VIAJES POR EL MUNDO (32) : EN LA CITY DE LONDRES

 

 

“Quién me mandó ir a Londres en auto? ¿Dónde comienza la ciudad? — cuenta Saúl Yurkievich en suRimbomba” —. Supongo que en medio de la maraña de calles, y que por alguno de estos vericuetos llegaré. Una flecha señala la City: la sigo zigzagueando entre paredones y fábricas, entre fachadas oprimentes. Inacabable dédalo. Circulo por la izquierda, concienzudamente trato de reprimir mis reflejos que me empujan por la derecha. Busco nombres conocidos; tomo una avenida que desemboca en una inmensa rotonda y veo un cartel que indica Westminster Bridge; es un poco tarde para doblar, pero lo intento, intercepto el paso a conductores impasibles y a camioneros que me insultan y me lanzo en dirección al puente. Por la derecha, por supuesto. Choco de frente con un sólido auto británico; siento la estruendosa sacudida; me bajo atontado, desubicado.”

(Imagen – Londres- 1951 -foto Robert Frank)

LONDRES, INGLATERRA

 

 

El día en que se va el Reino Unido  de la Unión  Europea, repaso visiones de Londres reflejadas en el interesante libro de Ignacio Peyró, “Pompa y circunstancia”:  “A una ciudad de tanto teatro , de Shakespeare a Scaramouche, le va bien la imaginación dickensiana, que equipara su historia a “una espectacular obra de teatro en la que los actores son los grandes y los humildes; los felices y los desdichados; los sabios y los ignorantes; hombres y mujeres que de verdad vivieron y  murieron.” Dickens no vio en plenitud el altiplano gozoso del Londres victoriano e imperial, el burbujeo de gozo y lujo del Londres eduardiano; echamos de menos su pluma para narrar el Londres acosado por el “Blitz”, el despertar de la posguerra, la crisis de los sesenta. Destino perpetuo “para turistas ricos”, el Londres de hoy, sufriente con bombas y atentados, exitoso en sus Juegos, se apega con pasmosa fidelidad a su mudanza. Morand entronca su camino con el de los propios ingleses : salvarán el genio de su capital en la medida en que ellos sepan conservar sus propias virtudes.

 

 

Londres creció porque supo engullir y atraerse lo mejor de Inglaterra —ya Defoe dijo que todo el reino manda a Londres sus provisiones y sus gentes —, pero también porque supo ofrecerse como patria de todos los exilios: ha sido nido sucesivo de hugonotes, judíos, pakistaníes, resistentes y expatriados de mil causas, de anticomunistas del Este a liberales españoles o nacionalistas griegos.

Algunos de estos recién llegados fueron egregios, como el Rimbaud que se acogía en el Museo Británico porque tenía calefacción y papel gratis. Todavía  hoy es difícil encontrar londinenses en Londres: todo el mundo ha sido acogido y rebautizado en una ciudad que, si ofreció licencia, es porque también fue siempre un lugar de libertad para los propios y los ajenos. Fueron muchos los profetas que encontraron en Londres un lugar para madurar sus utopías, pero no un lugar para llevarlas a cabo.

Estos son sabidurías de la vieja ciudad liberal, donde Boswell podía permitirse correrías inauditas  y — según Melville—uno lograba desaparecer como si se hallara en los mares del sur.

 

 

(Imágenes—1- Robert Frank – 1951/ 2- Grace Gollen/ 3-Giuseppe de Nitis)

ESCRIBIR : EL TIEMPO Y LOS RUIDOS

 

 

“Nunca hay tiempo suficiente para un escritor – recordaba David Bradley -. Por ello, los escritores debemos aprender a escribir cuando parece que no estamos escribiendo — cuando nos dirigimos al trabajo en autobús, o estamos en un avión o dirigiéndonos al supermercado —. Si esperas a sentarte ante la máquina de escribir para escribir, lo más probable es que te quedes mirando una hoja o pantalla en blanco hasta deprimirte por completo. La sensación de impaciencia, de que tienes que correr a casa para sentarte a escribir, empieza con la idea. Nadie lucha para conseguir el tiempo necesario para escribir algo si no se tiene antes una idea clara de lo que ese algo es.”

 

 

Sobre el silencio y el aislamiento para poder crear se ha comentado mucho. Pero también sobre la influencia de los ruidos. Richard Bausch  confesaba: “Lo mejor es rodear el trabajo de escritor de música, ruido y amigos. Cuando a un recién nacido lo aíslas del ruido, lo entrenas para el insomnio; luego todo le molestará y no podrá dormir. Sucede lo mismo con la escritura. Si te creas un área de expectación sobre cuándo y cómo serás capaz de realizar tu trabajo, te estás entrenando para no hacerlo. Shostakovic escribió su famosa “Séptima sinfonía” o “Sinfonía de Leningrado” durante el asedio de la ciudad. Las bombas caían a su alrededor, y sabía que había muchas probabilidades de que muriera en las próximas horas o días. Entrénate para escribir en lugares bulliciosos, bajo el bombardeo de ruidos que hace el mundo — trabaja en habitaciones donde juegan los niños, con la música puesta, incluso la televisión —. Trabaja con el convencimiento de que si se te ocurre algo verdaderamente bueno no se escapará hacia el olvido a causa de una distracción. Volverá a ti de nuevo. No hay una excusa conocida que sirva para no trabajar cuando deberías estar haciéndolo.”

Siempre que leo estas frases recuerdo a José HIerro cuando me contaba que se iba a escribir a un pequeño bar muy bullicioso. Allí, entre las voces de los camareros y el sonido de las cucharillas, encontraba su inspiración.

 

 

(Imágenes – 1-Mark Ulriksen – The New Yorker – 2015/2- Eve Arnold -1950/3- Robert Frank -1956)