VIAJES POR ESPAÑA (25) : SALAMANCA Y MADRID

 


“Suelo experimentar en Madrid — decía Unamuno — un cansancio especial, al que llamaré cansancio de la corte. Cuando en esta tranquila ciudad de Salamanca salgo de paseo, carretera de Zamora adelante, se me cansan las piernas, seguramente, pero descansa y se refresca mi sistema nervioso. Mi camino está franco y despejado, no encuentro en él  detención alguna, nada me distrae, mi paso es igual, sin que haya de menester variarlo, y mi vista reposa en la contemplación; ya de la lejana y ahora nevada sierra, que parece un esmalte del cielo, ya en la vasta llanura de la Armuña, en que se tienden algunos puentecillos; ya a mi regreso, en la vista de la ciudad, dominada  por las altas torres de la catedral y su clerecía. Luego, a casa; me siento a trabajar, y a la vez que mis piernas descansan se activa mi cerebro refrescado por el paseo. Pero si en Madrid bajo por la calle de Alcalá y paseo de Recoletos, o recorro calles, he de variar constantemente de marcha: una pareja que está en la acera charlando y me obliga a ladearla; el transeúnte de delante que va más despacio que yo;  un coche que se me cruza cuando voy a atravesar una calle; este, que me saluda; aquel, que me llama la atención , el otro, que parece mirarme como a persona conocida; a cada momento rostros nuevos, conocidos y desconocidos, todo ello exige una serie de pequeñas adaptaciones, que convierte mi marcha en un acto mucho menos automático. Cada una de estas ligeras y casi insignificantes variaciones parece no tener importancia; pero la serie de ellas es como una descarga continua que acaba por  llevarme a cierto estado de fatiga sobreexcitante, casi de irritabilidad. Y llego luego a casa, y en vez del silencio y la quietud grandes que como en cariñoso regazo recogen nuestro sueño en el campo o en las tranquilas villas de reposado vivir, es ya un coche, ya rumor de gente que sale de un teatro, ya  cualquier otro ruido que nos perturba el sueño. Me parece difícil que sea verdaderamente reparador el sueño en una casa que a cada momento vibra al pasar un coche por la calle.”

 

 

(Imágenes-1- Calle Mayor- foto CAS  corhuys/ 2- Madrid- donado por Mario Fernández Albanés)

CANCIONES ESPAÑOLAS (5) : SALAMANCA

 

 

“Levantáivos, gañanes

para la arada;

ya se posa en los campos

la luz del alba.

Al paso de los bueyes

van los gañanes;

van cantando y arando

los surcos grandes.

El gañán en el campo

de estrella a estrella

mientras pasan los amos

la vida buena.”

”Cuarenta canciones españolas” – “ Arada” – Salamanca – Eduardo M. Torner -Residencia de Estudiantes – Madrid.- 1924

(Imagen —Raoul Dufy)

VIAJES POR ESPAÑA (12) : SALAMANCA

 

 

«Lo primero que me sorprende de Salamanca es el color de oro mate (mejor diría de salmón) de la ciudad –  escribe Emilio Bobadilla en «Viajando por España», en 1912 -. Esto obedece  a la piedra de que están hechos sus edificios, blanda como la arcilla al principio, y dura como el granito después. Así se explica que hayan podido cincelarla tan complicadanente, imitando las labores de los plateros. El tiempo la comunica ese matiz de barquillo indeleble.

 

 

 

De calle en calle salgo a la Plaza Mayor, original como ninguna otra de España. Viene a ser el foro salmantino. Por allí se pasea todo Salamanca. Tiene la forma de un trapecio. La circundan casas uniformes de cuatro pisos con soportales poblados de tiendas. En las enjutas de los arcos ostenta bustos de viejos reyes y próceres, de incierto parecido. En el siglo XVl se transformaba en plaza de toros. Los arcos se cerraban con una barrera, detrás de la cual se congregaba el pueblo, y los balcones se convertían en palcos. La tauromaquia estaba entonces en mantillas y los toreros eran puramente de afición.

