TACHADURAS

 


“Cuando estoy en plena crisis de escritura — decía el francés Pierre Michon —, en mi mesa, escribo diez horas al día, entre dos y cinco páginas, primero a lápiz. Son páginas en las que algunas palabras faltan de entrada, pero en que la rítmica — es decir, la puntuación — tiene ya desde el principio la forma definitiva. Le doy muchas vueltas y tacho mucho. Pero  lo hago hasta que esas páginas me parezcan perfectas. Entonces no puede ya revisarse nada. Las tecleo de forma tal que, al día siguiente, no tenga libertad para corregirlas, sino obligación de seguir adelante.
Soy de los que vuelven a escribir diez veces la primera página, por ejemplo, pero que tachan muy poco cada vez que la vuelven a escribir. La décima versión puede ser diferente por completo de la primera; pero en el medio, tacho muy poco. La sobrecarga de tachaduras me parece que estorba para que surja algo largo…, en fin, cuando digo largo, quiero decir tres páginas. La tachadura bloquea las salidas. Cuando pongo muchas tachaduras es que estoy enfadado con mi texto, y a mí no me gusta enfadarme con lo que escribo porque resulta ruinoso para el vigor de lo que venga después. No hay que bloquearse contra el propio texto. Torturarlo así me daría pena, ya no podría seguir. Yo tengo muchos arrepentimientos, no paro de hacerme preguntas en todas las encrucijadas. Pese a todo, me obligo a seguir adelante. Hago una página en una mañana, la hago diez veces. Como digo, la décima vez la paso al ordenador. Entonces es intangible. Puedo aún corregir un adjetivo o dos en el ordenador, pero al día siguiente me pongo a redactar “ lo de después” de esa página. No vuelvo a tocar ya la página anterior, es decir, que lo ya escrito es como si estuviera petrificado. Es mármol.”

 

 

(Imágenes—1- manuscrito de Watt , de Beckett/ 2-Jonathan Edwards)

SENDERO DE RESPLANDOR

 

 

“En la vida hay una serie de relámpagos menores, también intensos, que iluminan de repente toda una escena. Recuerdo uno de ellos, al aire libre, un relámpago en lo alto de una mañana de Julio, un relámpago en pleno día, serían las siete y media u ocho menos cuarto de la mañana, un viernes, yo caminaba sobre la arenilla de un sendero no lejos de Punta Umbría, en Huelva, al sur de España. Había tomado la tarde anterior, una gran decisión y la había tomado en la confluencia de dos ríos, el Tinto y el Odiel , dentro de una barca, y ahora todas las piedras y árboles y setos que había en aquel camino aparecían inundados de sol, iluminados por el relámpago que siempre he visto allí, cada vez que he hecho memoria no he podido ver en aquel camino mas que la luz, un camino de luz blanca, un día blanco; mis pisadas sobre la arenilla y sobre las pequeñas piedras estaban invadidas de alegría, yo tenía en aquella mañana dieciocho años, las decisiones que se toman definitivamente y de pronto, es decir, tras una larga meditación, pero a la vez de pronto, a veces marcan un camino de luz, de insospechada alegría, entonces, uno no sabe por qué, ese sol y esa arenilla de los caminos que yo pisaba (es como si oyera aún las suelas de mis zapatillas de verano sobre la arenilla) marcaban y rodeaban el resplandor de la mañana, una mañana fresca y limpia, había una luz, o creo que había una luz, parece que aún lo veo, sí, sí había una luz en la superficie de las flores, estoy casi seguro de que era así. Son iluminaciones que duran, le acompañan a uno toda la vida. Beckett revivió toda su vida una iluminación oscura y nocturna en un muelle irlandés y volvió una y otra vez sobre ella y yo vuelvo a mi vez a este camino de resplandor, lo opuesto a la iluminación oscura, una mañana limpia e interminable en la memoria, cada vez que mi memoria abre una compuerta aparece igual que un flash, como una escena, este caminar mío muy de mañana en estos senderos no lejos de Punta Umbría, pocas veces he visto casas tan radiantes, a lo mejor no eran en sí radiantes pero yo así las veía, eran blancas y azules, techos azules, paredes blancas, puertas abiertas, era verano y primera hora, la vida estaba ante mí.”

