KAFKA Y LAS CEREZAS

 

 

“Doy fe de que me gustan las cerezas— escribe Álvaro Cunqueiro en uno de sus ‘Retratos imaginarios” —: las como con pan, como un labriego de por aquí , metiendo tres o cuatro a un tiempo en la boca y escupiendo de lado los huesos; me gusta verlas en las cestas, enredadas unas con otras, tal como las humanas criaturas entre sí. A los ojos del Todopoderoso, la humanidad, el “gran teatro del mundo”, ofrecerá el aspecto de una gigantesca cesta de cerezas, y quizás los sociólogos quitarán  más provecho de una meditación ante la cesta de cerezas, que de esos estudios sobre los pueblos primitivos que de siempre son caros. Y volviendo a Kafka, allí a la página de su Diario, donde dice: “Toda cosa no es más que imaginación “, tan desesperado y solo como estaba, yo le hubiera regalado una cesta de cerezas blancas, y ante ellas le hubiese hecho reflexionar sobre la humana condición, sobre el libre arbitrio y los trabajos y los días, los siglos y los niños, las lenguas que los hombres hicieron en común y qué es orar. Quizás exista, como dice Brod y otros, una esperanza  “kafkiana”, y sea desde ella y no desde  una “desesperación kafkiana”, como hay que leer a Kafka y entenderlo y amarlo. Pero “amar” es un verbo que para Kafka era pura imaginación, y “entender”, para el aterrado hebreo de Praga es, simplemente, no sobresaltarse ante el absurdo… Entre los hombres yo, como una cereza entre las cerezas, que tirando de mí sale conmigo una confusa compañía y parentela, a la esperanza, a la esperanza que me atengo no es al orden y sosiego que en mí ponga la desnuda soledad, sino a la remisión de los pecados y la resurreccción de la carne, tal y como digo “Credo”…

 

 

(Imágenes— 1- national geográfico/ 2-Kafka— el mundo es)

EL RETRATISTA ( Y CRÍTICO ) LITERARIO

 

 

“El retratista literario intenta dedicar a la realidad lejana de sus modelos una atención siempre presente: toda su delicadeza psicológica: un instinto de detective tras las huellas del criminal; y su mano se transforma nerviosísima y a la vez sin nervios para poder seguir cualquier movimiento del alma. Si el pintor emplea todos los colores de su paleta, él utiliza todos los instrumentos de la psicología en todos los tiempos. No se olvida de ninguno: sea la psicología platónica o aristotélica, estoica o romántica, o los instrumentos de la psicología analítica. Observa los libros, la estructura y el estilo. Pero él no es licenciado en psicología ni en estilo. Su tarea es retratar a una “persona”, no construir una ciencia.”

Así va contando  y comentando poco a poco la tarea del retratista – y también del crítico literario – el excelente intelectual italiano Pietro Citati en uno de sus ensayos deLa armonía del mundo”. “Alejandro Magno moribundo – dice- saluda en silencio, con un debilísimo movimiento de cabeza a sus soldados que vienen a verlo por última vez. Y Kafka recorre las calles de Praga con paso veloz, las manos cruzadas a la espalda, ondulándose como si el viento lo llevara de una parte a otra de la calle (…)  Y si en determinado momento los ojos del retratista o del crítico se encuentran con el misterio de un libro, ¿qué puede hacer? Solamente puede fiarse de su constancia, de su paciencia, de la duración casi maniática de su atención: ni siquiera un instante puede alejar su ojo del libro que estudia, y lee y relee, y vuelve a leer aún, esperando que el libro se canse de ocultar su proyecto secreto (…) Si tiene un oído atento, el crítico consigue revelar este libro escondido, poniendo a la luz la masa oculta dentro del texto y haciendo que hable la inmensa riqueza del silencio. Es un trabajo de precisión: de matemático más que de escritor: es un continuo juego de equivalencias que se debe realizar sin ningún capricho subjetivo.”

 

 

(Imágenes  -1- William Faulkner/ 2 – Franz Kafka – elmundoes)

VIAJES POR EL MUNDO (10) : PRAGA MÁGICA

 

 

