ROSTROS Y ESPEJOS

«El acto de la mirada – dice Jean Starobinski – no se agota en el momento: lleva consigo un impulso perseverante, una reanudación obstinada, como si estuviera animado por la esperanza de acrecentar su descubrimiento o reconquistar lo que se le está escapando».

«Lo dijo Goethe en una Elegía famosa: las manos quieren ver, los ojos desean acariciar. A lo cual se le puede añadir: la mirada quiere convertirse en palabra, acepta perder la facultad de percibir de manera inmediata, para adquirir el don de fijar de modo más duradero lo que se le escapa»,

«De todos los sentidos, la vista es aquél en que la impaciencia domina de modo más manifiesto. Fascinar, es decir, hacer brillar el fuego de lo oculto en una pupila inmóvil».

«En los ojos están incluidos, en cierto modo, todos los demás sentidos y, en la práctica del lenguaje humano, a menudo, ver y sentir, viene a ser lo mismo», recuerda, citando a Bossuet, el mismo Starobinski.

Luego la mirada desciende, se concentra en lo escrito. Intenta dibujar en el papel todo cuanto ha mirado. Pero no recuerda bien lo que le dijo la mirada. El rostro es el espejo del alma, está escribiendo con el lápiz, y sus ojos los refleja el espejo.

(Imágenes: 1.- señora Flor.-Londres- 1921.-E. O. Hoppé.-Hoppé Portraits.-npg. org/ 2.-Tilly Losch.-E. O. Hoppé.-1928.-Hoppé Portraits/ 3.-Ezra Pound.-1918.-E. O. Hoppé.-Hoppé Portrais/ 4.- Hebe (Constanza Vesellier).-1917.-E. O. Hoppé.-Hoppé Portraits/ 5.-William Strang.- 1909.-E. O. Hoppé.-Hoppé Portraits)

LÉVI-STRAUSS

LEVI STRAUSS.-BB.-foto Daniel Mordzinski.-EFE«La invención de la melodía es el supremo misterio de las ciencias humanas». Esta frase de Lévi-Strauss, repetida muchas veces por Steiner en sus libros, asombraba al autor de «Gramáticas de la creación».

En 1967, las Conversaciones de «L´Express» con diversos intelectuales del mundo recogieron, entre otras, estas declaraciones del pensador recientemente fallecido: «Es posible que nuestro mundo camine hacia un cataclismo o hacia una guerra atómica que extermine a las tres cuartas partes de la humanidad. En ese caso, el cuarto restante se encontrará en unas condiciones de vida bastante parecidas a las de las sociedades que estudiamos. Pero, incluso si se descarta esta hipótesis, podemos preguntarnos si nuestras sociedades, cada vez más grandes y cada vez más parecidas las unas a las otras, no tienden a recrear en su propio seno ciertas diferencias, centradas sobre ejes diferentes a los que ahora presiden el desarrollo de las similitudes.».

La mezcla de ideas materialistas, marxistas y freudianas llevó a Lévi-Strauss a una antropología que fue calificada por muchos como «antihumana», entre otras cosas por la disolución que supone de la persona. Emmanuel Lévinas, filósofo del Otro y del Rostro,  al cual me he referido más de una vez en Mi Siglo, declaró sobre Lévi-Strauss: «El ateísmo moderno no es la negación de Dios, es el indiferentismo absoluto de «Tristes trópicos«. Lévinas denuncia el lenguaje reducido a un sistema de signos, la formalización matemática. «El pensamiento contemporáneo se quiere mover así en un ser sin trazas humanas, donde la subjetividad ha perdido su sitio, en medio de un paisaje espiritual que se puede comparar a aquel que se ofrece a los astronautas que, al llegar los primeros, ponen su pie sobre la luna donde la tierra misma se muestra deshumanizada».

Recuerdan de algún modo estas frases de Lévinas las declaraciones que Heidegger hiciera a la revista Spiegel en 1966 mostrando su recelo ante ciertas actitudes del mundo actual: «Todo funciona – decía Heidegger -. Esto es precisamente lo inhóspito, que todo funciona y  que el funcionamiento lleva siempre a más funcionamiento y que la técnica arranca al hombre de la tierra cada vez más y lo desarraiga. No sé si usted estaba espantado, pero yo desde luego lo estaba cuando vi las fotos de la Tierra desde la Luna. No necesitamos bombas atómicas, el desarraigo del hombre es un hecho. Sólo nos quedan puras relaciones técnicas. Donde el hombre vive ya no es la Tierra«.

cielo.-121.-por Cornelia Parker.-Galeria Carles Taché.-photogrfie.-artnet

(Imágenes:-1.-Claude Lévi-Strauss.-foto Daniel Mordzinski.-EFE/ 2.-«Einstein abstract».-1999.-foto Cornelia Parker.-Galería Carles Taché.-artnet)

ROSTROS

«El rostro humano es una cosa más perceptible y corporal, pero más compleja, variable y vital que las demás cosas» – recordaba yo hace poco en un artículo -. El rostro humano – se ha comentado al estudiar el Alto Renacimiento y el Barroco – es más importante, bello y poderoso que las cosas. Por fin – se concluyó en la época moderna – el rostro es más cambiante, inestable, perecedero pero siempre más vital y espiritual que las cosas.