José Julio Perlado – (del libro “Relámpagos”) (texto inédito)

 

 

(Imágenes -1- Thilda Blanche- 2017/ 2- Henri Matisse- 1938)

VISIÓN DE BECKETT

 

escritores.-tgyy.-Samuel Beckett

 

«Recuerdo el año transcurrido, tal vez con -así lo espero – algo de mi vieja mirada futura, está naturalmente la casa del canal, donde mamá se extinguía, en el otoño moribundo después de una larga viudez – escribe Beckett en «La última cinta» – (…) Espiritualmente, un año de lo más negro y pobre hasta aquella memorable noche de marzo, en el extremo del muelle, bajo el ventarrón, jamás lo olvidaré, en que todo se me aclaró. Al fin, la revelación. Me imagino que esto es, sobre todo, lo que debo grabar esta noche y ya no quede sitio en mi memoria, ni frío ni cálido, para el milagro que…(vacila)… para el fuego que la abrasó. Lo que entonces vi de repente, fue que la creencia que había guiado toda mi vida, es decir… grandes rocas de granito y la espuma que brillaba a la luz del faro, y el anemómetro que daba vueltas como una hélice; veía claro, en fin, que la oscuridad que yo siempre había rechazado encarnizadamente era, en realidad, mi mejor… indestructible asociación, hasta mi disolución de tempestad y noche en la luz del entendimiento y el fuego…»

 

escritores.-44fr.-Beckett.-por John Minihan

 

Todos los grandes biógrafos de BeckettJames Knowlson , Deirdre Bair – se detienen en esa noche del muelle, posiblemente situada en el puerto de Dublín. Deirdre Bair habla de esa «visión» que tiene Beckett esa noche y de su gozosa excitación que acompaña a la revelación de la orientación a partir de la cual se desarrollará toda su obra. En 1960, al poeta JohnMontague, le dirá Beckett: «lo que le falta es el monólogo, ¡el monólogo! No hay nada más cierto que eso». Y a Ludovic Janvier también le confesará Beckett que «la oscuridad que se ha esforzado él de rehuir» deberá aparecer a fin de cuentas como la fuente misma de su inspiración creadora. Esta revelación, señala Bair, tiene dos aspectos distintos; en primer lugar, Beckett se da cuenta de que todo lo que escriba de ahora en adelante saldrá del fondo de sí mismo, con sus recuerdos y sus sueños, por penosos que sean. En segundo lugar, a partir de entonces no necesitará ya ningún personaje novelesco netamente definido para contar sus historias, puesto que ya no será necesario ningún distanciamiento entre el narrador y su historia».

(evocación de Beckett, nacido en Dublín el 13 de abril de 1906)

 

escritores.-997n.-Beckett.-John Hurt en la última cinta de Krapp.-foto de Anthony Woods

 

(Imágenes.- 1.-Samuel Beckett/ 2.- Samuel Beckett- foto John Minihan/ 3.- John Hurt en «La ultima cinta»- foto Anthony Woods)

CUADERNOS Y LIBERTAD

escribir-ffvvy-cuadernos- Arnaud Maggs- mil novecientos noventa y siete   «Yo he escrito mis primeras palabras ante un muro, a los diecinueve años, en una prisión militar. Estaba sentado sobre el cemento helado de una celda y trazaba mis primeras palabras en un cuaderno, parecido a otro que reposaba en un taburete.

Había tres cosas en aquella celda, un taburete, una plancha apoyada en un muro para dormir y un orinal que yo iba a vaciar cada mañana al final del patio y del paseo.

Seis meses en aquella fortaleza. Yo escribía la palabra árbol y veía el árbol, escribía la palabra viento y sentía el viento, la palabra luz hacía entrar en el cielo puntos de humedad. Y los caminos rojizos de Provenza se abrían ante mis ojos desde el momento en que la tinta sobre la página dibujaban la huida. Yo me he evadido durante seis meses por un camino de palabras. Tomaba mi pluma y el mundo entero entraba en ella. Nunca me he sentido solo tras los altos muros de aquella fortaleza, abría mi cuaderno y lo veía todo.

