MI AMOR POR KIROMI KASTASE

estacionew.-77hh.-otoño.-Japón.-las hojas de una palma.-Yumeji Takehisa.-1921

«Vestido con un kimono blanco – contaba Isae Izumi, la dama japonesaKiromi Kastase blandía en la mano un gran martillo de forjador que me asombró, pero lo que casi inmediatamente me enamoró de él fue su gran sonrisa. Tenía una sonrisa deslumbrante, una curvada sonrisa igual a una daga que iluminaba sus labios y unos blancos dientes perfectos bajo unos ojos saltones. Me miró de arriba abajo y empezó a hablar. Nunca he oído a nadie hablar tan bien y eso siempre enamora a las mujeres. Comenzó a preguntarme de dónde provenían aquellas hojas que adornaban mi kimono y si eran hojas procedentes de robles o de fresnos, y si alguna se había caído de un acre rojizo y si se había ido tostando sobre la tela hasta quedar seca en un dibujo. No supe qué contestar. Las mujeres nos enamoramos por el oído y yo fui enamorándome de aquella voz grave y mecida de palabras, acompañada por su gran sonrisa, aunque eran las palabras las que me

japón.- 4456bg.- Kawabata Gyokusho.- 1842- 1913

iban venciendo. Me sentí fascinada por cuanto me preguntaba y cuando me fue explicando cómo era el alma de las espadas ya no aparté su mirada de él. Me fue contando que el alma de las espadas está hecha de agua y que el agua recorre el interior de la lámina hasta la empuñadura y esa agua va haciéndose dura y cortante por el borde de la hoja hasta solidificarse y resplandecer. Y hasta que uno no puede mirarse en esa hoja como en un espejo – me añadió Kiromi – la espada no es buena y el alma de la espada es la que refleja nuestra alma, la que nos dice si deseamos la muerte o deseamos la paz. Me fue hablando después de las aguas del río Shimano, de las del Tone y de las del Kitakami y de cómo bajaban por los ríos espadas aún sin hacer que se endurecían y agitaban gracias a los remolinos de las corrientes. «Esta espada, por ejemplo – me dijo señalando a la tendida sobre aquella especie de altar -, no la he elegido yo sino que ella me eligió a mí. Las espadas siempre eligen a los hombres. Ella ha bajado por el río Katsura y ha llegado hasta aquí. Yo pertenezco a ella, ella no me pertenece a mí.»

japón.- r5gg.- paisajes.- Yuku Kisan Ja

«Me enamoré de tal forma de aquella voz –continuaba Hisae recordando sus amores -, de la envoltura de sus palabras y sobre todo de su sonrisa, de su elasticidad y de su fuerza, que cuando supe que no era sólo un simple espadero sino un joven samurai le seguí y viví con él durante mucho tiempo. Fue el tiempo en que él rasgó de arriba abajo el aire con rápidos cortes llenos de celeridad gracias a su sable y el tiempo de los ataques al Palacio Imperial y el tiempo de la batalla sobre el Puente Uji. Yo siempre le esperaba a que él volviera de cada batalla mirando por las noches hacia arriba, a la serpiente de ocho cabezas escondida en las negras nubes del cielo y donde yo sabía – él me lo había dicho – que habían hallado la espada sagrada, la primera espada del mundo.»

Japón.-44ffv.-Ciruelo del Jardín Kameido.-de Cien visitas de Edo.-Hiroshige.-1857

«Hasta que una noche no volvió – decía Hisae conmovida – .En el estrecho que une a las islas de Kyüshü y de Honshü, en la batalla de Dan-no-ura, quedó su cadáver en el mar flotando entre un ejército de fantasmas. Yo no he vuelto por allí. No. Nunca volveré. Dicen que los espíritus de los samuráis que allí quedaron siguen reflejados con sus mismos rasgos humanos en las conchas de los cangrejos. No. Yo eso no lo veré nunca.»

José Julio Perlado : (del libro «Una dama japonesa») (relato inédito)

pájaros.- rftty.-Shikama Takeshi.-japonés

(Imégenes.-1.-Yumeji Takehisa.-gurafiker.tumblr/ 3.-Kawabata Gyokusho/ 3.-Yuku Kisan ja/ 4.-Utagawa Hiroshige/ 5.- Shikama Takeshi)

EL HACEDOR DE ESPADAS

japón.- rrdffy.- Ito Jakuchu.- 1716- 1800

» Y ahora os contaré – decía paseando despacio Hisae Izumi de un lado a otro de su cuarto – os contaré en esta noche cómo conocí a mi primer amor, Kiromi Kastase, el hacedor de espadas o espadero, el que tenía su taller a las afueras de Kyoto. ¿ Queréis que os cuente mi amor por él?»

Y Hisae miraba a todos y hacía una pausa.