Ahora que se cierra en estos días una excelente exposición en el Prado sobre «El retrato del Renacimiento», el rostro dentro del retrato permanece más que nunca  con nosotros, se cruza en nuestras calles y nos aborda y lo abordamos diariamente intentando desvelar su esfinge. A a su vez el retrato sigue abriendo debates, opiniones y polémicas.  Robert Rosenblun, al comienzo de un catálogo titulado «Los hechos contra la ficción»  en la exposición itinerante «Retratos públicos, retratos privados 1770-1830«,   aseguraba que «el retrato se ha convertido en el siglo XX en un género amenazado. Los análisis convencionales de la evolución del arte moderno han sentenciado que a los impresionistas les resultaba hasta tal punto indiferente la gente que pasaba delante de sus ojos que no dudaban en pulverizar su identidad mediante manchas de luz coloreada. En cuanto a Cézanne, se daba por supuesto que cuando representaba una y otra vez a su infinitamente paciente esposa, Hortense, por completo insensible a los rasgos o la personalidad de ésta, no veía en ella más que el equivalente inerte de las manzanas o los melocotones que se esforzaba en pintar. Las revoluciones artísticas del XX habrían supuesto, por su parte, un eclipse del retrato aún más completo. ¿A quién se le ocurriría encargar un retrato a Mondrian o a Rothko? Incluso a los gigantes con los pies más en la tierra del arte moderno supondría un grave riesgo hacerles una proposición semejante. Matisse era muy capaz de disolver un modelo en el color y Picasso en una montaña cristalina. El retrato parecía recular hacia un pasado hacía mucho revolucionado, constituyendo un género evocador para ricos y vanos mecenas, así como propio de artistas poco inquietos que habían elegido la viciosa vía comercial en vez de la virtud estética».

Pero estas frases de Rosenblun, que fueron luego convenientemente matizadas por él, marcharon luego paralelas  a la gran exposición «El espejo y la máscara. El retrato en el siglo de Picasso» que se celebró en 2007 en el Museo Thyssen de Madrid.  El retrato en la pintura moderna destacó entonces con su potencia y  colorido. El rostro siempre fascina, y el retrato lo enmarca. La fotografía a su vez reta también al rostro y el rostro no puede sustraerse a ella. Ni los ojos fijos de Gloria Swanson  en 1924 , ni la mirada alejada de Greta Garbo en 1928 observando algo y sin querer observarnos a nosotros y permitiendo ser observada.

El misterio del rostro permanecerá siempre. Esconde algo que ni siquiera el rostro conoce. Pinceles y cámaras se acercan presurosos, procuran recogerlo y no siempre lo consiguen porque muchas veces el rostro escapa.

(Imágenes: «Gloria Swanson», 1924.-foto: The Museum of Modern Art/ Retrato por Alexei von Jawlensky.-artdail.org/ «»Greta Garbo», 1928.-Edward Steicher.-foto: Conde Nast Publications.-The New YorkTimes)

LOS ROSTROS DE LA TELE

Anoche, viendo el telediario con Emmanuel Lévinas, sentados como siempre en el sofá del salón, aparecieron de pronto esos rostros de todas las noches, esos rostros doloridos de mujeres crispadas, de mujeres golpeadas, de niños abandonados, esos rostros de Rembrandt llenos de pústulas de violencia, esos rostros con los labios abiertos y las manos tendidas, esos rostros y cuerpos doblados en despedidas, ojos de infancia desamparada, llanto, desesperación, destrucción.
Me atreví a musitar como todas las noches:
-¡Qué horror…!
Y seguí cenando el plato de la costumbre, que por cierto estaba muy bien cocinado, era como siempre muy sabroso, no se cansa uno de comer la costumbre mientras se dice por lo bajo todos los días mirando al televisor:»¡qué horror!, ¡pero qué horror!…»
Pero los filósofos son distintos. Mirándome Lévinas mientras cenaba no pudo ya contenerse:
-La piel del rostro -me dijo- es la que se mantiene más desnuda, más desprotegida, ¿sabe usted? La más desnuda, aunque con una desnudez decente. La más desprotegida también: hay en el rostro una pobreza esencial. Prueba de ello es que intentamos enmascarar esa pobreza dándonos poses. Y además el rostro habla. El rostro es lo que nos prohibe matar, es como una extraña autoridad desarmada. El rostro es lo que no se puede matar, o, al menos, eso cuyo sentido consiste en decir: «No matarás».
Me quedé con la costumbre en la cuchara, pensativo, sin querer cenar más.
Me miraba desde el televisor el rostro de todas las noches, un rostro irrepetible, único. Luego sonó un golpe seco y desapareció de la pantalla.