VIEJO MADRID ( 39) : RÍO MANZANARES

Manzanares-fgh- Aureliano de Beruete- orillas del Manzanares- Museo del Prado

En más de una ocasión he hablado aquí del Manzanares. Pero cuando se lee a José María Cuadrado en sus «Recuerdos y bellezas de España» (Consejo de Investigaciones Científicas), el río parece cobrar nueva vida e historia :»Al oeste de Madrid – nos va diciendo Cuadrado en el siglo XlX – corre un río de caudal tan escaso como sonora nombradía, y con todo es increíble la amenidad y provecho que derrama por aquel lado. El terreno quebrado en pintorescas ondulaciones, los sotos cubiertos de arboleda, el serpear de las aguas, los húmedos vapores dorados a la caída del sol, frecuentes huertas y casitas aparecen a la izquierda entre los corpulentos troncos del paseo de la Florida desde la puerta de San Vicente hasta más allá de la linda ermita de San Antonio. Más sombría e impenetrable casi a los rayos solares sobre la margen del mismo río, ensánchase en varias calles la alameda de la Virgen del Puerto; sitios frondosísimos, abandonados habitualmente a las lavanderas, y en los días festivos a las meriendas del vulgo.

Manzanares-fgj- Aureliano de Beruete- Museo del Prado

(…) En los siglo XVl y XVll, las orillas y deleitosa vega del río atraían con preferencia la flor y nata de la corte, las justas y cabalgatas, las cenas y bailes, las citas y galanteos y demás incidentes fielmente retratados en las comedias de entonces. Allí, en la mañana de San Juan bajaban las damas a coger el trébol, allí se acampaba todo un pueblo en las noches de verbena. (…) Una sola vez al año ve todavía el Manzanares al vecindario en masa atravesar el puente de Segovia y trasladarse a la ermita erigida a San Isidro sobre una altura por la esposa de Carlos V, y en 1724 renovada: confúndense allí en un común movimiento y alegría

Madrid-fgh-José María Avrial y Flores- Madrid desde la casa de Campo

las clases todas y condiciones sociales, y de la fusión de tantos y tan variados matices resulta el carácter original de la romería del 15 de mayo. Superando aquellos cerros hacia la izquierda, están los lugares que han usurpado a las riberas del río con notable desventaja el privilegio de divertir a los madrileños. (…) Sigue el Manzanares su curso hacia mediodía alejándose de la población, no sin tropezar antes con otro grandioso puente también de nueve arcos, reedificado en 1735 (…) Desde el puente de Toledo desangra el río un hondo canal abierto bajo los benéficos auspicios de Carlos lll, que por espacio de tres leguas conduce sus aguas hasta muy cerca de su confluente con el Jarama a la sombra de álamos y moreras, reflejando a trechos en su quieta superficie los puentes, esclusas y molinos. Junto al embarcadero corre por sus orillas un dilatado cuanto frondoso paseo, cuyos dos extremos enlazan con la puerta de Atocha, formando triángulo, las pobladas alamedas de las Delicias alineadas en tres calles y cortadas por circulares plazoletas.»

Manzanares-rfg-Goya-baile a orllas del Manzanares- 1777- museo del Prado

El Manzanares atrajo a grandes pintoresGoya pinta «El baile a orillas del río Manzanares» en 1777, segundo cartón de la serie que se le encargó para el comedor de los príncipes de Asturias del palacio del Pardo. Danzan majos y majas armoniosamente a orillas del río y en la lejanía se ve la cúpula de la iglesia de San Francisco el Grande, recientemente concluida. Pinceladas fluidas y colorido brillante, relatan los expertos. Arte ligero que a Goya le gusta. 

Manzanares.fgh-Goya.Pradera de San Isidro- museo del Prado

También las orillas del Manzanares aparecen en «La pradera de San Isidro«, de 1788, boceto de Goya para uno de los cartones de tapices destinados a decorar el dormitorio de los infantes en el palacio del Pardo, boceto realizado de un tirón: vibra en el aire leve el mes de mayo y la hormigueante multitud de personajes festeja a su santo patrón.

Viejo Manzanares y viejo Madrid, cantado tantas veces por historiadores, pintores y poetas.

(Imágenes:- 1.- orillas del Manzanares.- Aureliano de Beruete.-Museo del Prado/ 2.-el río Manzanares.- Aureliano de Beruete.- Museo del Prado/ 3.-Madrid desde la Casa de Campo.-José María Avrial y Flores/ 4.- «El baile a orillas del Manzanares».-1777.- Francisco de Goya.- Museo del Prado/ 4.-«La pradera de San Isidro».-1788.-Francisco de Goya.- Museo del Prado)

VIEJO MADRID ( 8 ) : ANTE BAROJA

 

 Ruiz de Alarcón 12.-casa de Pío Baroja. hasta 1956.-17-8-2009

En mis paseos por Madrid, al llegar a este portal de la calle de Ruiz de Alarcón 12, mis recuerdos vuelven a aquel día de 1955, en que entré aquí para visitar a Baroja. Me recibió en el pasillo de la casa Julio Caro Baroja, hijo de Carmen Baroja y de Rafael Caro Raggio, sobrino del novelista y del pintor Ricardo, y nieto de Serafín Baroja, corresponsal de guerra y autor de teatro y de novelas escritas en vascuence.

