«¿Quién ha visto el viento?
Ni tú ni yo:
pero cuando tiemblan las hojas
es que pasa el viento.
¿Quién ha visto el viento?
Ni tú ni yo:
pero cuando los árboles se inclinan
es que pasa el viento».
(Imagen- Hokusai)
«¿Quién ha visto el viento?
Ni tú ni yo:
pero cuando tiemblan las hojas
es que pasa el viento.
¿Quién ha visto el viento?
Ni tú ni yo:
pero cuando los árboles se inclinan
es que pasa el viento».
(Imagen- Hokusai)
«Son las nubes en torno al sol caído, (escribe Yeats y lo recoge Cees Nooteboom en sus encuentros y despedidas en «Tumbas de poetas y pensadores» )
la majestad que cierra su ojo ardiente:
los débiles se apoderan de lo que el fuerte ha hecho,
hasta que sea derribado lo que mucho se elevó
y venga la discordia tras el unísono,
y todas las cosas se hallen en un plano común.
Y por tanto, amigo, si has recorrido tu camino
y así te sucedió, tanto más por ello
hiciste de la grandeza tu compañera,
aunque sea por hijos por los que suspiras:
Son las nubes en torno al sol caído,
la majestad que cierra su ojo ardiente.»
«No sé muy bien si sueño, o si recuerdo, si viví mi vida o si la soñé (escribe Ionesco en sus «Diarios)- El recuerdo, igual que el sueño, me hace sentir profundamente la irrealidad, la evanescencia del mundo, imagen furtiva en el agua movediza, humo coloreado. ¿Cómo todo lo que resiste entre firmes contornos puede apagarse? La realidad es infinitamente frágil, precaria, todo lo que viví duramente se hace triste y suave. Quiero retener todo lo que nada puede retener.»
«Pero lo más admirable en Bretaña es la luna alzándose de la tierra o poniéndose en el mar (escribe Chautebriand) Destinada por Dios a regir los abismos, la luna tiene, como el sol, sus nubes, sus vapores, sus rayos, sus sombras que la acompañan; pero, al igual que él, no se retira solitaria; un cortejo de estrellas la acompaña. Según desciende sobre mi playa natal en el extremo del cielo, aumenta su silencio, que comunica al mar; no tarda en ponerse en el horizonte, intersecándose, no muestra más que la mitad de su frente que se adormece, se inclina y desaparece en la muelle intumescencia de las olas.»
Estas son algunas de las últimas despedidas de las que habla en su libro Cees Nooteboom.
(Imágenes.-1- Marcin Sobas/ 2.-Vladimir Kush/ 3.-Willy Kriegel/ 4.-Kobayashi Kiyochika.- 1930)
«¡Menuda noche! Aúlla el viento, susurra y casi calla
para aullar aún más fuerte, mientras la nieve incesante
golpea su sordo blanco contra el cristal,
y qué dulce se nos hace nuestro bienestar;
y en la mañana, cuando amaina la tormenta,
ante las puertas de las cabañas quedan
montes de nieve que allí posada obstruyen
el paso que a golpes de pala y rastrillo
se gana hasta el sendero, formando un muro a cada lado.
El pastor, que anchos y blancos valles recorre,
de nuevas sensaciones su memoria llena,
pues los setos que vio a la noche ya no están,
y son blanca extensión de ondulantes colinas,
y los árboles, ahora arbustos, medio cuerpo ocultan.»
John Clare.-«Nevada»
(Imágenes:-1.-Alfred Sisley– nieve en Louveciennes-1878/ 2.-Aldro Thompson Hibbard– Vermont- Museo de Bellas Artes de Boston/ 3.-Alekséi Savrásov-1894-g1b2i3 wordpress)
«Cuando me sentaba al borde del camino – solía recordar Stevenson sobre sus inicios literarios -, o bien leía, o bien sacaba un lápiz y cuadernillo barato donde apuntaba los rasgos de la escena o improvisaba algunas estrofas dubitativas. Así vivía yo con las palabras. (…) Había hecho el voto de aprender a escribir. (…) Siempre que leía un libro o un párrafo que me complacía especialmente, donde se decía una cosa o se presentaba un efecto con propiedad, donde se agazapaba una fuerza evidente o un feliz rasgo de estilo, tenía que sentarme enseguida y ponerme a imitar aquello. Claro que no lo conseguía, y yo lo sabía bien. Lo intentaba, una y otra vez, y volvía a fallar una y otra vez. Pero en todos estos intentos vanos, logré al menos adquirir cierta práctica en el ritmo, la armonía, la construcción y la
coordinación de las partes. Así he copiado con diligencia a Hazlitt, Lamb, Wordsworth, Sir Thomas Browne, Defoe, Hawthorne, Montaigne, Baudelaire y Obermann. (…) Esto, nos guste o no, es la forma en que aprendí a escribir y si le he sacado provecho como si no, así ha sido. También fue esa la forma en que aprendió Keats, y nunca hubo un temperamento más adecuado a la literatura que el de Keats; así ha sido seguramente – nos daríamos cuenta si pudiéramos comprobarlo – como han aprendido todos; y por ese motivo, cada vez que hay un revival literario va acompañado o anunciado por una mirada retrospectiva a los
modelos anteriores (…) Hasta Shakespeare mismo, el imperial, procede de una escuela. Sí, de una escuela de la que – cabe esperar – salen buenos escritores; de una escuela que, casi de modo invariable, produce buenos escritores, salvo alguna excepción. Antes de que pueda decir qué cadencias prefiere, el alumno debe probar todas las que existen; antes de elegir y mantener una clave que se ajuste a él, tiene que haber practicado toda la escala literaria; y sólo tras muchos años haciendo este tipo de gimnasia podrá sentarse al fin, mientras llegan legiones de palabras zumbando a su llamada y docenas de estructuras de la frase se le ofrecen simultáneamente para que escoja. Y entonces, sabiendo lo que quiere hacer y dentro de los estrechos límites de la capacidad humana, podrá hacerlo.»
Estas palabras de Stevenson en sus «Ensayos sobre literatura» (Páginas de Espuma) nos llevan a los primeros escritos del Flaubert muy joven, comentados por Menene Gras en «Aprendiz de escritor» (Tusquets) cuando se pregunta «¿de dónde procede a su vez esta admiración por Lord Byron, Corneille y más tarde Rabelais, a quienes dirige grandes elogios y agradece por su genialidad? ¿Acaso ya empieza a creer en el nacimiento de su vocación al sentir el deseo de inspirarse en ellos y la tentación de imitarlos?«. E igualmente nos traslada hasta los excelentes «pastiches» – «Parodias y miscelánea» (Alianza) – que Proust publicaría en febrero y marzo de 1908 en Le Figaro, «ejercicios de estilo a la manera de» Balzac, Sainte- Beuve, Goncourt, Flaubert, Michelet y otros en donde Proust adapta su ritmo interior al ritmo del autor imitado, preparándose y adquiriendo formas diversas que culminarán muy pocos años después en «A la busca del tiempo perdido«.