LAS PALABRAS Y LAS COSAS

obama-1-foto-win-mcnamee-getty-images-the-new-york-times«La fragua del hombre está en el cerebro – dijo Ganivet -, y el fuelle es la palabra. El cerebro es un antro desconocido; pero la palabra depende de nuestra voluntad, y por medio de la palabra podemos influir en nuestro cerebro. La transformación de la humanidad se opera mediante invenciones intelectuales, que más tarde se convierten en hechos reales. Se inicia una nueva idea, y esta idea, que al principio pugna con la realidad, comienza a florecer y a fructificar y a crear un nuevo concepto de la vida. Y al cabo de algún tiempo la idea está humanizada, triunfa, impera y destruye de rechazo la que le precedió. También el hombre se transforma a sí mismo expresando en alta voz ideas, que al principio son conceptos puramente intelectuales, y luego, por reflexión, se convierten en pauta de la vida; porque la realización material de una idea exige la previa realización ideal. Cuando no se tienen ideas la palabra es inútil y aun nociva. (…) La palabra que anuncia una idea es utilísima, porque es el primer paso para realizarla.obama-3-fotos-callie-shell-aurora-for-time-time Al principio nos parece la idea imposible o absurda; después de anunciada nos va pareciendo posible y natural, aunque superior a nuestras fuerzas; por último, nuestras fuerzas se excitan, se ponen a la altura del propósito, y a veces lo superan. Una arenga impetuosa decide el triunfo de una batalla. Una palabra empeñada lleva a un hombre a acometer empresas superiores a sus propios intentos. Un hombre tenaz, animado por una idea claramente concebida y expresada, triunfa siempre, aunque luche contra él la sociedad entera».

Luego están las cosas. En este momento las cosas se esconden, esperando el efecto de la palabra, en las largas colas del paroobama-2-foto-callie-shell-aurora-for-time-time, en los  escalofríos de las Bolsas, en la avidez especuladora, en la humareda de Irak, de Gaza o de Afganistán. La palabra sale a la conquista del cambio de las cosas y las cosas aguardan en las trincheras de todos los días, inmóviles ante cualquier palabra que intente dominarlas. Las cosas esperan a ver cómo se mueve la palabra y la palabra se cree segura de poder remover todas las cosas.

(Imágenes:  ceremonia de toma de posesión.-foto Win McNamee/Getty Images.-The New York Times/ Obama preparando su discurso: foto Callie Shell/Aurora for Time.-TIME/ Obama ante el espejo: foto Callie Shell/Aurora for Time.-TIME)

LA CASA BLANCA

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¡Qué lejos – felizmente – están los tiempos en los que el escritor negro Richard Wright escribía en «The Black Boy«! («El negrito») (Edit. Afrodisio Aguado, 1950):

«- Tú has visto esto? – preguntó señalando una siniestra caricatura.

-No, señor; nunca leo más que el suplemento.

– Bueno, pues fíjate en eso. Con calma. Y dime después lo que piensas – dijo.

Era el número de la semana anterior, y contemplé un dibujo que representaba un enorme negro, de cara grasienta y sudorosa, gruesos labios, nariz aplastada y dientes de oro, sentado en un sillón giratorio ante una mesa reluciente. Tenía puestos unos zapatos de color amarillo, chillones, y apoyaba sus pies sobre la mesa. Entre sus gruesos labios tenía un enorme cigarro puro negro, con una pulgada de ceniza blanca. Un deslumbrante alfiler de corbata en forma de herradura brillaba ostentosamente en su corbata de lunares rojos. El individuo llevaba unos tirantes encarnados; su camisa era de seda rayada, y mostraba enormes sortijas de brillantes en sus dedazos. Una cadena de oro cruzaba su vientre y de la leontina de su reloj colgaba como dije una pata de conejo. En el suelo, al lado de la mesa, se veía una escupidera rebosante de mucosidades. En la pared del cuarto se veía un gran cartel, que rezaba:

 

«La Casa Blanca.»

 

Bajo este título había un retrato de Abraham Lincoln, cuyas facciones distorsionadas le hacían tener la cara de un «gangster». Mis ojos subieron a la parte superior de la caricatura y leí:

«El único sueño de un negro es llegar a ser Presidente y acostarse con mujeres blancas. ¡Americanos!, ¿consentiremos esto en nuestra hermosa nación? ¡Organizaos y salvad la feminidad blanca!»

Permanecí con los ojos clavados en el dibujo, intentando adivinar el sentido del dibujo y del texto, extrañado que todo ello me pareciese tan raro y sin embargo tan conocido.

– ¿Sabes tú lo que quiere decir esto? – me preguntó el hombre.

-¡Ja!, pues no lo sé – confesé.

-¿Oiste hablar alguna vez del Ku-Klux-Klan? – me preguntó con suavidad.

