UNA «SOLEÁ» ESTREMECEDORA

Lorca.-B

A veces desde la gruta de la garganta del Cante Jondo nace una «soleá» que cruza el aire y se encuentra con que la están escuchando nada menos que don Manuel de Falla y Federico García Lorca. Fue en Granada, en 1922, en el patio de la Casa de Ángel Barrios. Manuel Orozco, en su libro «Granada y Manuel de Falla» (Ayuntamiento de Granada- Fundación Caja Granada) evoca los prolegómenos de aquel día. Falla junto a Miguel Cerón, paseando por el Generalife, decide convocar un Concurso de Cante Jondo, para recuperar la pureza del mismo.Los dos se encuentran pronto con el entusiasmo de todos: con los amigos de Barrios y Falla, desde  Zuloaga, Rusiñol y Ramón Gómez de la Serna, amigo de Barrios, a Stravinsky y Ravel, junto a todos los músicos españoles.

cante jondo.-1

Pero quizá el relato más vivo y pintoresco de aquella memorable tarde consagrada a las pruebas del  Concurso es el que hiciera Manuel Ángeles Ortiz : «Ya estábamos cansados todos-dice.-  Federico García Lorca a mi lado casi se aburría. Entrada la tarde, apareció por el portón de la taberna entornado un vejete estirado con su sombrero de ala ancha y su bastón de pastor. Llamó nuestra atención su facha de gañán o buyero viejo y que vino a sentarse al rincón del patio. Parecía como ausente y sin embargo llevaba el compás de la guitarra con el pie. Nadie se había fijado en él. Pero de pronto y como un trallazo, se oyó un largo grito o lamento tremendo que nos dejó asombrados de emoción por su grandeza y fuerza. Todos se volvieron al lugar de aquella voz y oímos una soleá estremecedora. Aquello fue la «potosí» como dijo la Mejorana. Rusiñol gritaba de emoción, Falla sonreía como un niño y Federico se cubrió la cara casi llorando. ¿Pero de dónde ha salido este tío?, nos preguntábamos. Luego supimos que se trataba de Diego Bermúdez, un viejo cantaor medio retirado a consecuencia de una «puñalá» en el costado por una reyerta en un pueblo de Córdoba. Supimos luego que había venido andando desde Puente Genil, atrochando por los olivares. Era un tipo raro que luego nos llevábamos Falla, Federico y yo por el Barranco del Abogado para oirle decir esos viejos cantos».

Falla,.A.-juntade anadalucía

Siempre que leo este relato y camino a través de su prosa, veo otra vez en  aquella tarde granadina a don Manuel de Falla y a García Lorca sentados en aquel patio. Ninguna  garganta ni ningún prolongado lamento pudo soñar con tener tal jurado. Con su cara impasible y sus ojillos pequeños, claros, un poco perdidos – como Miguel Cerón dibuja a Diego Bermúdez «El Tenazas» -, canoso, con sombrero cordobés destartalado que no se quitaba jamás, aquella figura artística y humana que esperaba en un  rincón, guardaba dentro y de pronto soltó para curvarla en el aire aquella «soleá» estremecedora que quedaría en la historia.

(Imágenes:-1.-firma de Federico García Lorca/.-2.-caricatura sobre el Concurso de Cante Jondo.-Alhambra-Patronato/3.-Manuel de Falla)

LO BELLO Y LO BUENO

figuras.-CC4.-por Osang Gwon.-2002.-Arario Gallery.-Beigjing.-Seoul.-Korea.

«La esencia de lo bello. Según mi parecer – le decía el gran historiador del arte norteamericano Bernard Berenson al periodista Umberto Morra -, si se procede indagando, en el fondo de lo bello se encuentra lo bueno, como en el fondo de lo bueno se encuentra lo bello: es una fusión que forma el sentido del destino humano; bello (y bueno) lo que no se contradice, sino que ayuda y acompaña al destino humano, un quid que tiene, por lo tanto, en sí algo heroico y trágico. También la gente común siente este deseo; por lo tanto, lo bello es una cosa eminentemente deseable. Pero la gente está también lista a equivocarse y a correr tras falsos mensajes de belleza; obras falsamente míticas que parecen empapadas de un gran impulso heroico y plenas de destino: éstas son las más fácilmente traducibles».