Yo tengo siempre un cuaderno a mi lado. Hace cuarenta años que compro cuadernos de finas líneas rojas, violetas y azules. Pocas veces tomo el tren y aún menos el avión, entro en mis cuadernos como se empuja la verja de un parque, de un territorio mágico. Son ruidosos los arboles, el viento, las ciudades y la luz. Cada página es ruidosa como una estación o como un puerto. Cuando me despierto por la noche, no enciendo, no me muevo, escribo bajo mis párpados, dibujo palabras de luz sobre la página oscura del insomnio».

René Frégni

 

escribir-nbbg-escritores- Samuel Beckett- cuaderno de notas

 

(Imágenes.- 1.-Arnaud Maggs– 1997/ 2.- cuaderno de notas de Samuel Beckett)

GIACOMETTI O LOS BOCETOS DE LA MIRADA

 

 

 

gentes-nbn-Alberto Giacometti- Diego en camisa- Modern Evening Sale

 

 «Yo trabajo casi siempre con modelo  – decía Giacometti – Esto que me importa es la verdad, la realidad de los rostros«. Cuando se le preguntaba, por ejemplo, por la cabeza de su hermano Diego, muy frecuentemente dibujada, y se añadía que podría esculpirla con los ojos cerrados, Giacometti respondía: «En absoluto. Cada vez su rostro me parece nuevo». Le interesaban enormemente los rostros, y sus cabezas minúsculas, como los cuerpos alámbricos que representaba, han dado la vuelta al mundo en el universo de la escultura.

 

Giacometti-htvv- The Palace- mil novecientos treinta y dos

 

Ahora una nueva exposición sobre los bocetos de Giacometi tiene lugar en Madrid.

 

Giacometti-ybbn- esculturas

 

Vuelve a asombrar la legendaria economía de medios en sus figuras y ello evoca también la legendaria economía de medios con las palabras que empleara Samuel Beckett en sus novelas y en su teatro. Ambos, Giacometti y Beckett, padecían de insomnio, y muchas veces se encontraban hasta altas horas de la madrugada en un bar de Montparnasse charlando no sólo de temas intelectuales o artísticos.

 

Samuel Beckett and Alberto Giacometti

 

En medio de los dos parece elevarse el árbol escuálido de ramas desnudas que Giacometti  creó para «Esperando a Godot». Los dos pasaron muchas horas juntos para estudiar la mejor manera de fijar las ramas, entre el primero y el segundo acto, con las hojas concebidas igualmente por el escultor. Una vez las representaciones hubieron terminado, Giacometti ofreció a Beckett una de esas hojas y el dramaturgo reconoció: «Giacometti ha conseguido hacer un árbol hermoso para «Godot».

 

flores-nbu-Alberto Giacometti- mil novecientos cincuenta y dos

 

(Imágenes.-1.-Giacometti.-Diego en camisa- Foundation Maeght/2.-Giacometti- The Palace- 1932/ 3.-esculturas/4.- Giacometti y Beckett en 1961- vispoetica /5- Giacometti.-flores- 1952)

ASPECTOS DE LA BIOGRAFÍA

escritores.-5gyu.-Stefan Zweig y Maximo Gorki.-Sorrento.-1930

El primer rasgo que debe tener una biografía, según opinaba un gran conocedor del género como fue André Maurois, es la valiente búsqueda de la verdad. El segundo, la inquietud por la complejidad de la persona. También se ha dicho que el objetivo de la biografía es la transmisión verídica de una personalidad y que algo esencial en toda biografía es la elección de los detalles. Cuando Maurois escribe «De la biografía como obra de arte» desea recoger, aunque no lo comparte, el acercamiento que tiene Marcel Schwob al enfocar la vida de personajes muy distintos. «El arte del biógrafo consiste – había señalado Schwob -en valorizar tanto la vida de un pobre actor como la vida de Shakespeare. Es un bajo instinto el que nos lleva a ver con satisfacción el mechón en la frente de Napoleón. La sonrisa de Monna Lisa, de la que nada sabemos, es más misteriosa. Y una mueca dibujada por Hokusai, conduce a meditaciones más profundas». Pese al enorme encanto de este extracto – matiza Maurois sobre estas palabras-, no considero justas las ideas que expone. Lo propio de las vidas de desconocidos es que dejan escasas huellas, a menos que imaginemos a un hombre genial que haya escrito cartas admirables y no las haya publicado».