-Claro. ¿Por qué?

– ¿Sabes lo que hace el Ku-Klux-Klan a la gente de color?

-Nos matan. No nos dejan votar y nos impiden tener buenos puestos – contesté.»

¡Qué lejos felizmente están aquellos tiempos y aquellas frases de Richard Wright! Publicado en 1945,  de «The Black Boy» se dijo que fue una novela que descubría las raíces del pasado inmediato del autor, las tensiones raciales, la denigración del hombre negro como ente social y el cansancio y el deterioro existencial de una raza. Wright – nacido en 1909 cerca de Nat, en el Mississipi, autodidacta, criado en Memphis, que perteneció unos años al Partido Comunista norteamericano y que murió en 1960 -, mantuvo en este libro una sorprendente actitud de rechazo cuando aludía a la comunidad negra, no quiso mostrar aquí simpatía alguna por sus hermanos de raza.

Han pasado sesenta y tres años desde aquellas palabras sobre la Casa Blanca. Wright no podía imaginar que un negro estaría un día sentado en el Despacho Oval.

(Imagen.-George Bush y Barack Obama en el Despacho Oval.- foto: Eric Draper.-The New York Times)

AMAR, TRABAJAR, BUSCAR LA VERDAD

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«Todos los años, el mundo cambia radicalmente. Se transforma a un ritmo para el que no tenemos instrumento de medida adecuado. Es pavoroso. Y cada uno de nosotros tiene que enfrentarse – solo – a esa enorme complejidad… Hemos de pensar, pues, para vivir. Es un problema de urgencia inaplazable. Las soluciones no dependen sólo del exterior. Muchas dependen de nosotros mismos. Se les ha aplicado un nombre: necesidades neuróticas, exigencias del alma y también necesidades realmente humanas, tales como la de ser libre, de amar, de trabajar, de buscar la verdad, de dar un sentido al mundo. Luchamos por encontrar un orden y un equlibrio».

Saul Bellow

(Imagen: foto:Ruth Fremson.-The New York Times)

ÚLTIMAS IMÁGENES ELECTORALES

«Hoy todo el mundo nos dice que necesitamos creer más intensamente, que nos hace falta una fe más firme, más profunda y más circunscrita. Fe en América y en lo que estamos haciendo. Esto puede ser verdad a largo plazo. Pero lo que necesitamos ahora y antes que nada es desengañarnos, desilusionarnos. Lo que más nos aflige no es lo que hemos hecho con América, sino lo que hemos sustituido de América. Padecemos, primordialmente, no a causa de nuestros vicios o de nuestras debilidades, sino de nuestras ilusiones. Nos embargan, no las realidades, sino aquellas imágenes que hemos colocado en lugar de las realidades».

Daniel Boorstin: «The Image» (Recogido en los «Apéndices» de Joe McGinniss, «Cómo se vende un presidente» (Península)

(Imagen:foto : Damon Winter.-The New York Times)

TRANSFORMACIÓN DE LA ACTRIZ RUBIA

«El día del estreno de «Los caballeros las prefieren rubias«, media docena de manos expertas se posaron sobre la Actriz Rubia como desplumadores de pollos sobre cadáveres de aves. Le lavaron el pelo y le hicieron la permanente y le tiñeron las raíces más oscuras con peróxido tan fuerte que tuvieron que encender un ventilador para evitar que la Actriz Rubia se asfixiara y entonces le enjuagaron de nuevo el pelo y le pusieron inmensos rulos de plástico rosas y un ruidoso secador sobre la cabeza como si fuera una máquina que debiera darle «electrochoques». Le echaron vapor en la cara y la garganta, después se las enfriaron y le aplicaron cremas. Le bañaron y untaron con aceite el cuerpo, le arrancaron el vello más feo, la empolvaron, la perfumaron, la pintaron y la pusieron a secar. Le pintaron las uñas de los dedos de los pies y las manos de un morado brillante a juego con su boca de neón. Whitey, el maquillador, llevaba más de una hora trabajando cuando vio, consternado, una sutil asimetría en las oscurecidas cejas de la Actriz Rubia, y se las quitó por completo y las rehizo. El lunar postizo fue recolocado una décima parte de milímetro más allá, después devuelto prudentemente a su posición original. Le pegaron párpados postizos».

Así va contando Joyce Carol Oates en una novela la agotadora preparación necesaria para que Norman Jean Baker se convirtiera en Marilyn Monroe.

En estos tiempos en que todo es apariencia – intensas horas para transformar candidatos políticos en posibles Presidentes – narrar las aventuras del maquillaje interior y exterior con una buena pluma siempre se agradece. McGinniss lo hizo magistralmente en «Cómo se vende un Presidente» (Península).

(Imagen: Marilyn Monroe en «The Misfits» (1961)