VIAJES POR EL MUNDO (34 ) : NAVEGANDO POR El VOLGA


“El vapor del Volga que va de Nizhni Nóvgorod a Astracán, blanco y festivo como un domingo, está anclado en el puerto —escribe el austriaco  Joseph Roth en una de sus crónicas en 1926 —. Un hombre agita una campanilla asombrosamente ruidosa. Los estibadores, que sólo llevan pantalones y una correa de cuero, como luchadores, van de un lado a otro del muelle de madera. Son las diez de una mañana clara. Sopla un viento ligero. Parece como si un nuevo circo acabara de acampar a las afueras de la ciudad.

(…) La cuarta clase se encuentra muy abajo. Sus pasajeros arrastran bultos pesados, cestos baratos, instrumentos musicales y aperos de labranza. Todos los pueblos que viven junto al Volga y más allá, en la estepa y el Cáucaso, están aquí representados : chuvasios, chuvanos, gitanos, judíos, alemanes, polacos, rusos, cosacos, kirguises. Hay católicos, ortodoxos, mahometanos, lamaístas, paganos, protestantes, ancianos, padres, madres, jóvenes y niños. Aquí hay campesinos modestos, artesanos pobres, músicos y vendedores ambulantes, piratas tuertos, limpiabotas imberbes y niños sin hogar — los que viven del aire y la desgracia —. Todos duermen en literas de madera. Comen calabaza, despiojan a sus hijos o les dan el pecho, lavan pañales, preparan té y tocan la balalaica y la armónica.

 

Durante el día ese estrecho espacio es vergonzosamente ruidoso e indigno. De noche, sin embargo, infunde algo parecido al respeto: así de sagrada luce la pobreza al dormir. Todos los rostros expresan el auténtico patetismo de la ingenuidad, todos son como puertas abiertas a través de las que pueden verse almas inmaculadas y claras. Manos confusas tratan de ahuyentar las molestas luces de las lámparas como si de moscas se tratara. Los hombres hunden los rostros en los cabellos de sus mujeres, los campesinos se aferran a sus mayales y los niños a sus muñecos miserables. Las lámparas se mueven al ritmo constante del motor de vapor. Muchachas de mejillas sonrosadas con la boca entreabierta dejan ver sus dientes blancos y sanos. Una gran paz reina sobre el pobre mundo y — al menos mientras duerme — la humanidad parece completamente pacífica.”

 

 

(Imágenes— 1- Stefan Zweig y Joseph Roth- 1936/ 2- Kane Gledhill/ 3- Dora Carrington)

LOS “TRABAJOS FORZADOS” DE LOS ESCRITORES

“Una amable señora, al enterarse de que su vecino, Richard Ford, era escritor, le preguntó interesada: “Sí, pero ¿de qué trabaja?”. Lo cuenta Alberto Manguel en un reciente artículo sobre cómo han de ganarse la vida novelistas y poetas y  la italiana Daria Galateria  ha dedicado todo un libro a este tema. Recuerda Galateria que Faulkner, encontró al principio de su carrera diversos empleos: de guardarropa, regidor para el teatro y cartero ( aunque se negaba a ordenar el correo); trabajaba por la noche en la sede de la universidad y debía cargar la caldera de carbón; mientras tanto, sobre aquella caldera oxidada escribía cuentos, con los que finalmente ganó algún dinero. Con el tiempo consiguió comprarse una casa de estilo colonial donde pudo dedicarse a la literatura y escribir durante doce o trece horas seguidas.

Sigue contando Galateria que George Orwell en determinado momento de su vida sintió “en lo más profundo de su ser” que, para convertirse en escritor, tenía que abandonar todos los privilegios y vivir la vida de los marginados. Viviendo en París, cuando se quedó sin alumnos en sus clases de inglés,  empezó a empeñar su ropa y finalmente se convirtió en un perfecto vagabundo. En el otoño de1929 se puso de lavaplatos en un hotel de lujo de la rue de Rivoli; trabajaba en un sótano en el que ni siquiera podía estar de pie, desde las siete de la mañana hasta las nueve y cuarto de la noche, lavaba platos, limpiaba mesas y fregaba suelos. Unos años después, en Londres, tras empeñar su abrigo en el Monte de Piedad, descubrió que tenía los pulmones gravemente afectados, lo que le sirvió para librarse, en 1931, de pasar la Navidad en prisión. Al fin, gracias a un dinero que pidió a su hermana mayor, alquiló una habitación y empezó a trabajar como director de una pequeña escuela privada donde se ocupaba de quince niños entre diez y dieciséis años. Tras muchas vicisitudes, viajes y trabajos—-en 1941 “perdió”, según él decía, dos años en la BBC, en programas culturales para India y el sudeste asiático —, la salud se le fue deteriorando. Al final, los médicos del último sanatorio donde estuvo internado, sólo le permitían usar la máquina unas cuantas horas al día: estaba escribiendo “1984.”

 


 

Máximo Gorki por su parte era todavía un niño cuando entró a trabajar como descargador en el Volga, acarreando él sólo “para envidia de los mayores”, cajas de cien libras. Más tarde fue pinche, fogonero, pescador, panadero… Hacía catorce horas de cola de noche o de día, en bodegas o salinas calientes. Pero bastó que uno de sus cuentos tuviera éxito y pasara a colaborar en varios periódicos y tuviera que escribir dos artículos al día, para que confesara que ese “trabajo esclavo” lo agotaba: “ era superior a sus fuerzas”.

 

 

 

(Imágenes—1- Jens Caessens/2- Stefan Zweig y Maximo Gorki/ 3-Orwell- manuscrito de “1984”)