Monna Lisa.-2sdc.-Leonardo da Vinci.-museo del Louvre.-wikipediaLas biografías como género han continuado expandiéndose a lo largo del tiempo y tienen gran eco entre nuestro público. Sobre el trabajo de un biógrafo excelente y ameno como fue Stefan Zweig al escribir su «María Antonieta«, habló Friderike Zweig en sus Memorias «Destellos de vida» (papel de liar) y la polémica sobre si es lícito o no novelar de algún modo dentro de una biografía siempre ha estado viva. Mientras existen biografías muy fieles, minuciosas y enormemente documentadas como, entre otras, las de Painter y Ghislain de Diesbach sobre Proust o la de Knowlson sobre BeckettMaurois opinaba: «Críticos e historiadores han dicho sobre todo esto: «Quizá los  personajes tradicionales que se nos había descrito, el Wellington de la leyenda inglesa, el Washington de la leyenda americana, no eran verdaderos. Es posible, pero, ¿qué nos importa? No todas las verdades pueden decirse. A menudo conocemos historias crueles sobre nuestros amigos vivos, historias que nos guardaremos de contar. ¿Por qué íbamos a mostrarnos menos leales con nuestros amigos muertos y con los grandes hombres? No hay duda de que no fueron perfectos; no hay duda de que había una parte de leyenda en el retrato, demasiado bello, que se hizo de ellos. Pero, la leyenda, ¿no inspiraba acaso grandes cosas? Servía como ejemplo a hombres débiles elevándoles por encima de su propia talla. Por otra parte, ¿era acaso tan falsa? Las acciones de un hombre son, con frecuencia, más grandes que él. ¿No hay grande hombre para su ayuda de cámara? Esto no demuestra que hayan existido grandes hombres. Demuestra que ha habido pocos ayudas de cámara».

escritores.-ffoo.-André Maurois

En nuestras letras hispanas acaso unas biografías excelentes como las que escribió Gómez de la Serna sobre Quevedo, Lope de Vega, Valle- Inclán o en sus «Efigies» de Baudelaire, Ruskin o Gerardo de Nerval son ejemplo de la mezcla entre anécdotas verdaderas y anécdotas apócrifas, presentadas de un modo consciente, añadiendo que hubieran podido ser verdad. Al comentarlas, Carmen Bravo – Villasante, autora de una importante biografía de Pushkin, decía: «Estas anécdotas inventadas nos iluminan, a veces, tanto sobre la vida de los biografiados, que no podríamos prescindir de ellas en sus biografías. Con esto, el artista acentúa los rasgos característicos del hombre. Es la misma fantasía poética de Picasso en sus retratos, cuando pinta a Jacqueline con tres rostros o dos cabezas, para darnos la impresión sobrecogedora de la verdad de una personalidad«.

(Imágenes:-1.-Stefan Zweig y Maximo Gorki en 1930/2.-Monna Lisa.-Museo del Louvre.-wikipedia/3.-André Maurois.-tecnoculto.com)

¿EL FIN DE LA CALIGRAFÍA?

«Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida – confesaba Paul Auster hace pocos años -: encerrado en una habitación con  la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe...» De los cuadernos de los escritores como auténticas casas literarias he hablado varias veces en Mi Siglo. Quizá me he referido menos al movimiento de la mano, al vaivén de los dedos, a los roces de la piel de la palma deslizándose sobre la rugosidad o la tersura del papel mientras las articulaciones se comprimen o danzan. Ahora, el popular tabloide alemán « Bild»  eleva la alarma sobre el fin de la caligrafía: la escritura manual, es decir, el conjunto de rasgos que caracterizan la escritura de una persona – dice – se extingue.

