramas a reencuentros y separaciones. Carlo, que es un admirador de Swen Nykvist, el director de fotografía de Bergman y Tarkovski, me dice que va a jugar con la luz y la sombra del olmo, según lo que hablen o piensen los personajes, a veces dejando como día las ramas y como noche las conversaciones. Confío mucho en él.

Esta película sobre la familia es también la película de los exteriores, los espacios que todos vivimos y cómo íbamos con nuestras edades distintas en un tiempo que el olmo contemplaba, nos veía pasar y veía cómo se alargaba la familia, cómo unos morían y otros nacían, el juego de la existencia. Yo ruedo ahora, encaramado en la alta escalera que me ha proporcionado el productor y veo a todos abajo, casi insignificantes, me veo a mí sentado en una silla al lado del olmo, entre Elvira y Vicente, Elvira que ya es mi mujer desde hace pocos años, y Vicente, su hermano, que pronto se va a casar. Estos son los exteriores.¿Pero y los interiores? Lo que yo pensaba entonces al lado del olmo, lo que pensaban los otros, Carlo me dice que llegará un momento en que en el cine él fotografiará los pensamientos. Lo dudo. Los pensamientos viven en cuevas, yo no he podido entrar nunca en la cueva del pensamiento de Elvira porque hay una serie de antesalas invisibles, las lágrimas, la forma de una sonrisa, un movimiento de pestañas, un rictus de boca, de ahí se va a las emociones y de las emociones uno se pierde ya en el movimiento de los engaños y los pudores. Es muy difícil filmar el pensamiento. Pero yo pensaba entonces, no me acuerdo lo que yo pensaba bajo el olmo porque ha pasado tiempo y sólo recuerdo lo que queda de la vida, las acciones y los gestos. ¿Quién puede guardar los pensamientos? Sería interesante llegar a los pensamientos de un director pero sin usar actores ni voz “en off”. Sólo ver en la pantalla cómo pasan junto a un olmo los pensamientos.

José Julio Perlado

(del libro “Carnet de un director de cine”)

( relato inédito)

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Imágenes- wikipedia

SOLARIS

Veo «Solaris«, la célebre película de Tarkovski basada en la novela de Stanislav Lem. Sigo los lentos remolinos azules del cerebro humano, las masas grises de la memoria que se desplazan hacia olas infinitas, islas del recuerdo que son mecidas por el «Preludio coral en fa menor» de Bach. Tarkovski confesó que no le interesaba la ciencia-ficción, que hubiera querido prescindir de aquellas naves espaciales. La zona – lo que más le atraía- es la vida que el hombre debe atravesar y en la que sucumbe o aguanta. La zona es ese océano que llevamos dentro de la cabeza, debajo del cráneo, con las tormentas escondidas, las aguas revueltas y los picos espumosos de locura y razón. «Que el hombre resista – dijo Tarkovski- depende tan sólo de la conciencia que tenga en su propio valor, de su capacidad de distinguir lo sustancial de lo accidental».
Estas secuencias rodadas en círculo en esta película mental, en este film inquietante, nos envuelven hasta desconcertarnos, como siempre nos desconcierta ese hombre mudo que nos mira en un transporte público, que nos tiende la mano en un almuerzo, que se une a nosotros en un ascensor. No llegaremos nunca a su zona porque ella está velada por su piel, por sus ojos y por sus párpados. Ni él mismo llega a su zona más íntima porque no conoce realmente quién es. Se asombraría al ver cuántos remolinos verdes y azules pueden moverse dentro de su memoria y cuánto podría filmar Tarkovski si, mecido por Bach, buceara en el planeta de su interior.

LA VIDA PERFECTA

Érase una vez un día perfecto, el único que se recuerda, salió el sol sin nube alguna sobre los campos y carreteras, iluminó suavemente las autopistas, iban dichosos por todas ellas los felices viajeros sin problemas, sin una sombra, sin la menor preocupación. A las ocho, cuando se abrieron las oficinas, los jefes iniciaron un día muy amable, la cordialidad se extendió por pasillos y despachos, funcionaban a pleno rendimiento las máquinas, no arrojaban los teléfonos tensiones ni conflictos, todas las noticias, los diálogos, las historias entrecruzadas, eran constantemente alegres, se comentaba la salud y belleza de los niños encantados de estar en los colegios, la bondad, paciencia y valor de los ancianos, el equilibrio de todos los matrimonios, la dulzura, la suavidad en todas las relaciones, la puntualidad de los transportes, la excelente educación de los ciudadanos. La mañana en todas partes transcurrió tan llena de luz que los telediarios al mediodía recogieron el paso de las horas del día perfecto apareciendo en pantalla las permanentes sonrisas iluminando cada noticia, las alegrías compartidas por los protagonistas, el gozo al extender la felicidad, y así la tarde entró muy pacífica y sosegada, plena de satisfacciones, ya que las horas del día perfecto poseguían radiantes, los parques se llenaron de risas innumerables y a la hora de la cena, tras una jornada memorable, los telediarios volvieron a confirmar que el bienestar más profundo reinaba en todos los hogares y que una paz soberana invadía las existencias de los hombres.
Lo que no se sabe de ese día es que no trabajó ningun artista. Ningun pintor, ningun escultor, ningun músico, ningun escritor. Ese día fue el único en que no se pintó, ni se esculpió, ni se compuso, y nada se escribió.
No hubo inspiración. No había nada que decir. Faltaban todos los contraluces. Todas las sombras.
Sólo se oyó murmurar al final de día, ya muy desolado, lo que decía Tarkovsky, el autor de «Sacrificio», de «La infancia de Iván» y de «Solaris»: «La gente hace arte porque la vida no es perfecta», comentó en voz muy baja.
Felizmente al día siguiente volvió a amanecer el día imperfecto, las horas crispadas, la completa (e incompleta) vida imperfecta, los ruidos, el caos, las inesperadas tensiones y vicisitudes.
Ya muy de mañana se les vio a los artistas en sus talleres – muy inspirados, muy ilusionados -, volviendo a hacer arte.