MIGUEL HERNÁNDEZ (5) : AÑOS EN ORIHUELA

« Leía mucho Miguel, sí, – revelaba Vicente Hernández, el hermano del poeta -, pero ocultándose de mi padre. Leía sobre todo, por la noche, cuando todo el mundo estaba acostado, en el cuarto aparte, en el patio, que nosotros ocupábamos. A veces mi padre lo sorprendía y se levantaba para apagar la luz. (…) A menudo, también, Miguel se llevaba libros a la huerta y leía mientras cuidaba las cabras. Lo que me asombraba a mí, que era de salud más bien delicada, era que él se sentara no importaba dónde, casi siempre con la cabeza descubierta, a pleno sol, y que no pareciera sufrir el calor…. Leía a los poetas: Machado, Verlaine, San Juan de la Cruz. También las novelas de  Gabriel Miró. Y además «La Eneida«, en una traducción de Fray Luis de León, de la cual le divertía recitar de memoria ciertos pasajes (…) Se aislaba para escribir. Me acuerdo muy bien cómo trabajaba cuando tenía diecinueve o veinte años. El sábado, antes de ir a acostarse, mi madre le preparaba una comida fría que metía en un gran pañuelo anudado. Al día siguiente, al alba, llevando en la mano su atadito y máquina de escribir, Miguel trepaba por las rocas detrás de nuestra casa, hasta la Cruz de la Muela y se pasaba el día solo, allá arriba, componiendo sus poemas. Tenía una vieja máquina de escribir que había comprado de ocasión a uno de sus amigos, Eladio Belda…»

Escuchaba todo esto el hispanista e investigador francés Claude Couffon en 1962, en lo profundo de las calles de Orihuela, cuando intentaba dar voz viva a los recuerdos. Hablaba  con Vicente, el hermano de Miguel Hernández, y la memoria poco a poco afloraba. Couffon reunió luego estas conversaciones en su libro «Orihuela y Miguel Hernández» (Losada) y en aquellos paseos abarcó confidencias no sólo de familiares sino de amigos del poeta.

Un año antes, en 1961, en la Revista «Oleza«, un amigo de Miguel Hernández, Álvaro Botella, trazaba este retrato del escritor:

«Diré que era alto, de huesos muy fuertes y, en consecuencia, ancho de hombros; con brazos inmensamente largos y siempre pegados a las caderas, casi inmóviles cuando caminaba; avanzaba con el cuerpo muy derecho; sus manos eran grandes, rústicas -ése es el término -, con movimientos indecisos. Su cabeza se erguía animosamente sobre sus hombros; miraba derecho a los ojos y del conjunto de su rostro se destacaba una mirada infantil, un poco tímida, procedente de dos ojos redondos y muy movedizos; cuando un hecho impresionaba su corazón o su inteligencia, en sus mejillas se encendía cierto rubor. Era descuidado en el vestir, libre en su conversación, valeroso y decidido en sus juicios y apasionado hasta la temeridad…»


De aquel rostro y de aquella figura saldrían, entre muchos otros, estos versos:

«Fuera menos penado si no fuera

nardo tu tez para mi vista, nardo,

cardo tu piel para mi tacto, cardo,

tuera tu voz para mi oído, tuera.

Tuera es tu voz para mi oído, tuera,

y ardo en tu voz y en tu alrededor ardo,

y tardo a arder lo que a ofrecerte tardo

miera, mi voz para la tuya, miera.

Zarza es tu mano si la tiento, zarza,

ola tu cuerpo si lo alcanzo, ola,

cerca una vez, pero un millar no cerca.

Garza es mi pena, esbelta y triste garza,

sola como un suspiro y un ay, sola,

terca en su error y en su desgracia terca».

«El rayo que no cesa»

(1910-2010: el año en que se conmemora al poeta)

(Imágenes:- 1.-Miguel Hernández celebrando el Primero de Mayo en la Casa de Campo de Madrid.-foto Manuel L. Moreno.-Orihueladigital/2.-Miguel Hernández.-Bibliotecas municipales.-Cartagena)

RESIDENCIA DE ESTUDIANTES (y 2) : LA VISITA NOCTURNA

«Ahora sí, ahora desciendo ya de esta colina y lo hago en la noche. Madrid como polvo de luces. Ahora sí, ahora voy tanteando, del brazo de Juan Ramón –la barba negra, la barba blanca, las sensibilidades enfermizas, las depresiones que al final de su vida rozaron la locura, o como diría Zenobia antes de morir de silencioso cáncer, rozaron el corazón.

Vamos los dos –Juan Ramón y yo– serpenteando el tiempo: la oscuridad nos impide ver si el suelo es de 1913 o de 2010. Marchamos del brazo, ambos invisibles, ambos sin conocernos. La colina de los recuerdos entre asfalto y arbustos. El me habla desde su prosa de hace muchos años, con voz pausada y lenta, recreándose en su propia voz.