La mano ha ido modificando cada vez más sus posiciones, las yemas de los dedos han dominado al fin sobre la mano entera y el cerebro deja manar su fluido precipitado hasta la misma punta de los dedos: en las yemas se condensa todo el pensamiento y el sentimiento del autor, y por tanto una vez más cerebro y mano se hermanan aunque ahora de manera distinta, unión que tantas veces ha tenido lugar en el curso de la Historia: no hay más que recordar el excelente ensayo de Benjamín Farrington, «Mano y cerebro en la Grecia antigua» (Ayuso) dedicado al arte de curar, a la evolución de la medicina griega. 

Pero el arte de curar las palabras es otra cosa. Los autores han cuidado y curado las palabras durante siglos sobre el papel, más tarde sobre la máquina de escribir, hoy ante el ordenador. Descubrir el proceso de creación se ha complicado más. Hay autores que no han querido dejar rastro de tal proceso. Así García Márquez, célebre por destruir los borradores de sus manuscritos, y al que, como recuerda Gerald Martin en su biografía, el ordenador no sólo ha cambiado por completo el proceso de su creación literaria, sino que además ha hecho más difícil seguir las fases de su desarrollo.

Cuando Martin evoca el fin de» El amor en los tiempos del cólera» agrega que «a García Márquez no sólo le embargaba el entusiasmo de haber terminado la novela, que inauguraba para él una nueva etapa, sino que también atravesaba por la euforia y la angustia de los usuarios del ordenador de aquellos primeros tiempos. ¿Contaba con una copia de seguridad, serían los disquetes de confianza, dónde podía guardarlos sin miedo a que sufrieran daños o se los robaran? Era muy consciente de ser uno de los primeros escritores célebres – tal vez el más famoso del mundo – en escribir una obra importante con ordenador. Acompañado de Mercedes y Gonzalo, además de su sobrina Alexandra Barcha, voló a Nueva York con los disquetes de la novela atados al cuello».

(Imágenes:- 1.-página del «Diario» de Katherine Mansfield del 6 de septiembre de 1911/ 2.-anotaciones de David Foster Wallace a una obra de Don DeLillo.-foto Harr Ransom Center/ 3.- primera pagina del cuaderno de «Watt», de Samuel Beckett/ 4.-manuscrito de 1984, de George Orwell)

LA ÚLTIMA VEZ QUE VIVÍ EN PARÍS

No la última vez que lo vi – lo he visto después muchas veces -, sino la última vez que viví en la ciudad, a punto ya de dejarla, como escribí entonces, el 1 de abril de 1970, en ABC:

«París, nueve de la noche, siete de la tarde, abril, marzo, domingo, sábado, martes… Dos años traspasados por París, años envueltos en papel parisiense, mojados en  tintas de del río de París, tocados con  teclas de una máquina por cuya cinta había ido pasando un París azul indefinible, interminable. Capital

sin tiempo en el espacio, me has seguido, te vas; ciudad sin espacios de tiempo, te seguiré, me voy. Despego de la piel de París sobrevolando manchas, veinte distritos, colina de Montmartre de la memoria, orilla izquierda del entendimiento, cuarto de Auteuil de la voluntad. Una conversación de años cruza ahora ese puente del Sena; viene un olor a gas de la Sorbona, un sabor a lágrimas llega del bulevar de L´Hopital. Es entonces cuando mis recuerdos corren. Hace dos años mis recuerdos aprendieron a andar : entré por el ojo del

puente de Saint – Cloud a la hora en que Gabriel Marcel acogía el gran premio de la Villa, en los días en los que un consejo de ministros concedía a la muerte una definición legal; me voy ahora con el cadáver de Adamov, mientras Beckett dialoga con silencios y cuando Mauriac relata cómo un hombre da a luz a su propia agonía.

Hechos de París intensos: horas igual que años, años como días. Mayo de 1968, mes en incendio: humo envuelto en gritos, tos que ahoga los pulmones de Francia, una fiebre ascendiendo, el vahído levantado por ese mal de la mar que se esconde en la tierra. Más tarde, durante mese de convalecencia, en semanas de párpados cerrados, la desconfianza se irá meciendo al vaivén del

sopor. Hechos de París veloces: se trasplantan corazones en Medicina; se trasplantan ambiciones en política. De las elecciones legislativas a las elecciones cantonales, un arco tiende una sombra de noticias. He ahí esa noche del 27 de abril de 1969 de la que Charles De Gaulle se lleva en parte su secreto; he ahí unas elecciones presidenciales colocando a Francia a la entrada de nuevos caminos. Es el periodismo en París, el periodismo de la noticia ardiente, hirviente; no bien se ha pasado la hoja de la actualidad del día, que otra hoja aparece, un hecho mata al otro, las luces cambian, salta el rompecabezas: es el vértigo. Es el tiempo alado, un calendario sin aliento.