 

 

(…) De la Plaza Consistorial salto a la Plazuela del Corrillo. Es triangular. Sus puertas desquiciadas, sus barandajes torcidos, sus paredes hidrópicas, sus vetustos guardapolvos, sus ventanas mohosas con cortinas de colores, sus columnas hundidas, sus portales oscuros, sus tejas rotas… forman un conjunto anárquico y pintoresco. Las lugareñas, de ampulosos y burdos refajos, peinadas al estilo… plateresco, venden allí en míseros tenduchos, sentadas en el suelo, legumbres, huevos, pollos y gallinas. (…) La calle de San Pablo me conduce a la «Casa de la Salina», llamada así por haber servido de almacén de sal en otros tiempos. A poco andar, diviso la granítica  «Torre del Clavero», sólida, esbelta y rubia como el trigo. Casi enfrente está el «Parador del Clavel«. Los caballos, las mulas, los burros se apiñan coceando en el zaguán. De los travesaños del techo y de las paredes cuelgan albardas, zanzarros, arneses, alforjas, sombreros y mantas. En el suelo se hacinan los cántaros de leche, los serones, los cuévanos vacíos, las botas de montar, las espuelas (…) Caballero en un mulo, llega un charro, erguido, seco, de ancho sombrero, la manta al hombro, ceñido el busto por una faja carmesí. Su  cara respira una nobleza de viejo hidalgo.  Luego llega otro, el brazo izquierdo arqueado sobre el muslo; en la mano derecha la brida; gallardo, musculoso; los cañones incipientes de la barba le azulean el perfil casi griego; la mirada es imperiosa, los labios son finos y pequeños. Se apean despacio y gravemente como caudillos victoriosos. Detrás viene un arriero rechoncho, montado en un rucio de orejas caídas, pintura viva de Sancho Panza. Luego otro charro en una yegua nerviosa, de pupilas parlantes, que  piafa y caracolea».

 

 

(Imágenes -1-cronica de Salamanca/ 2.- charro y gitanos -Laurent -todo colección/ 3- Salamanca- 188o- The Bridge- todo colección/ 4.-Salamanca – siglo XlX- Venancio Gombau- Pinterest)

UNAMUNO ÍNTIMO

Hace pocos días hablé aquí del Unamuno articulista comentando sus temas y motivos, pero hoy, cuando uno se aleja un momento de sus obras y letras y camina por los recuerdos de la ciudad de Salamanca, entre sus cafés y sus calles, aparece sin duda el Unamuno íntimo, aquel glosado, entre tantos otros, por Manuel Gómez – Moreno en sus «Retazos» (Consejo Superior de Investigaciones Científicas:

«Unamuno evocaba el historiador en 1951 – tenía un círculo de amigos limitadísimos, con quienes vagaba por carreteras y por la plaza de Salamanca a la caída de la tarde: eran don Luis Maldonado, catedrático de gran prestigio y trato encantador, dado a publicar cuentos charros y hurdanos, preciosísimos, que es lamentable no alcancen difusión, y eran también los hermanos Rodríguez Pinilla, ciego uno de ellos, el Cándido, modelo de bondadoso carácter y poeta muy estimado (…)».

«El porte de Unamuno era muy modesto, y acrecía sus ingresos pecuniarios mediante artículos en Revistas, sobre crítica literaria americana, burlando él mismo de sus habilidades para sortearla sin ofensa personal. Se entretenía, aparte de amasar bolitas de pan con los dedos, haciendo dibujillos del natural, con gracia y sentido observador agudo, pero rehuyendo la disciplina académica; también, haciendo pajaricas de papel, arte sobre que escribió, riéndose, aquella Cocotología adjunta a la susodicha novela, y las tenía de invención propia. Le vi excitarse en grande mirando las pizarras escritas de Lerilla, entusiasmado con lo de no adivinarse su contenido, y me costó trabajo negarle alguna, puesto que le sería fácil lograr otras; y, en efecto, sacó conversación en el café sobre ellas».