¿Ve usted? –me dice– como aquí me acuesto tan temprano, a las seis ya estoy en pie. Cojo en el negro de mis ojos la rica luz intacta, verde, sombrío y cárdeno, y en mi pecho la pureza fría y sensual de la mañana de invierno que se acaba, y, aún con la luna útil –una luna menguante, como mal partida con las manos, ruborizada un poco de aurora–, contesto sonriendo una bella carta de ayer.

¿Ve usted? –vuelve a decirme muy lentamente apoyándose en el humo de mi brazo vacío, descansando su fatiga de ojos hundidos en mi propia fatiga– algunos niños, azules ya las tersas mejillas, con bufandas, boinas, polainas y guantes, la cartera a la espalda, van trotando –eses y ángulos por bancos y árboles– al colegio. Un vendedor de molinillos de papel anda manchando la tranquila vaguedad de plata de la tarde primera con su violento abanico rojo, amarillo, verde y morado.

Bajamos. Parecemos dos sombras huecas, sin espacio. A veces, Juan Ramón desde 1915 me ayuda a soslayar una piedra; a veces yo mismo tiemblo de que Juan Ramón caiga en las profundidades de este 2010. Ha paseado, lenta y virgen, la mirada del poeta por miles de ciudades fundidas en Madrid, por Rosales, por la bruma y el oro del Retiro, por entre las violetas y los mirlos, apoyando el oído en el agua, escuchando la densidad del viento…

¿Ve usted? –me dice al fin, casi al pie de la Castellana, atrás la altura del Hipódromo–, este cerro del viento, está, hoy, Colina de los Chopos –que paran el viento con su nutrido oasis y nos lo entretienen humanamente ya–, ¡cómo acerca el cenit!. Están fijamente confundidas, noche de primer abril, en su meseta, las luces de arriba y las de abajo; las descolgadas, grandes estrellas blancas y encandiladoras y las farolas verdes del agudo gas, las redomas malvas eléctricas y la enorme luna amarilla; como si salieran unidos al campo raso vecino, en plebeya y aristocrática confusión, arrabales del cielo y de la tierra.

Soledad, silencio por todas las aristas, planos y rincones del promontorio. ¡Y qué grato todo –en su variación, en su avance, en su incorporación– en esta subida mía nocturna, después de tantos días! ¡Cuánto presentido verdor nuevo en la misma sombra azul, realización profusa, saludable, sensual, de aquellos dibujados, pintados, cantados, anhelantes sueños por lo yermo con nieve sola, con sol solo, con solísimo huracán corrido!. Cómo, ahora, sobre el entrevisto canalillo, el canto del pájaro frecuente y el croído de la rana amistosa se corresponden, en guirnaldas dulces y frescas, por el laberinto de troncos, hojas y flores! ¡Qué parecido, de pronto, después de su enfrentamiento, el viento de hoy entre los rectos chopos de redonda pierna plata, al viento de entonces por la descampada ilusión!.

Sí –respondo–.

Me da su mano de 1915, le doy mi mano en el siglo XXI. No nos tocamos. Ni nos vemos siquiera. Somos dos sombras invisibles, dos columnas de humo que rozan, al pasar, velozmente la locura del tráfico».

José Julio Perlado: «El artículo literario y periodístico.-Paisajes y personajes«.- páginas 148-149

(Breve evocación a los cien años de la Residencia de Estudiantes: 1910-2010)

(Imagen: Juan Ramón Jiménez.-foto EFE)

OTOÑO 2010

«A través de la paz del agua pura,

el sol le dora al río sus verdines;

las hojas secas van, y los jazmines

últimos, sobre el oro, a la ventura.

El cielo, verde, en la más libre altura

de su ancha plenitud, deja los fines

del mundo en un estremo de jardines

de ilusión.  ¡Tarde en toda tu hermosura!

¡Qué paz! Al chopo claro viene y canta

un pájaro. Una nube se desvae

sin color, y una sola mariposa,

luz, se sume en la luz…

Y se levanta

de todo no sé qué hálito, que trae,

triste de no morir aún más, la rosa».

Juan Ramón Jiménez: «Octubre«.-Sonetos espirituales.- Segunda antolojía poética (1898-1918)

(Imagen.-otoño en bosques de Virginia.-foto Christopher Burkett.-1991.-Michael Ingbar Gallery.-New York.-artnet)

UN CLAVEL EN EL LABIO

«Bastábale al clavel verse vencido

del labio en que se vio (cuando, esforzado

con su propia vergüenza, lo encarnado

a tu rubí se vio más parecido),

sin que, en tu boca hermosa, dividido

fuese de blancas perlas granizado,

pues tu enojo, con él equivocado,

el labio por clavel dejó mordido;

si no cuidado de la sangre fuese,

para que, a presumir de tiria grana,

de tu púrpura líquida aprendiese.