Años en París. La larga mancha en piedra que esculpiera Rodin para Balzac, me sigue, me asalta… En la isla de San Luis resuenan pasos de Claudel andando cada mañana a Notre-Dame…, se alza un telón al otro lado del río, y del espacio, pendiendo de un clavo invisible, el cuerpo de Gerardo de Nerval… Rueda el círculo de la geografía, gira la rueda histórica de la ciudad…: suenan instrumentos de música cerca de la Estación de Saint- Lazare, viene un hondo silencio desde el Bois de Boulogne, llega un olor que nace en Montparnasse

Y luego el río, los ríos de libros que van bajando al costado del Sena… Es la rueda, los ríos, es el libro: libros que van formando el río y montan sus lomos unos contra otros, láminas de páginas, aguas invadidas de letras…Es Paris, el Sena de palabras y cuantas historias se va llevando el Sena. Capital sin espacio, te he seguido, te vas. Ciudad sin tiempo, me seguirás, me voy».

José Julio Perlado.-ABC.-1 de abril de 1970.

(por cortesía del Archivo de ABC)

(Imágenes.- 1.-Willy Ronis/ 2.-Brassai.-1935/ 3.-Göksin Sipahioglu/ 4.-Jeanloup Sieff.-1975.-Café du Flore/ 5.-Jealoup Sieff.-1954/ 6.-Brassai,.1945)

HABLAR Y CALLAR

«¿Es posible viajar un día para ver a un amigo, llegar y no hablar?» – se pregunta el historiador Peter Burke en «Hablar y callar» valorando el silencio -» Porque el motivo era ver al amigo, no hablar de uno u otro asunto«. Burke recuerda el libro «Portrais of «the Whiteman» del sociólogo- lingüista Keith Basso sobre el silencio de los apaches, tribu a la que no le gusta hablar mucho. Y evoca también que en la época de mayor éxito del dramaturgo Harold Pinter todos consideraban que, en su teatro, los silencios eran más importantes que las palabras. «Cuatrocientos versos – dice a su vez Steinerconcluyen la Alcestes de Eurípides, donde la heroína permanece de pie sin decir una sola palabra. La explicación técnica exige que sólo haya habido dos actores en el escenario. ¡De acuerdo! Pero ella no tenía que decir una sola palabra a su indigno marido al regresar de las tinieblas».

Prolongados, elocuentes silencios en Beckett, silencios en Pinter, silencios en cierta música moderna…

Maeterlinck decía que «usamos una gran parte de nuestra vida rebuscando los lugares en que no reina el silencio. Cuando dos o tres hombres se encuentran, no piensan sino en desterrar al invisible enemigo; porque ¿cuántas amistades ordinarias no tienen más base que el odio al silencio?». Entonces tendremos que volver a la referencia de Burke: a ese amigo que va en busca de su amigo para verlo solamente, no para hablar de nada. El silencio hilvanará todas nuestras conversaciones aparentemente desaparecidas, el eco de los eslabones de una amistad profunda. Estaremos entonces felizmente lejos de la polución de las pantallas, del tintineo de los móviles, del murmullo de los transistores. Los pasos del silencio nos irán poco a poco alejando de esa atmósfera certeramente dibujada por Steiner: «hablamos en exceso, con demasiada ligereza, volvemos público lo que es privado, convertimos en clichés de falsa certeza lo que era provisional, interino, y por consiguiente vivo en el hemisferio oscuro de la palabra. Vivimos en una cultura que es, de manera creciente, una gruta eólica del chismorreo; chismes que abarcan desde la teología y la política hasta una exhumación sin precedentes de las cuitas personales. ¿Y dónde está el silencio necesario para escuchar esta metamorfosis?«.

