» A veces pensamos que unos aires de música oídos tiempo atrás y en otro lugar tienen el poder de despertar en nosotros el recuerdo y como el encanto de los lugares, de la época en que los oímos. Pues el recuerdo conserva el pasado sin mutilarlo, y lo que unido estuvo en la realidad unido queda en nuestra memoria. Y esas músicas naturales que no contienen, como las músicas de arte, un sentimiento independiente del tiempo en que las oímos, que no tienen ninguna otra cosa que expresar, cuánto más vivamente conservan para nosotros el mismo encanto de la hora, de la estación, del país en que las oímos. Y este encanto no está sólo aquí, como en la música humana, en nuestra memoria, está verdaderamente en esas músicas naturales. Una melodía de Schumann puede
recordar la voz amada que la cantaba. Bien sabemos que no ha conservado nada de ella, que desde entonces ha sido de otras muchas voces, que, como la naturaleza, deja que cada uno esconda en ella su felicidad y sus recuerdos sin cuidarse de ellos, sin sentirlos, sin preferir ninguno, porque es de todos, porque expresa un ideal más elevado, superior a los individuos. Sabemos que presta simplemente su belleza a las ilusiones de nuestro recuerdo y que, mensajera indiferente, irá así hacia cada uno, llevándole el recuerdo que le es caro y que ella no ha conservado, de la misma manera que los bosques son bastante profundos para guardar tantos secretos como confesiones han oído, para enterrar tantos
goces como amores han escondido. Pero esas humildes músicas naturales tienen una relación profunda, una armonía oculta con la estación en que fueron oídas. Puede decirse que nacieron de su esencia y participan simplemente de su encanto. Nacidas de ella, voces de despedida de la golondrina en cuanto llegan los primeros fríos, o zumbido de las moscas cuando asoma el calor, esas músicas nos hablan de la estación con toda naturalidad, puesto que es la estación misma quien nos habla en sus cantos. No hay necesidad de nuestra amiga para cantar la melodía de Schumann. Y otras muchas que no serán ella la cantarán para otros que no seremos nosotros. Pero si no viniera el verano con su calor que nadie podrá nunca imitar, ¿creéis que no habría terminado la música de las moscas? Por eso, cuando las oímos, tenemos pleno derecho a reconocerlo, y el gozoso saludo que le dirige su amiga, nuestra memoria, no se equivoca».
Marcel Proust.- «Jean Santeuil»
(Imágenes.- 1.-W Turner– música company -1835/ 2.-Francis Picabia– 1930/ 3.- André Derain– museo de L´Hermitage- San Petersburgo/ 4.-Georgia O`Keeffe– 1953-Georgia O´Keeffe museum)