VIEJO MADRID (21) : IMÁGENES Y RECUERDOS

«Vámonos al mercado – nos dice Azorín -. Observémoslo todo con detención y orden. Lo primero son las alcamonias, es decir, el azafrán, la pimienta, el clavo, el tomillo salsero, los vivaces cominos, los ajos. Sin las alcamonias no se puede hacer nada. Tendremos tiernas carnes y frescas verduras. Pero no nos servirán de nada. Escribe prosa el literato, prosa correcta, prosa castiza, y no vale nada esa prosa sin las alcamonias de la gracia, la intuición feliz, la ironía, el desdén o el sarcasmo. Anexos a las especies aliñadoras están los elementales adminículos de la cocina. Puestecillos de tales artes hay también en los mercados. Tenemos aquí las trébedes, las espumaderas, las alcuzas, los aventadores, los fuelles.»

«En Madrid trabajan dos fábricas de viento, quiero decir de fuelles: una en la calle de Cuchilleros y otra en la Cava Baja. (…) Los pimientos y los tomates nos dan lo rojo. Los rábanos, el carmín. La col, lo blanco. La brecolera y las berenjenas, lo morado. La calabaza, lo amarillo. – sigue diciendo en su libro «Madrid» – (…)»

» ¿Y los gritos y arrebatos de los vendedores? El mercado francés es una congregación de silentes cartujos. Nadie chista. Las vociferaciones del mercado español nos llenan de confusión. Se apela con vehemencia al comprador. Se encarece exaltadamente la bondad de lo que se ofrece; pimientos, tomates o coles. Se defiende a gritos el precio, regateado por el comprador. La gritería llena la calle».

«La Plaza Mayor es austríaca – nos dice a su vez Corpus Barga en «El Sol» , en 1926 ( «Paseos por Madrid«) -. La de Oriente, borbónica. (…) Puerta Cerrada es de Galdós. La Puerta de Atocha es de Blasco Ibánez. La de Isabel ll es de Valle-Inclán. La de Cuatro Caminos, de Pío Baroja. Las Vistillas son de Azorín. Las plazas de las Descalzas y de los Carros son castellanas. La cabecera del Rastro es modernista. (…) Las plazas de Recoletos y el Prado son europeas. Las de los bulevares son provincianas».

«La población se va empobreciendo a medida que se aproxima al Rastro.- nos dice por su parte el gran RAMÓN – (…) Por medio de la calle van más carros que coches y pasan algunos burros ingenuos. Se encuentran más perros en libertad, perros de pieles apolilladas que rebuscan en el suelo, gachos y mohínos como colilleros. Van y vienen mozos de cuerda cargados, con miradas nubladas de bueyes cargados de piedras insoportables- nos sigue diciendo Ramón en «El Rastro«-. Algunos buhoneros de objetos nuevos, de espejos de luna confusa y mareada, de muñecas, de boquillas, de mil otras cosas insignificantes, venden en estas calles próximas, cuatro raras calles que de pronto se reunen en un trecho, medio calle, medio plaza, medio esquinazo, y brota el Rastro en larga vertiente, en desfiladero, con un frontis acerado y violento de luz y cielo, un cielo bajo, acostado,  concentrado, desgarrado, que se abisma en el fondo, allá abajo, como detrás de una empalizada sobre el abismo«.

Vienen y van así las plumas de los escritores sobre Madrid. Es un gozo escuchar sus voces tan distintas, sus prosas pisando las calzadas, subidas a las aceras, asomadas a tantos balcones para descubrir cada una de ellas por vez primera los secretos que encierra la ciudad, paisaje que siempre estará ahí, dejándose mirar por tan variadas pupilas.