Sangre vertió tu boca soberana,

porque, roja victoria, amaneciese

llanto al clavel y risa a la mañana».

Francisco de Quevedo: «A Aminta, que teniendo un clavel en la boca, por morderle, se mordió los labios y salio sangre»

(Imagen.-clavel.-jardinería.com)

VERANO 2010 ( y 5) : JOSÉ ANTONIO MUÑOZ ROJAS

“A mí me ha sucedido muchas veces

ir caminando y encontrarme

de pronto una palabra que había dicho,

hace tantos amores a estas horas,

hace tantos latidos y amarguras

sobre las cuatro de la tarde. Era

cuando la adolescencia. Ella tenía

aproximadamente dieciocho

años y unos cabellos que las brisas

adoraban, diciéndole al oído:

Nunca los tuve iguales en mis dedos.

(…)

A mí me ha sucedido muchas veces

ir caminando y olvidarme

de todo en la esperanza. Dios sin duda

nos coge de la mano. ¿No es su mano?

A merced de las horas, sin derecho

más que a un poco de aire, de hermosura,

nacemos y es bastante. A veces sobra.

Todo, en fin, es amor. Me ha sucedido

encontrarme a menudo que no peso,

que esto que llaman por llamar no tiene

más que un nombre: querencia. Va a lo alto

inevitablemente. Va a lo alto

como el chopo y el bien. Sigue a lo alto”.

José Antonio Muñoz Rojas

(Imagen:-William Merritt Chase– El fin de la temporada.- 1885.–artnet)

LORCA DESDE EL CHRYSLER BUILDING

«Manzanas levemente heridas

por los finos espadines de plata,

nubes rasgadas por una mano de coral

que lleva en el dorso una almendra de fuego,

peces de arsénico como tiburones,

tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,

rosas que hieren

y agujas instaladas en los caños de la sangre,

mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos

caerán sobre tí. Caerán sobre la gran cúpula

que untan de aceite las lenguas militares

donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma

y escupe carbón machacado

rodeado de miles de campanillas».

Estas palabras, intuiciones, poemas, Federico los escondía en los bolsillos. Era en papeles de diversos tamaños – algunos de ellos en hojas arrancadas de un bloc, otros abocetados sobre un papel con membrete del Hotel Biarritz de San Sebastián -, escritos a pluma y a lápiz, con los dobleces propios por llevarlos guardados, salpicados de numerosas correcciones, tachones, supresiones y adiciones que señalan el duro trabajo del creador al concebir sus poemas, la búsqueda incesante de la palabra, los pasos de la revelación.

Así consta en el manuscrito de Poeta en Nueva York.

«El cielo ha triunfado del rascacielo – decía Federico García Lorca -, pero ahora la arquitectura de Nueva York se me aparece como algo prodigioso, algo que, descartada la intención, llega  a conmover como un espectáculo natural de montaña o desierto. El Chrysler Building se defiende del sol con un enorme pico de plata, y puentes, barcos y ferrocarriles y hombres los veo encadenados y sordos; encadenados por un sistema económico cruel al que pronto habrá que cortar el cuello, y sordos por sobra de disciplina y falta de la imprescindible dosis de locura«.

«Me va molestando un poco había dicho tiempo antes mi mito de gitanería, no quiero que me encasillen; siento que me van echando cadenas«.

Llegó a Nueva York en junio de 1929, casi huyendo – como recuerda Juan Marichal -de los efectos diversos de su primer gran éxito, el del «Romancero gitano» publicado un año antes. Apenas aprendió inglés, y aquí escribió  «Poeta en Nueva York«. Salió de Nueva York rumbo a La Habana a primeros de marzo de 1930.

«Yo soy español integral«, dijo Lorca. En esta gran ciudad norteamericana estrechó su amistad con el matador de toros Ignacio Sánchez Mejías – que en la ciudad pasó varios meses con la bailarina Encarnación López, «Argentinita«, y a cuya muerte en el ruedo, cuatro años más tarde, dedicó Lorca su elegía «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías«.

«Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,

ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,

ni quien abra los linos del reposo,

ni quien llore por las heridas de los elefantes.

No hay más que un millón de herreros

forjando cadenas para los niños que han de venir.

No hay más que un millón de carpinteros

que hacen ataúdes sin cruz.

No hay más que un gentío de lamentos

que se abren las ropas en espera de la bala».