» Ciudad por la que vagan disparatados comandos de alquimistas, de astrólogos, de rabinos, de poetas, de ángeles y santos barrocos, de fantoches arcimboldescos, de marionetistas, de cacharreros, de deshollinadores. Ciudad grotesca por sus humores extravagantes y propicia a los horóscopos, a las ráfagas de lo irracional, a los encuentros fortuitos, a las concurrencias  de circunstancias (…) Y en la plaza de San Venceslao, los buffets, apuntes de tartas y tortitas, salchichas con mostaza y negra espuma de cerveza. Y los muñecos de los turcos con turbantes y gabán color turquesa, que asentían desde los escaparates de los ultramarinos Meinl. Y la chatarra de los tranvías rojos, que renqueaban hacia el cementerio de Olsany, con una corona colgada del remolque, como un salvavidas (…)  Y la torre del Ayuntamiento de la Ciudad Vieja, con el calendario pintado por Josef Mánes y con el reloj astrológico del Maestro Hanus, sobre el que se pone en movimiento, al son de las horas, un teatrillo alegórico. Por detrás de dos ventanillas, ves desfilar un grupito de pequeñas estatuas : los apóstoles con el Salvador, y la muerte que seduce al avaro y el avaro que la rechaza, y el turco, y otras figuras, hasta que, al cantar el gallo, todo desaparece.

 

 

(…) En la Ciudad Vieja nos enredaba esta urdimbre de corredores ocultos y comunicaciones infernales, que se extienden por todas partes y la estudian toda. Callejuelas torpes, enfiladas de zaguanes, caminos de ronda por donde apenas se pasa, subterráneos que aún huelen a Edad Media, descuidados cobertizos encogidos, donde me sentía como en el cuello de una botella.

En ciertos puntos angostos de la Ciudad Vieja, el visitante se pierde, chocando con la  malignidad de altos muros. ¡Ah, los muros de Praga, tema obsesivo de la poesía! El plexo voluble de las callejuelas medievales, que de pronto se estrechan o se ensanchan, se contraen o sobresalen a trozos, saca de quicio al transeúnte, impidiéndole andar libremente. Es como si la materia de la ciudad medieval se le echara encima, casi adhiriéndose a su cuerpo con zalamería carcelaria. Me sustraía a la angustia axfisiante de las callejuelas, a la retorcida picardía de los callejones, a esos muros prensiles y torcidos, huyendo hacia las verdes islas, los florecidos parterres, los parques, los miradores y los huertos que rodean Praga por todos lados».

Angelo Maria Ripellino – «Praga mágica»

 

 

(Imágenes-1- Willy Ronis- 1967/ 2.-Praga- Hugo Steiner– 1926/ 3.- reloj de Praga-guía de Praga)

SOBRE LA JUVENTUD

“Yo todos los años me quedo asombrado en la primera hora de la primera clase del curso universitario. Vienen ante mí todos los alumnos de todos los puntos del país y se posan como bandada de ideas y de cuestiones sentados en semicírculo, absortos ante las cuestiones e ideas que se les pueda plantear. Aún no han sido tocados por la sombra del escepticismo ni les ha caído encima una mota de aburrimiento. Están allí sentados, abierto su cuaderno virginal de ignorancias en espera del alimento que reciban. Y prácticamente todos ellos – aun sin formularla de manera explícita – guardan una pregunta escondida que no sé qué padre ni qué madre ni qué escuela les haya podido señalar y tampoco imagino en qué momento.

¿Qué es la verdad? ¿Y la bondad? ¿Y la ética? ¿Dónde está el bien en este mundo tan injusto? ¿ Y la belleza? Naturalmente esa briosa acometida que siempre es la juventud – generación tras generación – en su perpetuo anhelo de ir en busca de la felicidad, del bien, de la verdad y de la belleza toma un impulso ascendente que se mantendrá hasta ser tentado por los anzuelos de la utilidad o quedar fatigado por el cansancio. Entonces los caminos del ver se bifurcan -o a veces se entremezclan -, y unos ven únicamente la utilidad de las cosas y otros tan sólo la belleza. De cualquier forma, ese empuje continuo de la juventud por remontar las fuentes siempre me ha dejado asombrado y uno procura, en su pequeña medida, responder alentando y manteniendo cada vez más vivo ese entusiasmo por el asombro”.

«Recuerdo las frases de Kafka paseando por Praga con su amigo Janouch. Decía Kafka: «La juventud es feliz porque posee la capacidad de ver la belleza. Es al perder esta capacidad cuando comienza el penoso envejecimiento, la decadencia, la infelicidad». Janouch le preguntó: «¿Entonces la vejez excluye toda posibilidad de felicidad?»  Y Kafka respondió: «No. La felicidad excluye a la vejez. Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece«.

(J.J. Perlado: «Diálogos con la cultura», págs 316-317)

(Publicado este texto en Mi Siglo hace tres años, lo recupero hoy nuevamente porque es lo que siempre pienso sobre la juventud)

(Imagen: Marc Chagall.- Lunaria.-1967.- colección privada)

EL AMOR VERDADERO

«El  amor verdadero no es hijo de un instante,

ni su eslabón sirve para hacer fuego a voluntad,

sino que, a su aire, nace y anda,

tras largo entretenimiento, que afirma su cimiento.