No sé exactamente en qué día  fue. Únicamente ocurrió una vez: la primera y única, aunque yo hubiera deseado que no fuera la última. Por los detalles que proporciona en Los Baroja su sobrino, debió de ser antes de la intervención quirúrgica que sufrió el novelista;  El motivo de mi visita a Baroja ‑yo estudiaba entonces Filosofía y Letras en Madrid‑ fue un encargo que me hiciera mi abuelo materno, con el cual vivía por entonces: el escritor José Ortiz de Pinedo. Por su casa de Raimundo Lulio, en pleno barrio de Chamberí, pasaban siempre sombras de literatura.

Y quedaba un manuscrito, que dirige Baroja a mi abuelo, dado que sobre Canciones del suburbio ambos, al parecer, cambiaron impresiones. Al poeta J. Ortiz de Pinedo, cordialmente ‑se lee en el página primera‑, Pío Baroja.)

No creo que me abriera la puerta de aquel piso en la calle de Alarcón, Clementina Téllez. No recuerdo quien fue. Sólo a él, a don Pío, tengo presente ahora. Sentado en su sillón, la boina puesta, le saludé con emoción. Estaríamos juntos un cuarto de hora; los dos éramos “personajes” de cualquiera de sus novelas. Le expliqué mi encargo; él me contestó casi textualmente:

‑¿Pero es que yo he escrito poesía? ‑me dijo. Y al poco, preguntó: ‑¿Y cómo se llama el libro?

(Mi tío Pío escribe Julio Caro en Los Baroja‑ había perdido casi la memoria.)

Canciones del suburbio ‑respondí.

Llamó don Pío al timbre y entró el sobrino. Pidió Baroja que le trajesen su obra. La hojeó. Y yo me atreví más tarde:

‑Don Pío: ¿usted podría enviarnos unas cuartillas para hacerle algún acto en Filosofía y Letras?

Estuvimos hablando de aquello, pero yo no quise cansarle. Le añadía algo y él guardaba silencio. Estuvo afable, muy interesado. Me acompañó luego, Julio Caro, otra vez hasta la puerta.

Es todo lo que puedo decir. Poco. Luego se cerró aquella casa de la calle de Alarcón. Y me quedaron sus libros. Me quedó sobre todo aquel pequeño recuerdo.

Baroja.-por Eduardo Vicente.-Ciudad de la pintura


Baroja – siempre lo he recordado -andando por los desmontes de Madrid en la época de La Busca parece un aguafuerte goyesco. Embutido en un abrigo negro, ligeramente encorvado, el sombrero –negro también– bajo un cielo en contraste rayado, la claridad del papel de la vida y el rasgo del dibujo a carbón, nos dan la pintura de este hombre de 32 años que avanza por los cortes del pesimismo, sobre los cascotes de la crudeza, esa frontera –no del «golfo» madrileño– sino del claroscuro entre el trabajador y el ocioso, el que formará en La lucha por la vida –la trilogía de La Busca, Mala hierba y Aurora roja– el personaje central –Manuel– y su unidad novelística.

Este Baroja que anda por las afueras de Madrid nace en San Sebastián el 28 de diciembre de 1872. Hijo de don Serafín y de doña Carmen, con tres hermanos más –uno de ellos Ricardo, excelente pintor, autor de un delicioso libro revelador de una época, Gente del 98–, Pío Baroja a los 45 años tendrá el bigote espeso y la nariz gruesa, la barba corta y rojiza, los labios rojos y la sonrisa melancólica, un esqueleto fuerte, manos grandes y poco hábiles y se refugiará en los paseos solitarios. Mientras a Valle‑ Inclán le gustarán los paseos interminables y fabuladores donde creará historias de increíbles protagonistas, a Baroja le atraerán los tipos y sus detalles acumulados como escombros, existencias en el umbral incierto del dolor, cavernas de humorismo agridulce, vidas sombrías, canciones de un suburbio áspero y a veces irónico, cerros de Madrid contemplados desde la altura de la distancia. En el sotillo próximo al Campo del Moro –escribirá en La Buscaalgunos soldados se ejercitaban tocando cornetas y tambores; de una chimenea de ladrillo de la Ronda de Segovia salía a borbotones un humazo obscuro que manchaba el cielo, limpio y transparente; en los lavaderos del Manzanares brillaban al sol ropas puestas a secar, con vívida blancura. «Baroja –murmurará Valle‑Inclán– quiere que la realidad sea fotográfica, y de este modo escribe libros que sólo le gustan a un perro que tiene que se llama Yock«. Dirá esta frase en el café de Fornos, en un banquete en honor de Galdós. Baroja, que está cerca, lo oye. Como había oído un día a Blasco Ibáñez decirle sobre su trilogía La lucha por la vida. «Eso que ha hecho usted en las tres obras son estampas, pero hay que pintar el cuadro». Y Baroja le respondió: «Es probable. Mas no por ello todos los cuadros son buenos. Hay cuadros que son deplorables.»

