MOMENTOS ESTELARES

A veces en Mi Siglo no es necesario escribir sino transcribir. Hoy en «El Mundo» Arcadi Espada transcribe a su vez unos párrafos de «Decisiones instintivas«, el libro de Gerd Gigerenzer que narra con detalle el día de la caída del Muro. Espada evoca la tarde del 9 de noviembre de 1989 en que, en el lado soviético de Berlín, el portavoz del Partido Comunista convocaba una rueda de prensa, con preguntas. Ese portavoz se llamaba Schabowski y en la rueda de prensa un periodista de la agencia Ansa, Riccardo Ehrman, que había llegado corriendo y tarde, y ante la falta se sillas, ocupó un lugar en el suelo de la tarima, enfrente del funcionario soviético, le preguntó a Schabowski cuándo entraría en vigor la nueva ley de viaje. El portavoz dio a entender que iba a entrar en vigor de inmediato. Otro corresponsal de la NBC– sigue contando Arcadi Espada – le preguntó al funcionario comunista si la medida afectaba a todas las fronteras, y éste asintió. Riccardo Ehrman escribió en ese momento en su cuaderno: «La promulgación de la ley de viaje es el equivalente a la caída del Muro«. Su despacho de agencia lo tituló la agencia Ansa: «El Muro de Berlín ha caído«. Eran las 19,31, y así se extendió por todo el mundo.

Y ahora viene todo el relato de Gigerenzer sobre lo que ocurrió esa noche:

«A las ocho de la tarde, los noticiarios de Alemania Occidental resumieron apremiados la conferencia de prensa con sus propias palabras y apareció Schabowski, diciendo: «Ahora mismo, de inmediato». Las agencias de noticias entraron en esta competición de ilusiones e informaron erróneamente de que la frontera ya estaba abierta. El rumor llegó al Parlamento de Bonn, que casualmente estaba reunido. Profundamente conmovidos, algunos con lágrimas en los ojos, los diputados se levantaron y empezaron a cantar el himno nacional alemán. Los alemanes orientales que estaban viendo la televisión de la otra Alemania se sentían más que dispuestos a sumarse a las ilusiones sembradas por las noticias. Un sueño infinitamente lejano parecía haberse hecho realidad. Miles y luego decenas de miles de berlineses orientales subieron a sus coches o fueron andando hasta los pasos fronterizos. Pero naturalmente los guardias no tenían órdenes de abrir la frontera. Los airados ciudadanos exigían lo que creían que era su nuevo derecho de paso, y al principio los vigilantes se negaban a franqueárselo. Sin embargo, ante la avalancha de personas que los empujaban físicamente el oficial de uno de los pasos, temeroso de que sus hombres murieran pisoteados, levantó finalmente las barreras. Pronto se abrieron los demás pasos. No se disparó un solo tiro ni se vertió una sola gota de sangre. ¿Cómo pudo producirse este milagro? La causa inmediata de la caída del Muro de Berlín resultó ser una combinación de ilusiones y de un posterior rumor no fundamentado que se extendió como un reguero de pólvora. El Gobierno se sorprendió tanto como sus ciudadanos. Mientras que un levantamiento bien planificado podía haber sido aplastado fácilmente con tanques y soldados, como sucediera en 1953″.
Por tanto, ante crónicas detalladas y menudas como ésta, no es necesario escribir sino transcribir. He pensado inmediatamente qué haría ante este acontecimiento un nuevo Stefan Zweig con sus «Momentos estelares de la humanidad». Sin duda, para el siglo XX, éste – con otros muchos, porque hubo varios – fue un «momento estelar«. Algo que transforma las vidas de los hombres y el caminar de la Historia. No llega a ser, naturalmente, la conquista de Bizancio (el 29 de mayo de 1453); tampoco alcanza al descubrimento del océano Pacífico (aquel 25 de septiembre de 1513); no es en absoluto el minuto de Waterloo, el 18 de junio de 1815; tampoco las primeras palabras a través del océano, el 28 de julio de 1858. No es nada de todo eso y lo es todo. A las 19, 31 del 9 de noviembre de 1989 – no se han cumplido los veinte años – se transmite casi sin querer un momento estelar y los periódicos, las emisoras y las pantallas se quedan asombradas e incrédulas. El viento de la Historia acaba de cambiar.
(Imágenes: El Muro de Berlín.-ppc.uc.ac-cr/ El Muro.- foro. medotiempo.com/
Rachmáninov interpretando junto al Muro.-elpais.es)