(,,,)

Federico García Lorca: Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building).-Poeta en Nueva York


(Imágenes: 1- Nueva York.-1946.-Andreas Feininger.-photographes gallery.-artnet/2.- Nueva York.-Johann Berthelsen.-Mark Murray.-/3,.puente de Brooklyn.-1998.-foto Barbara Mensch.-Bonni Benrubi Gallery.-artnet/4.-Nueva York en 1911.-foto National Gallery of art.-The New York Times/5.-Nueva York.-foto Eudora Wely Missisipi Departament of Archives and History,.1935.-The New York Times/6.-Nueva York en 1931.-wikipedia)

VERANO 2010 (1): JOSÉ DE SARAVIA

«Ufano, alegre, altivo, enamorado,

cortando el aire el suelto jilguerillo,

sentóse en el pimpollo de una haya;

y con el pico de marfil nevado,

entre el pechuelo verde y amarillo,

las plumas concertó pajiza y gaya.

Y celoso se ensaya

a discantar en dulce contrapunto

sus celos y amor junto,

y al ramillo, su apoyo, y otras flores,

libre y gozoso cuenta sus amores.

Mas ¡ay! que en este estado,

el cazador cruel, de astucia armado,

escondido le acecha,

y al tierno corazón aguda flecha

tira con mano esquiva,

y envuelto entre su sangre le derriba.

¡Triste avecilla, vida malograda,

imagen de mi suerte desdichada!»

(…)

José de Saravia.- Canción real a una mudanza (siglo XVl)

( Sobre la autoría de la Canción real a una mudanza José Manuel Blecua
en la Revista de Filología Española, Madrid, XXVI (1942) y años después,en NRFH, XI (1957),
prueba que el autor es
José DE SARAVIA, llamado el Trevijano,
nacido entre 1593 y 1594, secretario del Duque de Medina Sidonia. El poema ha
sido atribuido, entre otros, a los Argensola y a Mira de Amescua
)

LUIS ROSALES EN SU CENTENARIO (y 3)

«Me han dicho en mil ocasiones muchas de las personas que mejor me conocían y más me querían – me dice Luis Rosales en esta mañana de febrero de 1977 en su casa de Madrid – que ha habido siempre un gran divorcio, sobre todo en los últimos años, entre mi manera de ser y mi manera de escribir. Yo he sido un hombre sumamente alegre, ligado a la vida, con una capacidad de vivir la vida desde sus aspectos más pequeños, más cotidianos y recónditos, y vivirlos con intimidad, con deslumbramiento. Vivo deslumbrado, por ejemplo, con una ventana que estoy viendo infinidad de tardes…, con la conversación de los amigos…, infinidad de noches, infinidad de puentes entre la tarde y la noche… Y es curioso que una persona tan alegre cono yo durante años haya escrito una de las poesías más desengañadas que se han escrito en nuestro tiempo; por ejemplo, el que hasta ahora era el más reciente de mis libros: Como el corte hace sangre. Este libro es la aparición de lo que podíamos llamar el desengaño mayor o, como decía Machado, «la plazoleta del desengaño mayor«; pero hay otra aparición en el libro anterior, que es la ironía. El joven mira la vida con entusiasmo, con desengaño, con melancolía o con dolor, pero la vive siempre de una manera enteriza.

A partir de cierta edad, el poeta no puede vivir su vida de manera enteriza; está espejándose continuamente; está al mismo tiempo viviendo su vida y al mismo tiempo participando «críticamente» en ella. Eso es lo que da la ironía, ese desdoblamiento de la experiencia vital en tres planos, que son : la experiencia vivida, la participación en tu propia vida, y la crítica de tu propia vida y de tu propia participación…» (…)

«Pocos poetas – sigue diciéndome Rosales – agradecerán tanto como yo la asistencia del lector, lectores que han vivido y conformado de alguna manera su vida con alguna lectura mía. Me interesan los lectores y me interesa el lector personal. Pero interesándome tanto los los lectores y habiendo agradecido esa confirmación que han tenido ellos en mí, he de decir que yo no escribo para los lectores. Escribo por obligación ética, para cumplir un destino al cual estoy llamado; yo soy, irremediablemente, un escritor. Me han preguntado en alguna ocasión: «tú por qué tardas tanto en publicar tus libros?». Yo a veces he tardado diez años o quince años en publicar un libro, porque a mí lo que me interesa es escribirlos, no publicarlos. ¡Los libros están ahí! Si yo no los publico, otros lo harán por mí; si alguien tiene que leerlos, alguien los leerá; pero quiero separar por completo estas cosas. Primero, que para mí el lector es muy distinto del público; me interesan los lectores, a los cuales debo muchas de las alegrías que he tenido en la vida.