Vienen y van, mientras tanto, disueltas espumas de conversaciones que apenas rozan el silencio de la playa.

(Imágenes:-1.-Rodney Smith.-all-art-org/2.-costa de Normandía.- foto Fabrice Malzieu.-yelowkorner.com)

MANUSCRITOS EN PANTALLA

Becquer escribía sus Rimas en prosaicos libros de contabilidad, Galdós, Pereda y Pardo Bazán solían hacerlo en cuartillas apaisadas, a veces reutilizadas en el reverso de otros escritos (en el caso de Galdós se han encontrado apuntes o versiones desechadas de novelas). Otros poetas españoles improvisaban sus composiciones en folios, cuartillas u octavillas de papel de mala calidad. Ramón Gómez de la Serna escribía con tinta roja sobre papeles amarillos y empleando a la vez varias plumas estilográficas sobre distintos borradores. Curiosamente esa tinta roja se utilizó siglos antes para trazar una raya vertical a lo largo de las iniciales, en lo que entonces – en los monasterios – se conocía por rubricar.

¿Es ahora el fin del manuscrito con el teclear ante la pantalla del ordenador? Parece ser que sí. «Las diferencias emotivas entre el texto domesticado y encerrado en el ordenador – recordaba un gran especialista – nos lleva a pensar que la escritura, cuando ésta es manuscrita, traza en su recorrido las etapas sucesivas de la creación, la respiración, el pensamiento del autor, el gesto de su mano, incluso sus arrepentimientos«.

Borges en «El Aleph», Beckett en «El innombrable«, Keats en sus Cartas o Barrington, por ejemplo, certificando el don de Mozart para la música, nos traen cada uno de ellos el tono del pulso (incluso los ritmos interiores) al oprimir los dedos sobre el papel. Auster confiesa que siempre ha trabajado con cuadernos de espiral y que prefiere las libretas de hojas sueltas. «El cuaderno – declara – es una especie de hogar de las palabras. Como no escribo directamente a máquina, como todo lo escribo a mano, el cuaderno se convierte en mi lugar privado, en un espacio interior…Naturalmente, acabo utilizando la máquina de escribir, pero el primer bosquejo siempre está escrito a mano». «Con la nieve – dice Beckett en enero de 1959, en su casa de campo de Ussy -, el cuaderno escolar se abre como una puerta para permitir que me abandone en la oscuridad». Ya desde hace años las grandes Bibliotecas del mundo aceptan en su sección de manuscritos los originales de un autor mecanografiados, puesto que la máquina de escribir se ha considerado siempre un instrumento, igual que la pluma, que el autor ha utilizado según su necesidad, añadiendo luego, de su mano y con pluma, las pertinentes correcciones. Pero el ordenador es distinto: suprime el procedimiento intermedio – el original, el manuscrito – para realizar directamente la impresión.

Hemingway escribía en muchas ocasiones de pie y sobre un atril. También Tabucchi, apoyándose sobre un alto arcón, a causa de sus problemas de espalda. Pero lo importante en este caso no es la postura sino el soporte elegido. Como Auster, Tabucchi confiesa, como tantos otros, que escribe a mano, «en viejos cuadernos de tapas negras, que cada vez tengo más dificultad en encontrar. Los suelo comprar en una vieja papelería de Pisa, pero no siempre los tienen, por lo que debo encargarlos a Lisboa, donde todavía se encuentran en tiendas tradicionales, o bien abastecerme de una buena reserva en mis viajes a Portugal. Escribo en la página de la derecha y dejo la izquierda para posibles correcciones. Utilizo el cuaderno porque no sé escribir a máquina, escribo con un solo dedo. Si escribiera a máquina creo que podría hacer poesía concreta«.

(Imágenes:- 1.-manuscrito de Samuel Beckett.-Biblioteca Nacional Francesa/ 2.-manuscrito de «El Aleph» de Borges.-Biblioteca Nacional.-Madrid/ 3.-manuscrito de John Keats.-silvisky5-files/4.-fragmento de códice de «Las virtudes y las artes» de Nicolo da Bologna.-Biblioteca Ambrosiana de Milán.-divulgamat.ehu)