CARTAS A CHEJOV

A veces la vida supera al arte y cuando vemos a Olga Knipper, la viuda de Chejov, escribir a su marido casi cincuenta días después del fallecimiento del gran autor ruso, pensamos que eso es precisamente un cuento de Chejov, esa mujer desolada escribiendo al infinito como si la ausencia estuviera muy presente.

«Por fin puedo escribirte, mi querido, mi lejano y al mismo tiempo mi cercano Antón. Hoy llegué a Moscú y fui a ver tu tumba…¡ Si supieras qué bien se está allí! Después del árido sur, aquí todo parece tan jugoso, aromático, hay olor a tierra, todo está verde, los árboles murmuran suavemente ¡Es incomprensible que tú no estés entre los vivientes! Tengo que contarte muchas cosas, debo relatarte todo lo que yo sufrí últimamente durante tu enfermedad y después del instante en que cesó de latir tu corazón, tu dolorido y sufrido corazón. Me parece extraño escribirte y sin embargo tengo un fuerte deseo de hacerlo. Pues cuando te escribo, me parece que tú vives y en algún lugar estás esperando mi carta. Querido mío, deja que yo te diga palabras cariñosas y tiernas. En Yalta sentí tu presencia en todas partes, en el aire, entre los árboles, en el soplo del viento. Durante los paseos me parecía que tu liviana y transparente figura, con bastoncito, se me acercaba y se alejaba de mí, caminaba sin tocar la tierra…»

Es la primera de las cartas de Olga al Chejov ya desaparecido, y a ella seguirán muchas más porque el cuento de la realidad imaginada debe continuar en ese matrimonio entre la actriz y ese escritor a quien nadie vio escribir, aunque se sabía que lo hacía desde la mañana hasta el mediodía, ese escritor al que se le podía ver sentado en un banco, junto a unas blancas paredes en las que se alineaban macetas de adelfas. Sí, allí estaba Chejov durante más de una hora mirando el mar.

Ahora se acaban de reeditar las cartas -«Correspondencia Chejov-Olga Knipper (1899-1904)» (Páginas de Espuma) -, pero no están todas. Faltan todas las que Olga escribió a su marido durante los 56 años que le sobrevivió. No se publican porque aún no se encuentran. Alguien en nombre de Olga las está escribiendo. Se ha hablado de que es un cuento largo en el que la actriz le habla de la aventura del teatro, de cómo ella representa una vez más, en diciembre de 1908, «El jardín de los cerezos«, de lo que le parece América en 1922: («Oh – le dice– el ruido aquí es tremendo; todo vuela, galopa, alcanza y sobrepasa»), de su encuentro en Nueva York con Rachmaninov.

Cuando estas cartas se publiquen se descubrirá que en la última – fechada en febrero de 1959, un mes antes de morir Olga – ella quiso copiar las palabras de Sonia al acabar «Tío Vania» para que Chejov las volviera a recordar:

«Y bien, ¿qué podemos hacer? ¡Debemos seguir viviendo! Seguiremos viviendo, tío Vania. Viviremos a través de una larga, larga sucesión de días y tediosas noches. Soportaremos pacientemente las tribulaciones que nos imponga el destino; trabajaremos para los demás, ahora y en nuestra vejez, y jamás descansaremos. Cuando llegue el momento moriremos sin protestar, y una vez allí, en el otro mundo, diremos que hemos sufrido, que hemos vertido lágrimas, que hemos tenido una amarga vida, y Dios se compadecerá de nosotros. Y entonces, tío querido, ambos comenzaremos a conocer una vida brillante, hermosa y adorable. Nos regocijaremos y recordaremos nuestros problemas con ternura, con una sonrisa, y podremos descansar. Creo en ello, tío, lo creo con fervor, con pasión…¡Podremos descansar!».