Todo esto se lo decía Berenson a Morra ( «Coloquio con Berenson«) (Fondo de Cultura) en agosto de 1932, paseando por I Tatti, la villa situada en las colinas de Florencia, pero sobre todo paseando por las reflexiones del arte, como habían paseado también por otras avenidas parecidas el portugués Francisco de Holanda, en Romacon Miguel Ángel, Eckermann con Goethe, James Bosswell con el doctor Samuel Johnson y como lo haría el fotógrafo Brassaï con Picasso, el director de orquesta Robert Craft con Stravinski, Janouch con Kafka, Goldenveizer con Tolstoi o Émile Bernard con Cézanne, por citar algunas grandes conversaciones.

Tales conversaciones y tales palabras eran recogidas en la memoria o en el cuaderno de quienes escuchaban y en esas improvisadas lecciones de sabiduría, confesiones de destilada experiencia, parecía como si el arte, la filosofía y la historia se remansaran y el pensamiento entregara, a cada paso, la síntesis de una meditación.

figuras.-5519k.-foto por Jin-Ya Huang.-2007.-Sous les etoiles gallery.-New York.-photografie artnet

«Leer las cosas nuevas con el solo objeto de «estar al corriente» – le decía también Berenson a Morra en 1931 – es uno de los pecados contra el espíritu. A las cosas nuevas no hay que dedicarles más que la décima parte del propio tiempo y una parte mínima de la propia energía (que es siempre inferior a lo que esperamos) ¿Qué es esta «corriente»? Es un minúsculo río casi subterráneo que aparece en pocos salones; y hay corrientes, o mejor, hay una corriente más verdadera que aquella en que se piensa refiriéndose a la moda. Los periódicos, sí, los lee uno por las «cosas nuevas» que anuncian, pero es una lectura que cuesta poco trabajo especialmente a quien, como yo, tiene una práctica de cinco mil años de crónicas escritas».

Es esa gran cuestión de la reelectura de las cosas esenciales y la lectura esencial de cuantas cosas importantes nos quedan por leer, sin dejar por ello de atender a ciertas novedades.  Es el paseo bajo los árboles de la cultura,  confidencias de un amigo del espíritu.

(Imágenes: 1.-«Black hole».- Osang Gwon.-2000.-Arario Gallery.-Beijing.- Seoul- Korea.-artnet/2.»Guyver, dptych 2007″-.Jin-Ya Huang.–Sous Les Etoiles Gallery.-New York.-artnet)

LA CENIZA Y EL LÁPIZ

escribir-7778-foto-kevin-van-aelst-the-new-york-times

«De hecho – dice el gran escritor suizo Robert Walser  hablando sobre la ceniza -, sólo con una penetración algo profunda de ese objeto aparentemente tan poco interesante pueden decirse muchas cosas, por ejemplo que, si se sopla la ceniza, no hay en ella lo más mínimo que se niegue a dispersarse al instante volando. La ceniza es la humildad, la intranscendencia y la falta de valor mismas y, lo que es más hermoso, ella misma está obsesionada con la creencia de no valer nada. ¿Se puede ser más inconsistente, más débil y más insignificante que la ceniza? Sin duda no es fácil. ¿Hay alguna cosa que pueda ser más transigente y paciente que ella? No, desde luego. La ceniza no tiene carácter y está más alejada de todo tipo de madera de lo que lo está la depresión de la alegría desbordante. Donde hay ceniza, en realidad no hay nada. Pon tu pie sobre la ceniza y apenas notarás que has pisado algo».

Estas palabras nos recuerdan el dorso de la vida, la superficie escondida bajo tanta vanidad y brillantez con la que  nos gusta convivir. Hace pocos días, hablando aquí de Gógol, lo veíamos por las calles de San Petersburgo con sus andares de loco pacífico. Extraordinarios escritores como W.G. Sebald han recordado que «Walser y Gógol perdieron poco a poco la capacidad de dirigir su atención al centro de los acontecimientos de la novela y se dejaron capatar, en cambio, de una forma compulsiva, por las criaturas extrañamente irreales que aparecían en la periferia de su campo de visión, sobre cuya vida anterior y ulterior nunca sabemos lo más mínimo.(..) Walser y Gógol tienen también la falta de hogar, lo horriblemente provisional de su existencia, su prismático cambio de talante, el pánico, el sombrío humor, impregnado de un negro dolor de corazón, la interminable profusión de papelitos y precisamente la invención de todo un pueblo de pobres almas, de un cortejo de máscaras que prosigue sin cesar, con fines de mistificación autobiográfica» («El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser«) (Siruela).cuaderno-cvcb-untitled-por-brigida-baltar-2004-galeria-nara-roesler-brasil-artnet

 Papelitos. Lápices. Sobre la «lapicería»  de Walser ya hablé en Mi Siglo. Lo mismo que sobre sus paseos. Y los papelitos en los que escribía sus microgramas me recuerdan a los papelitos escondidos en los bolsillos  que llevaba Stravinsky en los aviones para apuntar intuiciones, o a los papelitos con los que cruzaba las calles Juan Rulfo preparado para cualquier pensamiento.