(Imágenes:- 1.-mercado en la madrileña Plaza de San Miguel.-dibujante: Francisco Padilla Ortíz.-La Ilustración Española y Americana.-1881.-saber.es/2.- la calle de la caza.-dibujante Francisco Padilla Ortíz.-La Ilustración Española y Americana.-1881.-saber.es -/3.-El mercado de la Plaza de los Mostenses -dibujante Diaque.-grabador Arturo Carretero.-La Ilustración Española y Americana.-1880.-saber. es/ -4.-Plaza Mayor de Madrid.- venta de pavos el 2 de diciembre de 1906.-La Ilustración Española y Americana.-cervantesvirtual/ 5.-El Rastro.-dibujante Domingo Muñoz.-grabador Andrés Ovejero.-La Ilustración Española y Aemricana.-1898.-saber.es)

VIEJO MADRID (17) : CALLE DE LA MISERICORDIA

Me detengo en mis paseos madrileños en esta solitaria Plaza de las Descalzas, silenciosa, llena de recuerdos. “Ese bario de las Descalzas – escribe Baroja en una de sus novelas – era entonces, y es todavía, un islote tranquilo y desierto en medio de la animación de unas vías tan frecuentadas como la del Arenal y de la de Preciados. (…) En aquel tiempo, en la Plaza de las Descalzas, enfrente del Monte de Piedad primitivo había una fuente con una estatua de Venus, la antigua Mariblanca, trasladada allí, desde la Puerta del Sol, donde estuvo muchos años. (…) La plaza de las Descalzas era entonces más bonita que ahora, pues no tenía los edificios de ladrillos blancos y rojos del Monte de Piedad, que por su color, recuerdan los trajes de baño. Estaba también más animada. En la fuente de la Mariblanca había siempre aguadores tomando agua o sentados en sus cubas, y en el resto de la plaza se estacionaba un sinnúmero de carros, y los carreteros fornaban sus corrillos al aire libre”.

«La casa de la calle de la Misericordia, núm 2, esquina a Capellanesrecuerda a su vez Azorín en su libro «Madrid«- , era simpática. Hace años la derribaron. Vejo caserón, tenía amplio zaguán con escalera al fondo. En el piso primero vivía el capellán del convento paredaño. Desde las buhardas de la casa se veía el convento (…) Las estancias en la casa de Baroja eran amplias. La sala en que nos reuníamos los amigos del escritor estaba alhajada con sillones y sillas de guatapercha negra, un escritorio isabelino y una consola de la misma época. Formaban la familia de Baroja, don Serafín, doña Carmen, Carmencita y Ricardo. Doña Carmen, delgada, alta, limpia, silenciosa, iba y venía por la casa en trajín afanoso. Estaba atenta a todo. Don Serafín, ingeniero notable, tenía sus fugas hacia lo humorístico. Tañía también discretamente el violoncello. Se propuso una vez don Serafín estar solo, al menos un minuto, en la Puerta del Sol, y se dedicó a conseguirlo. La cosa era difícil. Porque en la animada plaza a toda hora hay gente. Aun a la madrugada transitan por ella trasnochadores rezagados, mozos de cafés que se cierran, aguardenteros y churreros que allí van a a colocar momentáneamente su tablero forrado de cinc, encima de un ligero caballete. Duró mucho tiempo la porfía de don Serafín, y al cabo pudo, por maravilla, ser el hombre único, el hombre que podía ufanarse de una cosa estupenda: haber estado solo, único transeúnte, en la Puerta del Sol».

Simón Díaz evoca a su vez esta casa de la calle de la Misericordia a la que Baroja alude en sus «Memorias» : comenta que allí residía la tía abuela de Baroja, doña Juana Nessi, –dice Simón – que le alojó cuando en 1893 regresó a Madrid para cursar el doctorado de Medicina. Después de su experiencia profesional durante dos años en Cestona, decidió regresar de nuevo para asumir la direción de la fábrica de pan establecida en el mismo edificio por el marido de doña Juana, D. Matías Lacasa, que introdujo en la capital el tipo de pan denominado Viena, que allí mismo vendían y que por este origen motivó que los establecimientos creados posteriormente para su reparto se denominasen «Viena Capellanes«.

Salgo despacio de esta Plaza, de estos recuerdos. Delante de este convento de las Descalzas se alzaban tablado y dosel para la proclamación de los reyes y la aclamación de los príncipes de Asturias. Detrás de todas estas fachadas sigue la Historia, sus vítores y sus silencios.

(Imágenes:-1.-Plaza de las Descalzas.-foto JJP/ 2.-manos de Pío Baroja.-foto El Mundo.-elmundo.es/3.-casa de la calle de la Misericordia donde vivió Pío Baroja.-foto JJP/4.-Monasterio de las Descalzas.-foto JJP)