Londres tiene casi cuatro millones de jardines. Inglaterra es un jardín, escribía Kipling – así lo recuerda Ignacio Peyró en «Pompa y circunstancia» (Fórcola), el Diccionario sentimental de la cultura inglesa -. «La comparación del jardín inglés con la jardinería francesa sigue siendo un lugar común. Frente a la domesticación absoluta de la naturaleza por parte de los franceses, los ingleses preferirán su recreación. Frente a la simetría, la línea y la perspectiva, amarán la irregularidad, la curva y el marco. Frente al grand projet y el orden supremo, el apego a una belleza aparentemente casual, accidental, sobrevenida, natural, con su punto de «magnífico descuido», como decía la jardinera Vita Sackville-West. Así, mejor el culebreo de un arroyo que un canal rectlineo, mejor un boscaje de robles que una sucesión de setos recortados».
Es la «creación artificiosa del desdén»- no menos costosa, por cierto, que las grandes allées a la francesa, ni menos cercana a la mano del hombre». Peyró pasea sobre la piel de la Historia acompañado de célebres autores que glosaron de mil modos los jardines. George Orwell, por ejemplo, afirmaba que una de las cosas que más sorprendía al recién llegado al país era el amor tan ubicuo por las flores; Francis Bacon veía en el jardín el más puro de los placeres de los hombres y el doctor Johnson lo juzgaba como el entretenimiento de la razón».
Umberto Eco en su «Historia de la Belleza» recuerda que el jardín inglés “no crea de nuevo, sino que refleja la belleza de la naturaleza, no encanta en exceso, sino con la composición armoniosa de los escenarios”. Numerosas opiniones en torno a jardines y diversas visiones ante jardines innumerables. Cuando en Francia Octave Mirbeau se acerca al otoño que rodea a la casa de Monet en su retiro de Giverny describe cómo «las anémonas del Japón, con actitudes litúrgicas, balancean sus corolas esbeltas y blancas igual que cofias; los flox sonríen, cándidos corimbos, con la multitud de sus ojillos ingenuos;
los gladiolos rezagados despliegan sus suntuosos cálices y tienden sus cuellos liliáceos hacia el vuelo enamorado de las abejas. Y, en el aire lleno de todos estos reflejos, de todos estos estremecimientos, de todos estos pólenes, los vertiginosos girasoles hacen girar sus discos amarillos, llamean y rutilan, y las altas matas de los harpalium vierten el oro continuo de su inagotable floración».
(Imágenes.-1-Theodore Carl Butler/ 2.-Spencer Gore- 1914/ 3.-Felice Casorati- 1913/4- Pierre Auguste Renoir/ 5-Wilhelm Kühling)