(Imágenes: 1.-foto: Kevin Van Aelst.-The New York Times/ 2.-por Brígida Baltar, 2004.-Galería Nara Roesler.-Sao Paulo.-Brasil.-artnet)

MÚSICA EN EL AIRE


En ese avión que recorre el contorno de la tierra, ese avión entre luces y sombras, dejando atrás ráfagas y estelas, en ese avión que escapa, que pasa vertiginoso, va sentado Igor Stravinski en la segunda fila de clase preferente, y cuando pasa a su lado la azafata vestida de azul las manos del músico le piden por favor que, del carrito de las bebidas, le permita una pequeña servilleta para ponerse a escribir. Escribe Stravinski en cualquier trozo de papel, si no tiene servilleta en el sobre de una carta, al dorso de un menú o de un programa, lo importante es esbozar, trazar esos primeros rasgos que luego él pegará a las páginas de su agenda, convenientemente ordenado y numerado todo con lápices de colores, de tal modo que ese cuaderno suyo, tan personal, donde la inspiración le arrebata a veces entre las nubes, se vaya transformando en una especie de continuo collage.
Los creadores son así. Las mañanas el autor de El pájaro de fuego las dedica a la invención, las tardes las consagra a la composición. «El talento no se nos concede en propiedad, y tenemos que restituirlo«, suele decir. «Tengo más música dentro de mí, y tengo que darla. No puedo vivir recibiendo vida solamente».
Esta noche, cuando el avión llegue a su destino, Stravinski construirá en el hotel su propio ambiente. Extraerá de su maleta unas litografías que lleva siempre consigo y, quitando las ilustraciones triviales de la habitación anónima, decorará su propio estudio; colocará en su mesita de noche plumas, cartapacios de música, pinzas, secantes, un reloj de la época de los zares y la medalla de la Virgen que el compositor lleva al cuello desde su bautismo. Luego, apagando la luz, soñará en alemán, en inglés, en francés y en ruso con todo lo que le vaya diciendo la música.

NACIMIENTO DE UN LIBRO

Acabo de publicar un libro. El sexto en estos últimos años. La ceremonia de bienvenida la hemos celebrado ayer abriendo el paquete en el que la editorial me enviaba el volumen.
Luego hemos empujado un carrito de bebidas, pero en vez de bebidas hemos puesto unos versos de Dante y de Eliot. Después hemos hecho chocar los primeros ejemplares y el enunciado de los capítulos ha sonado como el cristal bajo el sol. Hemos brindado por la literatura, por las editoriales, por los lectores. Tabucchi, a mi lado, me decía:
-¿Sabes? La página impresa comporta una separación entre la obra y su autor, mientras que la página escrita, sobre todo si está escrita a mano y no a máquina, como en mi caso, conserva unos lazos sentimentales muy intensos.
Es cierto. Esa escritura con la que yo he ido hilvanando este libro, » El artículo literario y periodístico. Paisajes y Personajes«, esos paisajes que he visitado, los personajes que conocí – Baroja, Stravinsky, Ezra Pound -, entraban ahora en la habitación. Paisajes y personajes, sin embargo, se iban alejando también de mis manos y los ojos de los otros comenzaban a leer un libro que ya no era mío.

Salí a la calle. Al entrar en la primera librería que encontré pedí el volumen y de pie entre la gente empecé a leer aquellas páginas. No me reconocía. ¿Cuándo había escrito yo aquello? ¿En qué momento exactamente? Todos aquellos párrafos adquirían poco a poco distancia y las palabras publicadas pisaban a las palabras manuscritas y al fin aquellas palabras me miraron como si yo no fuera su autor.

Pensé en cómo los libros se emancipan. Las bienvenidas se mezclaban con las despedidas y las dos ceremonias secretas estaban ahora mirándome desde el escaparate ante el que acababa de pararse el primer lector.