madrid.-EE.-Corrala.-por Eduardo Vicente.-ciudad de la pintura

Pintar cuadros. Acumular infinitos detalles minúsculos. Conservar la distancia como estilo. Eso hará Baroja. Los paisajes de Madrid en muchas novelas suyas –como sucederá con Londres en La ciudad de la niebla– se intercalarán con las situaciones y los diálogos, irán dejando brochazos de prosa sobre la intensidad dramática. La Puerta del Sol cierra la última página de La Busca en los lindes de la madrugada:» Danzaban las claridades de las linternas de los serenos en el suelo gris, alumbrado vagamente por el pálido claror del alba, y las siluetas negras de los traperos se detenían en los montones de basura, encorvándose para escarbar en ellos. Todavía algún trasnochador pálido, con el cuello del gabán levantado, se deslizaba siniestro como un búho ante la luz, y mientras tanto comenzaban a pasar obreros… El Madrid trabajador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria»

Madrid.-ÑÑ.-tomando un trago.-por Eduardo Vicente,.Ciudad de la pintura

Siempre en las ciudades hay un cerco indefinido que dibujar, una hora que cabalga en la duermevela, un cinturón geográfico y social que tiñe de dormitorios la franja de los que vienen y van del trabajo al ocio y del descanso al trajín, la zanja de las horas lívidas, el paso de los primeros bostezos. Siempre en los desmontes de las capitales hay un ojo literario enfundado en un abrigo negro, un ojo lúcido que es testigo de cuanto ocurre en la frontera entre vicio y bondad, sobre la línea de un horizonte donde las cercanías del desamparo hurgan en el cúmulo de la miseria. Los personajes de Baroja en La Busca cruzan Madrid sin sentido del tiempo, bajan las calles del espacio entrando por una página, interviniendo en una escena y desapareciendo. La filosofía de Baroja es la del «transeúnte y paseante en corte» y si Unamuno lucha contra el tiempo y contra la muerte, si Azorín trata de inmortalizar el instante y si Valle‑Inclán, al estilizarlo, lo hace atemporal, Baroja consigue la permeabilidad del tiempo, dejar siempre «una ventana abierta». Los personajes barojianos del Madrid de La Busca bajarán con frecuencia hacia el paseo de las Acacias, hacia el Puente de Toledo, los veremos cerca del Manzanares, saldrán a la carretera de Andalucía. El Bizco, Vidal, Manuel, el señor Ignacio… La Petra se muere y su hijo entra en la habitación de al lado para pedir auxilios: Manuel entró en el comedor. En la atmósfera espesa por el humo del tabaco, apenas se veían las caras congestionadas. Es el paisaje interior, el umbral entre noche y vida, el día y la muerte entre las palmas y las castañuelas del Domingo de Piñata en la casa de huéspedes, pared con pared con la Petra que se muere. Siempre hay esa hora sin agujas del estertor inesperado, el áspero sabor de boca que muestra el contraste definitivo de la existencia.

Madrid.-FF.-El vagabundo.-por Eduardo Vicente.-Ciudad de la pintura

Cuando en 1956, acercándose aquel 30 de octubre en que Baroja se fue de este mundo, la Muerte se iba acercando a la calle Ruiz de Alarcón donde el novelista vivía con su sobrino Julio Caro, las volteretas de las anécdotas daban su adiós despidiéndose. Una vez, comiendo algo, Pío Baroja comentó desde su ancianidad: «Este pescado tiene buen sonido». Y otro día, mirando a una visita que se reía, viéndolo todo de color de rosa, Baroja comentó a su sobrino: «Oye, eso que hay ahí: ¿es un plato de arroz con leche?».

Iba dejando la muerte como anticipo una huella de comicidad, la socarronería de un viejo escritor desde la última vuelta del camino, antes de desaparecer de nuestra vista».

«El artículo literario y periodístico.-Paisajes y personajes«, págs 128-131)

(Imágenes:-1.-casa de la calle Ruiz de Alarcón 12 donde vivió Baroja hasta su muerte, en 1956.-foto JJP/2.–retrato de Pío Baroja por Eduardo de Vicente/3, 4 y 4.-dibujos y pinturas de Eduardo de Vicente)