Y hay que hacer otra distinción. Yo escribo únicamente como un compromiso ético que tengo conmigo mismo, con mi tiempo y, naturalmente, con Dios. En esa última relación hay un Dios – para mí, Jesucristo – que es el Tú absoluto; ese Tú, para mí de alguna manera, es siempre el horizonte, hasta en los poetas más blasfemos. De ahí nace ese imperativo que yo siento al decir que escribo por una conformación interior mía que, en definitiva, es un compromiso ético».

(«Diálogos con la cultura«.-páginas 155 – 157)

Hoy, 31 de mayo, se cumplen cien años del nacimiento de Luis Rosales en la ciudad de Granada

(Pequeño homenaje y recuerdo al gran poeta español)

(Imágenes.-1.-Luis Rosales.-laopinióndegranada.es/ 2.-Luis Rosales con los Reyes.-larazón.es)

LUIS ROSALES EN SU CENTENARIO (2)

«Era poeta y odiaba lo impreciso«, escribió Rilke. Y con este verso, Luis Rosales recibe en el umbral de uno de sus más significativos libros, a ese lector que llama. ¿Cómo no ser impreciso con Rosales? ¿Cómo hablar – sin deshojar nada – con un poeta? Mil Rosales diversos y fundidos miran esa ventana, mil ventanas en una, cientos de atardeceres, tonos, matices…Sentado en lo sencillo – ese sillón, sofá, silencio… -, lo sencillo va entrando pleno de suavidad por la ventana. Lo sencillo es el aire, la luz, todas las luces; lo sencillo es este amanecer atardeciendo anochecido. Y es sencillo el cristal, y la palabra, y esos ojos recostados en vida que Luis Rosales adormece ante el vino del sol. El sol es bien sencillo. Y Rosales. Suave y sencillamente rico.

Ni una palabra más. ¿Cómo hablarle a un poeta? Dámaso Alonso, hace años, dibujó a pluma su retrato: «Luis Rosales: un hombretón cetrino, con unos ojos azules chiquitines, o que detrás de las gafas parecen chiquitines (porque son un poquito miopes). Lo cetrino diríamos que viene del terruño y que se pierde en no sé qué noche morisca de las Alpujarras; lo azul parece que selló o presagió la personalidad del poeta. El cual, con explicable coquetería, gusta de prolongar las dos chispas azules que lleva en la cara, con tejidos azules de su preferencia (corbatas, chaquetas). Es tan violento ese contraste entre lo bazo y lo azul, que casi lo temblaríamos.

¿Quién ha visto sin temblar

un hayedo en un pinar?».

Así escribe Dámaso de él. Pero pronto, al preguntarle yo de qué modo le ha influido Granada en su vida, Rosales me contesta:

«Decía Federico García Lorca una expresión acerca de lo granadino que yo considero sumamente interesante. Decía que «Granada era Castilla la novísima«; esto quiere decir que, de alguna manera, lo granadino es una forma si no «novísima», nueva, y si no nueva, «distinta» a lo castellano, pero en cierto modo ligado a ella. Siempre que se ha hablado en la poesía clásica y en la literatura clásica de lo granadino, se suele recordar un libro, un libro verdaderamente inolvidable, de Soto de Rojas ( 1584/1658), que se llama «Paraíso cerrado para muchos y abierto para pocos«. En este sentido, este libro, que podría ser el más reporesentativo de la lírica clásica granadina, sería como un conjunto de bodegones… como un conjunto de piezas pequeñas…; lo cotidiano, lo humilde, lo pequeño, han sido características sumamente importantes de la lírica granadina en un momento indudablemente de esplendor de ella, que es al que nos estamos refiriendo.

Es lógico que yo algo tendré de castellano «novísimo» y que algo tendré de amor a lo humilde y a las cosas concretas. Desde hace mucho tiempo creo, y lo he dicho – está al frente de uno de mis libros más importantes, Cervantes y la libertad – , un verso de Rilke ( que era un poeta que odiaba lo impreciso). Lo que un poeta odia más es lo impreciso. Por eso hay tan poca relación entre política y poesía».