«Estaba yo una tarde de otoño sentada ante un recodo del río Katsura, un río que como sabéis es famoso por sus rápidos y por su impulso, cuando vi clavada en el lecho del río, muy cerca de mí, casi en la orilla, una espada brillante a la que acariciaba el agua que fluía. Era una espada grande, de enorme empuñadura, y el borde afilado de su hoja era rozado continuamente por las hierbas que arrastraba la corriente. Me sorprendió verla clavada allí. Me levanté para verla mejor y de repente la fuerza del río hizo caer a aquella espada y la hizo tenderse horizontal sobre las aguas y su hoja comenzó muy lentamente a bajar bajo el sol, sin hundirse; comenzó lentamente a bajar muy cerca de la orilla, y bajaba como un lento y afilado barco plateado que fuera reflejando en su vientre los rayos del sol. Bajaba tan mansamente aquella espada que,

paisajes.-r5bbn.-Li Cheng.-japón-,.919-967.-Dinastía Song

fascinada por su brillo, comencé a seguirla con los ojos y con mis pasos y caminé muy cerca de ella por la orilla, sin perderla de vista, fijándome sobre todo en aquella enorme empuñadura, en aquella cruz repujada con extraños signos. Y de repente aquella espada desapareció. Ya no la vi. Los rápidos del Katsura la envolvieron y la hicieron girar y dar vueltas hasta que fue tragada por la corriente. Se la llevaron las aguas río abajo.»

Y Hisae se detenía:

«¿Qué queréis que os diga? Ese fue el principio. El principio del conocimiento de mi primer amor. ¿ Qué sucedió mientras tanto, desde que vi esa espada hasta que le conocí a él? No lo sé. No puedo contarlo. Hay cosas que no pueden contarse porque no tienen historia, carecen de historia, son como nuestras vidas y las mías sin historia muchas mañanas y muchas tardes. Las tardes y las mañanas sin amor no suelen tener historia y pasan como horas del reloj con el movimiento del péndulo. Yo muchas veces, al no tener amor, me acercaba al péndulo del reloj de mi casa y me ponía a observarlo por ver si me decía algo.

flores.-rrf.-japón.-Katayama Kumaji.-1887- 1980

Aquel latido del péndulo iba de aquí para allá, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de allá para aquí lentamente, de aquí para allá monótonamente y yo me quedaba de pie ante él, con mi kimono de seda amarilla, observando una lámpara que iluminaba al reloj. El globo de aquella lámpara seguía el moverse de la lengua dorada del tiempo yendo y viniendo siempre, yendo y viniendo sin decirme nunca nada, no, nunca me dijo nada aquel péndulo, nunca me anunció el día en que debía enamorarme. Pero me enamoré. Una tarde ( y ahora veo que ya prestáis más atención, que os removéis en vuestros asientos – sonreía -; siempre que se empieza así: «una mañana» o «una tarde» parece como si se abriera una puerta y fuéramos ya hacia delante preguntándonos, «¿ y ahora qué nos irá a contar?»), pues bien, una tarde como os digo, vagando yo por las afueras de Kyoto, entré por

estaciones.-5hyh.-otoño.-Taeko Makino.-japonés

curiosidad en un taller de espadas. Me intrigaron las plegarias escritas en papel de arroz que colgaban de cada espada ya desde la puerta y fui leyéndolas una a una sin darme cuenta de que cada vez avanzaba más hacia el interior. Allí de pronto, en lo más profundo del taller, me encontré con cinco hombres vestidos con kimonos blancos que parecían sacerdotes. Ejercían un sacerdocio propio, el de los hacedores de espadas, como me enteraría después. Estaban concentrados en su tarea como si fuera un oficio religioso y no notaron la sombra de mi kimono decorado con hojas tostadas, unas hojas grandes que ocupaban la seda de mi vestido hasta los pies. Quedaban iluminados los cinco hombres de los kimonos blancos por el rojo violento de la forja encendida y yo, que he amado desde niña la sombra, me desplacé poco a poco hacia un lado con mi kimono de hojas tostadas procurando no distraerles ni hacer el menor ruido. Sólo se oían al fondo los golpes del martillo sobre el hierro y el bullir de un caldero de aceite y de agua en un rincón. Y entonces vi la espada. Estaba sobre una especie de altar y encima de ella había un cartel que ponía «Se pulen almas», y debajo aparecía, horizontal y brillante, la espada del río. «Sí – oí de pronto una voz grave y hermosa detrás de mí – «Se pulen almas». Me volví y allí estaba un hombre joven, Kiromi Kastase, aunque yo no conocía aún su nombre.»

japón.-tt44rr.- Hayami Gyoshu.- 1894-1935

José Julio Perlado(del libro «Una dama japonesa»)  (relato inédito)

(Imágenes:- 1.- Ito Jakuchu/ 2.-Li Cheng/ 3.- Katayama Kumaji/ 4.-taeko makino/ 5.- Hatami gyoschu)