
Cuando uno se detiene en un comedor o en otro lugar de una casa a contemplar un bodegón, vienen las palabras del pintor Francisco Pacheco a preguntarnos: ”¿Pues qué? ¿Los bodegones no se deben estimar? Claro que sí, si son pintados como mi yerno los pinta —- (su yerno era Velázquez) —y merecen estimación grandísima; pues con estos principios y los retratos, halló la verdadera imitación del natural. Una vez en Madrid, año 1625, pinté un lencerillo con dos figuras del natural, flores y frutas y otros juguetes, y conseguí lo que bastó para que las demás cosas de mi mano pareciesen delante de él pintadas. Cuando las figuras tienen valentía, dibujo y colorido, y parecen vivas, y son iguales a las demás cosas del natural que se juntan en estas pinturas, traen sumo honor al artista.”

Pero los bodegones tienen su misterio. Muchos autores se han ocupado de él. ”El primer misterio – comenta Felix de Azúa— es el contenido mismo, esas composiciones con quesos, frutas, panes o conejos ¿Qué llevó a Velázquez, Zurbarán, Sánchez Cotán, a dar tamaña importancia a un asunto sin nobleza? Hay en las pinturas de Meléndez toda suerte de materiales tratados con supremo embeleso: barro, estaño, corcho, madera, loza. Aparecen utensilios domésticos, pucheros, aceiteras, almireces, jícaras, descritos como si fueran joyas. Lo que nunca vemos es la carne, los cuerpos, la sangre de los mortales. Estos bodegones son muy inquietantes y han sido repetidamente emparentados con cierta concepción gélida de la mirada que aparece después de la Revolución francesa.
Meléndez no componía sus bodegones, sino que pintaba uno a uno los objetos y los iba añadiendo y disponiendo sobre el lienzo según avanzaba. Hay que imaginar la escena —-sigue diciendo Azúa—. Meléndez se sitúa a pocos centímetros de una calabaza sometida a luz intensísima. Tras escrutarla como un miope, representaba hasta la menor arruga del epitelio. Luego hacía lo mismo con un pan de corteza arcillosa y así sucesivamente hasta acomodar, al final, un mantel de soporte. Estos objetos no están en ningún lugar, carecen de espacio común, no viven bajo la misma luz. Sus bodegones son producto de la obcecación, quizá de la alucinación.”

Alfonso E. Pérez Sánchez, que fue un gran especialista en el arte del siglo XVll, afirmaba sobre el bodegón que mantenía ” una sensibilidad humilde y grave a la vez, profunda e impregnada de un sentimiento casi religioso, que ordena los objetos con valor de trascendencia y parece, en ocasiones, tener un carácter casi religioso que a nosotros se nos escapan tantas veces. No es seguramente casual que algunas series de bodegones españoles procedan de clausuras conventuales, que hoy todavía se encuentran en sacristías catedralicias y que su más genial creador, Juan Sánchez Cotán, fuese fraile cartujo.”