En esta mañana de febrero en Madrid, en 1977, Rosales sigue diciéndome: «Cuando somos jóvenes nacemos insertados dentro de un mundo poético al cual pertenecemos. Este mundo poético nos da la voz. nos da la orientación y nos da una gama muy amplia de posibilidades dentro de las cuales nosotros tenemos que elegir. Hay momentos en que todo poeta se pregunta: ¿Qué es lo que quiero hacer?, y se pregunta sobre todo: ¿sé hacer lo que estoy haciendo? ¿sé hacer un poema?. Un poema es una cosa muy difícil de hacer -se le ha escapado como un suspiro en broma… un suspiro nacido de un hondo esfuerzo serio – Entonces, cuando yo me hice esa pregunta – que creo que me la hice alrededor de los treinta y un años, es decir allá por el año 41 -, yo hacía una poesía de joven. Al joven le interesa demostrar lo mucho que sabe…,al joven le interesa demostrar su brillantez…, al joven le interesa «enriquecer el estilo», etc (….) Pero los árboles no le dejan a uno ver el bosque… y el bosque no deja ver los árboles. En poesía ocurre lo mismo. Los versos no dejan ver el poema; generalmente lo ocultan. La multiplicidad de elementos que constituyen un poema, a veces dificulta la percepción de su unidad; hay muchas ocasiones en que no vemos la unidad del poema, porque nos quedamos prendidos en muchos de sus elementos constituyentes, y, en ocasiones, accesorios. Yo diría que en toda mi vida todo el despliegue y el desarrollo de esa vocación – que yo he tenido como muy pocas personas la habrán tenido nunca -, esa persecución y consecución de una vocación y de un destino ha consistido en eso: en esclarecerme, cada vez más, en qué consistía la unidad de un poema; es decir, en considerar al poema como un testimonio de mi vida y – desde el punto de vista estilísitico -, como una unidad orgánica que expresara una vida. Creo que de alguna manera yo nunca he podido hacer poesía, sino sobre mis experiencias, las personas que he conocido, las personas que he amado…».

Diálogos con la cultura«, páginas 143, 147,152)

(A Luis Rosales me he referido de un modo u otro varias veces en Mi Siglo)

(Pequeño homenaje y recuerdo al gran poeta, nacido en Granada el 31 de mayo de 1910, hace ahora cien años)

(Imágenes:-1.-Luis Rosales.-cervantesvirtual/ vista de Granada.-wikipedia/ Luis Rosales con diversos escritores y poetas: entre ellos, Gerardo Diego, Guillermo Díaz Plaja, Carlos Murciano, Jacinto López Gorgé y Ángel García López.-1975.- cervantesvirtual.com)

LUIS ROSALES EN SU CENTENARIO (1)

«Durante el embarazo, el corazón del niño es ya un galope»

«Primero fue como un deshojamiento

interno de tu carne, una frontera

de lo oscuro a lo claro, una escalera

de sangre, una palabra en movimiento

cada vez más pudiente, luego el lento

escalón de la vida; su primera

imprimación total sobre cera

virgen y su continuo crecimiento

que ya empieza a dolerte y ya te mide

con sus pies poco a poco y anda entre

la luz de nueve meses que es tu día

y te habla de ti misma y ya te pide

que no le desampares en tu vientre

no sabiendo que vive todavía».

Luis Rosales

(Poema que incluí al fin de mi conversación con él, en febrero de 1977. Apareció la entrevista en el dominical de ABC el 13 de marzo de 1977)

(De Rosales he hablado ya alguna vez en Mi Siglo)

( Ahora, el 31 de mayo, se cumplirán los cien años de su nacimiento en Granada)

(Imagen.-Luis Rosales.-secc.es)

¿ASí ES LA ROSA?

El verso de Juan Ramón Jiménez «No le toques ya más, que así es la rosa «(«Piedra y cielo», 1919) nos podría llevar de algúna forma hasta las fronteras sobre cuántas y cuáles pueden ser las modificaciones de estilo en la creación. ¿Hasta dónde se debe retocar un texto? ¿Hasta qué grado debe corregirse lo que se escribe’? Jean-Ives Tadié, uno de los mayores especialistas en Proust, comenta en el número de abril de  «Le Magazine Littéraire» «que ciertos artistas han perjudicado su obra inicial. Claudel, por ejemplo – añade como opinión -, ha logrado de la versión última de «Partición del mediodía» una obra mucho menos bella que la primera. Lo mismo ocurre con las diversas versiones de «La Anunciación hecha a María«.Claudeldice Tadié – perjudicó su obra al retocarla. Por el contrario, se puede decir que Proust no se equivoca nunca. Suprime poco, pero enriquece mucho, y ésto hasta la última página del Tiempo recobrado. No cesa de trabajar su última frase hasta que encuentra una soberbia metáfora. Este enriquecimiento hace que yo prefiera las postreras versiones».

Es una opinión más. Del «paso atrás en la creación«, gracias al cual siempre se adquiere la necesaria perspectiva para poder corregir, he hablado varias veces en Mi Siglo. Anthony Burgess, en su estudio sobre «Hemingway y su mundo» (Ultramar) recuerda que «El viejo y el mar» presenta uno de los misterios del proceso creativo, que se demuestra «en la circunstancia de que Hemingway pudiera escribir tan soberbiamente en una época en que estaba escribiendo tan mediocremente. (…) Como ejercicio de simple prosa «declarativa», no ha sido superado en la obra de Hemingway. Cada palabra es significativa y no sobra ninguna palabra».

