EL CARDENAL DE PECHO ROSADO

 

 

“He tenido varias conversaciones con este pájaro – confesaba Simeon  Pease  Cheney enLa música de los pájaros”- . Por eso recurriré esencialmente a la memoria para transcribir su canto.  El plumaje negro y blanco del cardenal, y su pecho decorado con una  estrella de un  bermellón  brillante, atraen inmediatamente al ojo. Y su canto, fuerte, resonante, también seduce infaliblemente al oído. Está lleno de vivacidad y energía, como si tuviera prisa por terminar. Ningún pájaro pone más ardor que él en el canto. Aunque sobre el papel su canto se parezca al del petirrojo, y aunque el uno y el otro se expresen en mi bemol mayor y su menor relativa, el caudal y la calidad de la voz son muy diferentes. Me dicen que este pájaro deja oír también un grito silbado muy musical.

Durante sus migraciones otoñales vuela en grupo y a veces sucede que reclama comida a los granjeros; parecen tan domesticados y cómodos como si en las granjas estuvieran en su casa. Algunas bandadas han cruzado el norte de New Hampshire en el transcurso de su viaje hacia el sur en el mes de diciembre y han visitado plácidamente los lagares de sidra en busca de pepitas de manzana entre los desperdicios, aparentemente sin preocuparse para nada del frío.”

(Imagen – Tony Pinkevich)

MÚSICA DE LA NATURALEZA

El caballo relincha, el toro muge, el león ruge, el tigre gruñe, el mundo entero resuena de voces. Sólo los pájaros cantan  -recuerda el músico norteamericano Simeon Pease Cheney -. Son los artistas más delicados de la Naturaleza, que viven y trabajan por encima de la tierra”. Pero cuando Cheney desciende, por ejemplo, a escuchar al atajacaminos señala que éste “acentúa la primera y la última sílaba de su nombre -«whip-poor-will», en inglés – repitiéndolo valientemente y acentuando con más fuerza su final.(…) Los pájaros cantan magníficamente. Utilizan todos los intervalos de las gamas menores y mayores con una entonación perfecta, una voz pura, y ejecutándolos a la perfección; con un arte consumado de la melodía, un encanto magnético y espiritual que no posee ninguna otra música de la tierra».

Sobre la música de los pájaros he escrito alguna vez en Mi Siglo. Pero Cheney, además de acercarse al cielo exterior de los pájaros, descubre melodías en los interiores de las casas, allí donde el silencio de las cosas inanimadas y en las habitaciones de los objetos cansados, se escucha la música del agua de un grifo que gotea en un cubo medio lleno. «Me he quedado embelesado– dice Cheney en «La música de los pájaros« (Centellas) – por la música de una puerta que golpeaba perezosamente; producía unas sonoridades encantadoras, semejantes a las de un clarín que sonara a lo lejos, formando agradables acordes melódicos, mezclados con graciosas notas ligadas y con tecleados artísticos dignos de ser estudiados e imitados. Despertado por un viento violento una noche de invierno, oí cómo un vulgar perchero hacía arrremolinarse una melodía salvaje en unos intervalos de una pureza perfecta».

El oído se afina ante la animación de los objetos como el oído se afina tanbién ante el canto del jilguero amarillo, del tordo solitario, del charlatán, del verderón canoro o del cardenal de pecho rosado. Cheney fue el primero en Estados Unidos que se dedicó a transcribir directamente el canto de los pájaros en notas musicales. Pasó treinta veranos de su vida en los bosques de Nueva Inglaterra escuchando el canto de las aves. Y Antonín Dvorak  según puede leerse en el prólogo de este pequeño volumen – cuando estuvo en el verano de 1893 en un remoto pueblo de Iowa, dio largos paseos acompañado de este libro. Allí escribió su famoso Cuarteto de Cuerda nº 12 mientras meditaba en lo que decían estas páginas.

(Imágenes:-1.-Nathalie Maranda.- Gallerie de Bellefeuille/2.-pájaros de Durero/ 3.-foto por Paul Nicklen.-The National Geographic)