No lo rondarán entonces conjuros o rupturas,

ni se alejará ya nunca del asiento y el crescendo.

Lo que viene a confirmar el que veamos

toda obra hija de un instante morir en su siguiente.

Yo soy empero tierra durísima, pedernal puro,

del todo remisa a los esquejes, insumisa,

si bien aquella planta que en mí arraiga

ya no tenga – en primavera – cuidado de las lluvias».

Ibn Hazm.(994 – hacia 1063 d. C) El amor verdadero«

(Imagen:- Stanko Abadzic.– Praga – 2002/2008.- contemporaryworks.net)

CUANDO KAFKA VINO HACIA MÍ…

Kafka.- 3 .-czech.tv

«La puerta de su habitación estaba siempre abierta. Junto a la puerta se enncontraba el escritorio. Sobre él, los dos tomos de Derecho Romano. Frente a la ventana había un armario. Delante, una bicicleta. Después, la cama, y al lado, una mesilla de noche. Junto a la puerta, una librería y un lavabo. De los libros que por entonces se leían en la familia Kafka, recuerdo uno sobre la tragedia de Mayerling«.Kafka.-7.-elmundo.es

Esto lo cuenta, muchos años después, Anna Pouzarová, que comenzó a trabajar en casa de los Kafka como chica de servicio el 1 de octubre de 1902: Anna tenía veintiún años y Kafka diecinueve. Otro cuarto muy distinto lo describe mucho tiempo más tarde, en la Ciudad Vieja de Praga, Alfred Wolfenstein, colaborador en varias revistas, cuando va a visitar a Kafka: «La habitación en la que entré estaba fría y llena de sombras. Del rincón, en el que él había estado escribiendo o leyendo en una penumbra casi completa, se elevó la larga y esbelta figura del escritor, y por su manera de saludar me di cuenta de que no había comprendido mi nombre«.

Por estas habitaciones y a través de estos encuentros (amigos, vecinos, Milena Jesenská, Dora Diamant, Max Brod, editores, recitadores, bibliotecarios, compañeros de trabajo) , advertimos que más que ir las gentes hacia Kafka es Kafka quien llega hasta ellas recorriendo pasillos y calles en el volumen editado por Hans-Gerd Koch «Cuando Kafka vino hacia mí…» (Acantilado). No es Kafka hacia el que los lectores van, es Kafka quien va hacia los lectores casi sin él quererlo, como cuando el editor Kurt Wolff ( que hasta el volumen «Un artista del hambre» editó todos los libros del escritor) revela que un día de junio de 1912 le escuchó a Kafka una frase que no había escuchado antes ni lo haría después a ningún otro autor, y que quedó ligada para él de manera definitiva. Kafka le dijo: «Le estaré siempre mucho más agradecido por la devolución de mis manuscritos que por su publicación«. 

De Kafka he hablado varias veces en Mi Siglo. Sobre todo, recordando aquella frase suya: » La felicidad excluye a la vejez. Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece«.

Ahora, en este interesante volumen, se evocan muchas actitudes públicas y privadas del escritor: costumbres, carácter, relaciones. A Max Brod le escribe en 1923: «rabia es lo que siente un niño cuando su castillo de naipes se derrumba porque un adulto empuja la mesa. Pero el castillo de naipes no se derrumbó porque alguien empujara la mesa, sino porque se trata de un castillo de naipes. Un verdadero castillo no se derrumba, ni siquiera cuando alguien parte la mesa en trozos para hacer leña. No necesita unos cimientos ajenos. Se trata de cuestiones evidentes, remotas y magníficas«.

Kafka viene hacia mí con su prosa esencial y desnuda, no soy yo el que llega hacia él.

(Imágenes: Franz Kafka.-1.- elmundo.es/ 2.-czech.tv)