¿ Cúando sobran o no sobran palabras? Augusto Monterroso declaraba que él conseguía una escritura concisa y breve tachando. «Tres renglones tachados valen más que uno añadido. Los adornos y las reiteraciones no son ni elegantes ni necesarios. Julio César inventó el telégrafo 2000 años antes que Morse con su mensaje: » Vine, vi, vencí«. Y es seguro que lo escribió por razones literarias de ritmo. En realidad, las dos primeras palabras sobran; pero César conocía su oficio de escritor y no prescindió de ellas en honor del ritmo y de la frase».

Por eso hay que preguntarse hasta qué punto se tacha y hasta qué punto se añade.  El primer verso, siempre se ha dicho, ha sido dictado, ha sido dado. Se ha recibido desde lo alto o desde lo profundo y es necesario escribirlo así. Pero el primer verso de Juan Ramón también dictado desde lo alto – le señala al poeta: «no le toques ya más, que así es la rosa». Permanece la rosa plena y encendida en ese único verso.»Juan Ramón – recordaba Vicente Gaos no recomienda que el poema no se toque, sino que no se toque ya más, lo cual implica previas manipulaciones«.

La rosa espera mirando al poeta deseando únicamente seguir siendo la rosa.

(Imágenes:-1.-manuscrito de Marcel Proust.-Universidad d´ Urbana.-Champion de Illionis/.-2.-Hemingway.-foto de Ken Heyman.-stateoftheart. pophoto.com/3.-Juan Ramón Jiménez.-por Daniel Vázquez Díaz)

RECIBIR UNA CARTA

«Recibir una carta cuando se espera la llegada de una mujer

una carta de mujer

de mujer nacida de poema

abrir la carta como quien despega un deseo

leer la carta como se recita un universo

besar la carta como se busca el color de un poema

plegar la carta en la cartera como se prohija una rima

quemar el sobre de la carta como se viaja al interior de África

archivar la carta con otras cartas como a la enferma con otras enfermas

acordarse de la carta cuando se duda de la selva

olvidarse de la carta como cuando se nos muere una época

y de otra mujer olvidada nos nace el salvador poema».

Gerardo Diego.- «Recibir una carta»

(Imagen:- Pierre Bonnard.– «La carta«.-1906.-National Gallery of Art Whashington)

MIGUEL HERNÁNDEZ (4) : YO – LA MADRE MÍA

«Madre: no quieras que me lleven de las costas, abre las ventanas en la noche, de la luna. Mira: ¡vienen por allí los claros del río!… Diles que me dejen aquí, al pie de este hilo, encima de estas sombras de higueras, de sol, tranquilas, concurridas de canónigos a lo viudo, panzudos de arrope, con los cuales se confiesan abejas, rumorosas, largamente. Madre, madre: te amo. Porque te dolí más que una muela cuando me pariste. Porque las veces que tenía ganas de oler, me ponías en cuclillas con un gesto tuyo, sólo sabido por tu ojo de aquel lado. Porque cuando venía el doctor a verme enfermo tomabas, dolorosa, a tu blancura izquierda el pulso…Pero que me dejen…¡Es tan bello el vino con luna, bebido a  medianoche de pechos sobre la sierra con rescoldos del mediodía! ¡Además! si me llevan no sabré que los ciegos no necesitan espejos porque, aunque no están con su imagen, valdría más hacerlos añicos a todos. Madre: que se callen, que se hagan evasivos todos por esos caminos de harina lacteada. Que no ahogen más navajas en mis ríos. Que me dejen, solo en las que cuelgo islas canarias de hierro en lluvia y cristal, aprender el arte de pescar estrellas; aunque nadie sepa que soy lunicultor. Madre: vuelvo grupas a la tierra oscura, de luces sin ventilación. Voy a coger el agua cerrada, no de llave, redonda de las cisternas. Llegaré a sus márgenes defendiéndome como pueda de la luz en filo. Por eso iré antes que cigarras raspen con lijas las horas… Madre, madre…¿me entiendes?».

(…)

Miguel Hérnández: «Yo- la madre mìa«.-(publicado en «El clamor de la verdad«, Orihuela, el 2 de octubre de 1932)

(1910-2010-el año en que se conmemora al poeta)

(Imágenes:-1.- foto Marlene Dumas.-The New York Times/ 2.-Casa Museo Miguel Hernández.-foto Pilar Girona.-Orihueladigital)

