EL SÁBADO, ROSA DE LA SEMANA

 

 

«Creo que el sábado es la rosa de la semana.; el sábado por la tarde la casa está hecha de cortinas al viento y alguien vacía un cubo de agua en la terraza; el sábado al viento es la rosa de la semana; el sábado por la mañana la abeja en el patio, y el viento; una picadura, el rostro hinchado, sangre y miel, aguijón perdido en mí: otras abejas olfatearán y el próximo sábado por la mañana veré si el patio está lleno de abejas. El sábado es el día en que las hormigas trepan por la piedra. Un sábado vi un hombre sentado en la sombra de la acera comiendo de una calabaza hueca carne seca y gachas de mandioca; nosotros ya nos habíamos bañado. Por la tarde, el timbre inauguraba al viento la matinal del cine; al viento el sábado era la rosa de nuestra semana. Si llovía yo sabía que era sábado; una rosa mojada, ¿no? En Río de Janeiro, cuando pensamos que la semana va a morir, con un gran esfuerzo metálico, la semana se abre en rosa:  el coche frena de repente  y, de repente, antes de que el viento asombrado pueda volver a empezar, veo que es sábado por la tarde. Ha sido sábado, pero ya no me preguntan más. Entonces yo no digo nada, aparentemente sumisa. Pero ya he cogido mis cosas y me he ido al domingo por la mañana. El domingo por la mañana también es la rosa de la semana. No es exactamente rosa lo que quiero decir».

Clarice Lispector – «Atención al sábado» – Para no olvidar»

(Imagen.-Eero Jarnefelt)

CAMPO DE SILENCIOS Y SILENCIOS

Esta mujer postrada en este hospital de Río de Janeiro, hoy, en esta mañana de invierno de 1977, intenta evadirse de las mantas y las sábanas y salir cuanto antes al pasillo. Muy enferma de cáncer, apenas puede erguirse y cuando la enfermera la retiene, ella contesta furiosa: «¡Usted ha matado a mi personaje!».

Es ella su personaje y a la vez son personajes suyos todos los que pueblan sus cuentos y novelas. Esta mujer se llama Clarice Lispector, una de las escritoras brasileñas más importantes del siglo XX, una de las voces únicas e inimitables de la narrativa, personalidad sin duda misteriosa e indescriptible. En una ocasión anterior he hablado de ella en Mi Siglo. Siempre me fascinó su voluntad creadora, la forma singular que tenía de componer sus libros, no planificando nada sus construcciones de creación y en cambio añadiendo eslabones y fragmentos que podían surgir en su mente en un momento cualquiera y que ella recogía como piezas de oro, -«estados de gracia«, decía – nacidos en el marco de la vida corriente y doméstica, ideas que atrapaba viajando en un taxi o tomando un café.

He vuelto a leer esos esbozos absolutamente acabados de su prosa enigmática:

«-Mañana cumplo diez años. Voy a aprovechar bien mi último día de nueve años.

Pausa, tristeza:

Mamá, mi alma no tiene diez años.

-¿Cuántos tiene?

Sólo unos ocho.

No importa, es así.

Pero creo que deberíamos contar los años por el alma. Diríamos: aquel tipo murió con veinte años de alma. Y el tipo habría muerto con setenta años de cuerpo».Para no olvidar») (Siruela).

Sí, para no olvidar estos sorbos de prosa, expresiones y exploraciones que ella denominaba «campo de silencios y silencios».

De origen ucraniano y judío, nacida en Tchetchelnik en 1920, reposa en el cementerio israelita de Cajú, en Río Janeiro.

Su mirada rasgada, de felino, no se extendía sólo a cuanto la rodeaba. Entraba con agudeza inusual en el corazón de todos sus escritos.