Ramón Gómez de la Serna, por su parteen las páginas que a Unamuno le dedicó, describe su caserón barroco salmantino y cómo en una de aquellas habitaciones el escritor se envolvía las piernas en una manta y en medio del frío ambiente recitaba durante muchas tardes invernales, viendo a través del balcón una ventana barroca de las Úrsulas, las poesías que había escrito en el destierro de Fuenterrabía. Y RAMÓN cuenta la anécdota – conocida – que, entre tantas otras, tuvo resonancia: «En la moda de ir contra el Reydice Gómez de la Serna – figura Unamuno algunas veces, pero el Rey condescendiente y moderador, le otorgó la Cruz de Alfonso Xll. Para dar las gracias a Su Majestad pidió audiencia; se la concedieron y cuando estuvo en la cámara regia dijo con voz huraña y sincera: «Vengo a presentarme ante Su Majestad porque me ha dado la Cruz de Alfonso Xll, que me merezco». «Es extraño – repuso el Rey -, los demás a quienes he dado la Cruz me han asegurado que no se la merecían». «Y tenían razón» – contestó  don Miguel«.

Al  otro lado del Unamuno íntimo, seguía siempre Salamanca en la noche, aquella ciudad tan querida sobre la que él escribió:

«¡Oh Salamanca, entre tus piedras de oro

aprendieron a amar los estudiantes

mientras los campos que te ciñen daban

jugosos frutos!

Del corazón en las honduras, guardo

tu alma robusta; cuando yo me muera

guarda, adorada Salamanca mía,

tú mi recuerdo.

Y cuando el sol, al recostarse, encienda,

el oro secular que te recama,

con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,

dí tú que he sido».

(Imágenes:- 1.- Unamuno.-dibujo de Ramón Casas.-1904/ 2.-dibujo de Unamuno: «Campos de Castilla».-Universidad de Salamanca.-suite 101/3.-dibujos de Unamuno/ 4.-plaza de Salamanca por la noche.-pais liones)

OLORES INFANTILES, OLORES FAMILIARES

«A las albas de mi niñez – cuenta Eugenio D`Ors en sus Confesiones y recuerdos«-, van ligados dos olores. El primero es el olor de zanahorias descompuestas. Yo nací en lo más céntrico de la ciudad, cuyo urbanismo iba, poco después, a transformarse tanto, en la casa número 3 de la calle Condal, en la inmediatez de la Puerta del Ángel, cuyas murallas desaparecieron.(…) Los bajos de aquella casa, cuyo primer piso ocupaba el consultorio médico de mi padre y en cuyo entresuelo vivía mi abuelo igualmente, han conservado, hasta fecha muy cercana al día de hoy, (este texto de D`Ors es de 1950, publicado en «Correo Literario»), dos tiendas, además de un cuchitril de portero. En la portería actuaba, hacia la época de mi venida al mundo, un zapatero remendón; años transcurridos, el ocupante pasó a ser un relojero. Una de las tiendas se dedicaba al comercio de libros rayados. Pero la otra tienda siguió intacta. Era una vaquería. (…) El olor del pienso vacuno no había manera de suprimirlo. Para perderlo de olfato dio ocasión un cambio de domicilio, que se transportó, hacia los dos años de mi vida, a la calle de San Pablo, señoril y hasta entonada aún. Allí, el olor que se respiró fue muy otro. Frente al número 15 se abrían los almacenes del papel de fumar Valadia. Una esencia picante y característica llegaba hasta nuestros balcones, cuando estaban abiertos, y acompañaba nuestros primeros pasos por la calle. Entrambos olores, el del pienso de zanahorias y el del papel de fumar, dan un fondo común de paisaje olfativo a los recuerdos de mi primera infancia».