MIGUEL HERNÁNDEZ (3): EL PÁJARO ENAMORADO

«En el cañaveral del río que andaba como con zapatos de lana silenciosa por el campo más desamparado de criaturas y árboles, ahí mora, en el nido heredado de sus padres, el pájaro que más hondamente siente en su garganta y en su sangre la influencia de los plenilunios. Las noches de luna como novias pluviales y resplandecientes, se las pasa el pájaro con el pico y la voz desvelados, la lengua cubierta de corazón y el pecho temblándole como una lágrima plumífera. Los dulces peces del río aguzan sus branquias como orejas y escuchan ensimismados y devotos el cántico de amorosas llamas y plumas devuelto al aire por la superficie de resonancia del agua. Se queja el pájaro, se acongojan las cañas sobre las que levanta la monarquía triste de sus acentos; su pico esgrimido contra su pico, como anclado alrededor de su voz, sus alas cejijuntas, sus ojos alicaídos, sus patas empuñando desesperadamente el talle de las cañas. Las demás noches calla y sufre de amor, rabioso, va de un lado de la vía láctea al otro lado, de piedra en piedra, de pena en pena, de soledad en soledad. Necesita la hembra: se la exigen sus venas con el fervor ardiente del sol de agosto, con gritos de vino hirviendo, con herraduras transparentes de enardecidas. Le duelen como golpeadas con grupos de ortigas, el corazón y el sexo, los ojos se le intensifican de deseosos y expectantes. La hembra: la busca bajo los juncos, la requiere desde los aires, la sueña en la atmósfera de polen de palmera masculina de la luna. Y se desangra y fluye su corazón por la lengua y sus venas aumentan y abultan como con el castigo de un látigo cuando imperan los plenilunios.

En la lluvia de alambre de la jaula, a los dos días de ser sorprendido y secuestrado, cuando ya no veía de tanto cantar una noche, ha muerto el pájaro ante los ojos envidiosos del gato de su carcelero. Ni una sola vez ha prorrumpido en trinos dentro del reducido ámbito a la expansión de su vuelo que le marcaron. En los primeros momentos picó exasperado, se batió contra su cárcel; después inclinó la postura de la cabeza y sumergió el pico resignado en el pecho: así ha muerto. Pájaro fiel a su destino de pájaro, negándose a vivir fuera de las oceánicas libertades del cielo y la tierra, que le prometiera dos alas y un pico besable en su soledad de enamorado. Él no podía poner su voz al servicio de una casa, esclava de otra voluntad. Él cantaba, siempre, como cantamos, por enamorado y jamás por oficio. Fue un verdadero pájaro, anarquista de pluma, ruiseñor esquivo y exquisito.

Los canarios y jilgueros domésticos, traidores a su especie, comentan a grandes silbos burlones la muerte del ruiseñor y le llaman tonto».

Miguel Hernández: «El pájaro enamorado«.-Prosas.-(escrito entre 1934 y 1935)

(1910-2010.-el año en que se conmemora al poeta)

(Imágenes:-1,- Bird.- Robin Duttson– .2007.-TAG FineArts.-London.-artnet/ 2.-Abbas Kiarostami.-Meem Gallery.-Dubai.- United Arab Emirates.-artnet)

UNO DE ABRIL

«Cuando el sol va a estudiar viene en mi ayuda;

algo tiene hoy la luz interminable;

¡deja que el sol en tu silencio hable,

el sol que en primavera se desnuda!

Un viento casi escrito, una menuda

expectación de vida  irreparable

y esta visión melódica y probable

del aire, al fin, en primavera muda.

Todo empieza a vibrar en la distancia,

y hay un olor de tierra hacia la infancia,

hay tibiezas de miel y establo viejo;

ya es nuestro el corazón, la sangre gira,

y en el latir del cielo abril se mira

igual que una violeta en un espejo».

Luis Rosales: «De cómo vino alegremente la primavera» («Sonetos de abril«) («La estatua de sal» 1935-1939)


(Imágenes:-1 y 2.-Jasmina Danowski-.2008 y 2009 .-Sapnierman  Modern.-Nueva York.-artnet)

A UN POETA FUTURO

«No conozco a los hombres. Años llevo

De buscarles y huirles sin remedio.

¿No les comprendo? ¿O acaso les comprendo

Demasiado? Antes que en estas formas

Evidentes, de brusca carne y hueso,

Súbitamente rotas por un resorte débil

Si alguien apasionado les allega,

Muertos en la leyenda les comprendo

Mejor. Y regreso de ellos a los vivos,

Fortalecido amigo solitario,

Como quien va del manantial latente

Al río que sin pulso desemboca.

(…)

Cuando en días venideros, libre el hombre

Del mundo primitivo a que hemos vuelto

De tiniebla y de horror, lleve el destino

Tu mano hacia el volumen donde yazcan

Olvidados mis versos, y lo abras,

Yo sé que sentirás mi voz llegarte,

No de la letra vieja, mas del fondo

Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre

Que tú dominarás. Escúchame y comprende.

En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,

Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos

Tendrán razón al fin, y habré vivido».

Luis Cernuda: «A un poeta futuro» («Como quien espera el alba«)

(Imagen.-Eye of Portia Hume.-1930.-Imagen Cunningham.-artnet)