LA INTERNACIONAL DEL SUEÑO

Me cuentan que hace unas noches, algo pasadas las doce y media, se deslizó en una cama de París, en el cerebro de un hombre que dormía plácidamente con la cabeza sobre su almohada, el cuerpo cilíndrico de un sueño recubierto por escamas de vivos colores y anillos alternantes, entrando ese sopor tan silenciosa y sinuosamente que apenas lo sintió, y al transportarlo con sosegada mansedumbre, lo llevó por estancias oníricas sin él casi darse cuenta, tal y como si visitara una realidad mágica, una realidad que jamás existiría. Poco tiempo después, hacia las dos menos veinte de la madrugada, ese mismo sueño salió furtivamente de aquel hombre y de la ciudad de París, y entró con rapidez en el cerebro de Marko Popovic, un hombre que dormía en un hotel de Belgrado y lo condujo a través de iluminadas habitaciones haciéndole creer que estaba consciente y que en cualquier momento iba a despertar
Pero a las tres y cuarto -siguen contándome – el mismo sueño de Belgrado y de París hizo una fulgurante cabriola y se introdujo ahora en el cerebro de Achille Mariën, un viejo profesor belga que dormía en su casa de Bruselas. También lo arrastró suavemente por galerías de espejos que iban multiplicando al infinito cada rostro de la realidad.
Estuvo el sueño en la ciudad de Bruselas desde las tres y cuarto hasta las cinco y diez. A esa hora, escapando de Bélgica y pasando con celeridad a Rumania, se introdujo veloz en el cerebro del investigador Gellu Luca que acababa de cambiar de postura en su cama de Bucarest. Allí permaneció agazapado un muy largo rato, sin apenas moverse, conduciendo sin embargo a quien soñaba por pasillos de imágenes. Pero aún tuvo tiempo de salir hacia las seis y veinte y el mismo sueño se metió dentro de la cabeza dormida del poeta-pintor Karel Nezval, en su casa de las afueras de Praga.
Luego ya amaneció. El surrealismo iluminó poco a poco el mundo, y ampliando su abertura nasal, absorbió de improviso ese sueño para siempre.

VER LA BELLEZA

Paseábamos por Praga Gustav Janouch y yo como todas las tardes. De pronto Kafka nos dijo:
-La juventud es feliz porque posee la capacidad de ver la belleza. Es al perder esta capacidad cuando comienza el penoso envejecimiento, la decadencia, la infelicidad.
-¿Entonces, la vejez -preguntó Janouch deteniéndose- excluye toda posibilidad de felicidad?
-No. La felicidad excluye a la vejez.-Kafka inclinó sonriente la cabeza hacia delante, como si quisiera esconderla entre los hombros encogidos.-Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece.
Yo tomé este cuadernito que siempre llevo conmigo (casi el mismo que llevaba Eckermann con Goethe y Boswell con Samuel Johnson, este pequeño cuadernito de tapas rojas y páginas diminutas) y ahí anoté todo.
Así llegamos, muy despacio y charlando, hasta la esquina del Palacio Schönborn de Praga.

EL CONTADOR DE HISTORIAS

Recuerdo perfectamente al contador de historias en mi infancia, cuando iba con mis hermanos al colegio y le veía allí, en aquel banco junto a la carpa de circo, levantar en el aire las palabras y hacer malabarismos con los acentos y las comas, comerse el fuego de las admiraciones y esconder verbos y adjetivos, taparlos con cubiletes de colores y cortar la cinta de la poesía en varias partes para pegar los versos sin trucos. Yo creo que desde ese momento quise hacerme escritor. Recuerdo que el mejor de sus relatos era aquel que contaba la vida de un contador de historias de Londres, al que situaba en Gordon Square, y del que decía que era el mejor embaucador de verdades porque cogía una verdad por la cola y la transformaba de pronto en fantasía, la hacía girar y girar varias horas ante los ojos y oídos de los transeuntes.

Años después, cuando estuve en Londres, le descubrí. En aquella esquina de Gordon Square el mismo contador de historias lograba recitar con los ojos cerrados y las manos extendidas, como si fuera un loco camino del destino, a Milton y a Shakespeare, sobre todo pasajes del Rey Lear, y dentro de su garganta y con facilidad enorme mezclaba continuamente parlamentos de Edmundo y de Gloucester.

Pero su gran relato siempre era el mismo. Que había un contador de historias en Venecia, en el mercado de Rialto, que se superaba a sí mismo ocultando su cara con disfraces y retando a la muchedumbre de los canales a adivinar dónde estaba el mejor contador de historias de todos los tiempos.
Lo encontré naturalmente en el mercado de Venecia, narrando bajo su máscara y su antifaz, que aún existía un contador de historias más fabuloso, que seguía viviendo en París, en la rue St-Louis en l`Ile, un hombre del que nacía la luz de la ciudad y que explicaba a la multitud embobada cómo en Praga, en la plaza Wenceslao, a las puertas del Hotel Europa, un contador de historias revelaba los secretos para ser feliz, que consistían en volver a la infancia, al camino de aquel viejo colegio, acompañando por las calles a los hermanos, hasta llegar a un banco, junto a la carpa del circo, en donde un hombre se iba tragando los sables de las interrogaciones, escupía el fuego de los adverbios, hacía volar los sustantivos en el aire y, entre aplausos, hacía que entre el público un niño asombrado fuera pensando que quizá un día, poco a poco, pudiera ser escritor.