Son los olores muchas veces compañeros de las visiones, y éstas de las audiciones y del gusto, y todas ellas también del tacto, y así los primeros pasos de los sentidos en muchos niños que un día quizá lleguen a ser escritores quedan impresos en sus mentes y al fin no tendrán más remedio que volcar todo ello sobre un papel. Si se considera memorable la secuencia de Proust cuando escribe «en cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado de tila que mi tía me daba (…), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres…», este sabor nos está abriendo las puertas de las reminiscencias y nos empuja a grandes tiempos de espacio y de novela. Pero el olfato siempre estará presente también. Olor proustiano de habitaciones cerradas – de dormitorios, de pabellones de caza, de recintos en los Campos Elíseos-, olores igualmente de espinos,», retenidos en sus elementos untuosos y densos», dirá Proust, olores en la avenida de las Acacias » cuyos perfumes, que irradiaban en derredor, hacían sentir de lejos la proximidad de una potente y suave individualidad vegetal«: blandura, unción, densidad, pesantez de tantos olores diversos y mezclados, modalidades sustanciales de aromas volátiles que se expanden en un espacio aéreo.


Siempre pues hay olores en las vidas, también en las literaturas.

Gil de Biedma, en «Retrato del artista en 1956«, desgrana los olores que le acompañaron:

«El olor a cuerpo y a prendas miserables. Los vagones del metro. Madrid: carne recalentada y ropa de difunto y un deje de grasa de chorizo, para fijar el aroma igual que el barniz una pintura. Londres: lana húmeda, chocolatinas baratas, cocina de manteca rancia, fish and chips, verduras tristes. París: sé que tiene un olor, pero se escapa.

(…)

Olor a escarcha y fuego de leña verde, pavesas en el aire. La Nava, años de la guerra civil, camino de la escuela en las mañanas.

Cocido y cuero recién curtido: Salamanca«.

 Olores retenidos. Olores conservados. Olores siempre.

(Imágenes:- 1.- John Singer Sargent.- 1885-1886.-Tate Gallery.-Londres/ 2.-Valentín Aleksándrovich Seróv.-Mika Mo Morozov.-1901.-State Treytakov Gallery.-Rusia/ 3.-Brassaï -Quai des Orfévres.- 1930-1932)

LOS PASILLOS DE TORRENTE BALLESTER

«Hoy es martes diez – escribe Torrente el 10 de agosto de 1971 -. Estoy en Madrid, y tengo aquí delante, encima de la mesa, un razonable montón de cuatrocientos y pico folios con La Saga Fuga puesta en limpio, y esta mañana he entregado a Merceditas, por fín, el prólogo y el epílogo. (…) Dentro de dos días me lo tendrá en limpio; entonces sí que podré decir realmente que está completa La Saga Fuga. ¡Vaya por Dios, el trabajo que me dio! Y ahora falta saber si va a servir de algo o no va a servir de nada».

Es la voz de Gonzalo Torrente Ballester, con 61 años, tumbado en el sofá, la habitación a oscuras y dictando al magnetofón, el aparato que Torrente llamaba magnetófono, ya que Dámaso Alonso le había recomendado que usara esa palabra. Por su parte Luis Rosales se había traído de América uno de aquellos «maravillosos chirimbolos» – dice Torrentey el autor de «Don Juan» pensaba en la posesión de un magnetófono como puede pensarse – son sus palabras – en la posesión de la inmortalidad. «Yo escribí La Saga Fugaconfiesa -, pero sólo en el sentido material, como la pudo escribir un medium. Me fue dictada desde el espacio propio de los magnetofónos por una voz despectiva y admirable. (…) Los Fragmentos del Apocalipsis me los dictó un aparato japonés. Para Las sombras recobradas utilicé uno europeo, y ya se ve la diferencia. Volví al japonés con la obra siguiente, y ahora mismo, en trance de comenzar otra novela, no me he decidido con cuál de ellos trabajar».

