SOBRE LO VERDADERO Y LO FALSO

 

 

“Se es falso de diferentes maneras – dice   La Rochefoucauld -. Hay hombres falsos que quieren siempre parecer lo que no son. Hay otros, de mayor buena fe, que han nacido falsos, se equivocan ellos mismos y no ven nunca las cosas como son.  Los hay cuyo entendimiento es recto y el gusto falso. Otros tienen falso el entendimiento y alguna rectitud en el gusto. Y los hay que no tienen nada falso, ni en el entendimiento, ni en el gusto. De éstos  hay muy pocos  ya que, hablando en general, no hay casi nadie que no tenga alguna falsedad de entendimiento o de gusto.

 

Lo que hace tan universal esa falsedad es que nuestras cualidades son inciertas y confusas y que nuestras apreciaciones también lo son;  no vemos las cosas precisamente  como son, las estimamos en más o en menos de lo que valen y no las relacionamos con nosotros de la manera que les conviene y que conviene a nuestro estado y a nuestras cualidades. Este engaño introduce un número infinito de falsedades en el gusto y en el entendimiento : nuestro amor propio se  muestra halagado por todo lo que se presenta a nosotros con las apariencias del bien;  pero como hay varias suertes de bienes que interesan a nuestra vanidad o a nuestro temperamento, los seguimos a menudo por costumbre o por comodidad;  los seguimos porque los demás los siguen, sin considerar que un mismo sentimiento no debe ser adoptado de la misma manera por toda clase de personas.

 

 

(…) Las gentes honestas deben aprobar sin prevención lo que merece  ser aprobado, seguir lo que debe ser seguido y no presumir de nada. Pero para ello hace falta una gran ecuanimidad y una gran rectitud;   hay que saber discernir lo que es bueno en general y lo que nos es propio, y seguir entonces con razón la inclinación natural que nos lleva hacia las cosas que nos gustan.”

 

 

(Imágenes -1 – Fritz Winter – 1934/ 2- Byran Hunt -1990- artnet/ 3- Clarence Holbrook Carter – 1970/  4- Semyon  Falbisovich)

DIARIO DE UN ESCRITOR

Se ha dicho del «Diario de un escritor» – editado recientemente por «Páginas de  espuma» – que estos artículos y apuntes podrían pertenecer hoy muy bien a un determinado blog, el blog de Dostoievsi. Descienden a los subsuelos o sótanos de los temas y a la vez se remontan a la superficie de la actualidad. El gran novelista ruso devoraba los periódicos, estaba al corriente de todo.»Tengo nostalgia de todo lo cotidiano –decía -, deseo la actualidad«- En la extraordinaria y minuciosa biografía que le dedicó Joseph Frank al autor de «Crimen y castigo«, en el tomo que aborda «Los años milagrosos 1865 -1871» (Fondo de Cultura), se cuenta cómo Dostoievski, en Florencia, tras la terminación de «El idiota«, se refugiaba en la biblioteca Vieusseux para leer a diario los periódicos rusos y seguir al detalle los acontecimientos y choques de opiniones que tenían lugar en su país. Rusia y el mundo le interesaron siempre. «Escribo sobre lo visto, oído y leído», dice el novelista en marzo de 1876, «menos mal que no me he atado con la promesa de escribir sobre todo lo visto, oído y leído«. Ante lo que ha sucedido después en Rusia – han señalado luego los especialistas -, y precisamente por la extrema atención que el escritor dedicó a su época, es normal admitir que él logró predecir los excesos y sufrimientos hacia los cuales se dirigía su país.

Precisamente en marzo de 1876 recoge en el «Diario de un escritor» un relato que, entre tantos otros, conmueve. Lleva por título «La centenaria» y es la historia de Maria Maksímovna, una mujer de ciento cuatro años que atraviesa muy cansada la ciudad llevando una monedita de cinco kopeks en la mano para entregársela a sus bisnietos y que se queda al fin muerta, con la mano en el hombro de  su bisnieto mayor Misha, un niño de seis años, en el momento de darle la moneda.

«Misha – escribe Dostievski -, por más años que viva, nunca olvidará a la viejecita, cómo ha muerto, con la mano en su hombro, y cuando muera él, no quedará persona alguna en todo el mundo que se acuerde, que sepa que había existido mucho tiempo atrás esa viejecita que vivió ciento cuatro años, no se sabe para qué ni cómo. Por otra parte, para qué recordarla: no tiene importancia, de todos modos. De esta misma manera se van al otro mundo millones de personas: viven pasando desapercibidos y mueren desapercibidamente. Tal vez, solamente el  momento mismo de la muerte de estos hombres y mujeres centenarios tiene algo de enternecedor y apaciguante, algo, incluso, importante y conciliador: los cien años hasta ahora afectan al hombre de una manera rara. ¡Que Dios bendiga la vida y la muerte de gente sencilla y buena!«.

«No era una historia – dirá el novelista – sino una impresión del encuentro con una mujer centenaria  (efectivamente, ¿se encuentra uno a menudo con una mujer centenaria, y además tan llena de vida espiritual?)».

Siempre, siempre Dostoievski en el subsuelo de la memoria del alma y también en la superficie de la actualidad.

(Imágenes:-1.-«La procesión», de Illarion Mikhaïlovitch Prianichnikov, 1893, museo ruso de San Petersburgo/ 2.-«La hora del té», de Alexei Voloskov, 1851, museo ruso de San Petersburgo/3.-Semyon Faibisovich.-2oo8.-Regina Gallery.-Moscú.-artnet)