En Mi Siglo he hablado ya alguna vez de los escritores que dictan al magnetofón, como es el caso del chino Gao Xingjian. Desconozco las ventajas e inconvenientes de tal sistema. Pero en el caso de Torrente Ballester, además del aparato al que habla en esa habitación a oscuras,  hay que hacer obligada referencia a los pasillos que existen al otro lado del despacho. Pasillos en Ferrol, en Pontevedra, en el campus de Albany en Norteamérica, en Vigo, en Madrid, en Salamanca, recorridos interminables de pasillos, idas y venidas entre editores – 33 años para editar «La Princesa Durmiente va a la escuela» -. pasillos uniendo habitaciones, ciudades y destinos, colaboraciones en periódicos, clases, críticas teatrales, toda suerte de actividades diversas para mantener a su dilatada familia.

En ese delicioso y revelador libro que es Los cuadernos de un vate vago (Plaza Janés) están volcadas las experiencias de un autor que habla consigo mismo en la oscuridad de la creación, los pies extendidos entre la esperanza y el desencanto, la cabeza bullente de ideas. «El que no llora no mama – le dicta al magnetofón el 13 de abril de 1970 -, y yo no lloro, y el que no está delante corre el riesgo de ser olvidado, y yo soy en muchos aspectos el amigo, el escritor, el hombre de quien sistemáticamente todos se olvidan. Hay que estar en el huevo, en la corriente, en el centro de los acontecimientos; es decir, en Madrid, y si no se está en Madrid, portarse de otra manera. Pero yo no sé si soy tímido, indiferente u orgulloso: el hecho es que no estoy, ni escribo, ni doy la lata. Hoy he hablado de Cervantes como fracasado ¿Qué hubiera preferido él, esta gloria póstuma o un poco de éxito mientras vivía?».

Las reflexiones de Torrente son múltiples pero lo que asombra es cómo puede dictar en la oscuridad constantemente interrumpido por cuanto sucede en ese pasillo familiar, que él mismo va anotando:«¡Esas puñeteras niñas – dice el 17 de mayo de 197o – podían ir a gritar al vientre de su madre! A ver si cuando el barco salga se marean de una puñetera vez y no salen de la cuna o de la cama!»(…)»Bueno. Aceptaremos la muerte en el exilio…(se refiere a América) – dicta, hablando consigo mismo, el 11 de julio de 1972 -¿Qué le vamos a hacer, Gonzalo, qué le vamos a hacer? Mientras me llega, que Dios me dé suerte y pueda sacar adelante a mis hijos. Gracias a Dios. Si puedo aguantar allá cinco años, y tendré sesenta y siete, regresaré a España ( si entonces se puede regresar) con un pequeño retiro, y aquí podré…

En fin: interrupción, accidente, brecha en la rodilla de Francisca, mercromina, tirita, el ritual acostumbrado. Ya no sé qué estaba diciendo ni de qué me estaba quejando. En fin, el resumen es que hay que preparar el viaje de todos. El clan Torrente se muda de unidad de destino. ¡Yo que pensaba hacerlo al Reino de Aragón; yo que pensaba en Palma de Mallorca no hace más que un año…! Me resigno al regreso, declaro dos años perdidos; perdidos una casa y unos muebles…¡yo que sé! ¡Yo que sé, Gonzalo, yo que sé! Esta facilidad con que tomo decisiones insensatas, y lo que es peor, con que las llevo a cabo, me hará llegar a la muerte sin un céntimo con que pagarme el entierro; Gonzalo, eres así ¡Qué le vamos a hacer…!».

El magnetofón iba recogiendo aquellas lamentaciones, aquellas ilusiones. Gran creador, sobre todo en La Saga Fuga, poseía Torrente un humor singular: se contemplaba en el espejo de sí mismo y por el pasillo familiar y el de la vida iban y venían las pequeñas heridas de los hijos y a veces las grandes de las críticas, los silencios, los aplausos al fin. Con ese humor me contó una vez cómo un día, pronunciando una conferencia, acaso por el cansancio o por el tono monocorde de su propia exposición, poco a poco, dulcemente, se fue quedando dormido ante el público.

(Pequeña evocación en su centenario: 1910-2010)

(Imágenes:- 1.-Torrente Ballester.-2.-foto Chema Conesa.- elmundo.es)