CIUDAD EN EL ESPEJO (12)

“Se refiere, claro está, a Luisa Baldomero González, que parece le ha dado un ataque de los suyos y se encuentra al otro lado del pasillo. La han tenido que sentar con su vestido estampado de flores y ella ha entornado los ojos pensando en sus nietos. Es que acaso tuvo nietos Luisa Baldomero, podría alguno preguntarse. No, jamás los tuvo. Amamantó a muchos, fue una de esas antiguas amas de cría que ya casi no existen en España, entre santanderina y asturiana, de Caín, un pueblo cercano al divino Cares, río célebre de los Picos de Europa. Recibió de las montañas la potencia que la hicieron fuerte y brava, capaz para sacar adelante a muchas criaturas. Cree ella que tuvo nietos, sí es verdad que casó tres veces y que las tres enviudó, y que tuvo hijos, pero ninguno de los hijos le dio hijos propios, por tanto nietos no tiene, y sin embargo de sus pechos y de sus brazos se agrandaron vidas como recuerdos, y eso la ha obligado a sentarse, desvarió, piensa extrañamente en las montañas que la vieron correr siendo niña, los dos pueblos, Caín de arriba y Caín de abajo, nombres éstos del Génesis, ella no conoce el libro, nunca leyó nada, jamás se habría dicho Abel de arriba y Abel de abajo entre las nieblas y las nieves de los inviernos cántabros, tempestades que forman parte de su hogar, ha entornado los párpados, se ha abierto de piernas en el pasillo, sus gruesas piernas sembradas de varices, y el roble y el abedul, él haya, el fresno, el tilo y el acebo, selváticos bosques de los que Luisa Baldomero no sabe los nombres ni los distingue, sólo admiró extasiada su belleza, pasan ahora bajo los puntos irisados de sus cerrados ojos, y ha entreabierto la boca, no sale espuma, no es mujer de espumas rociando los labios Luisa Baldomero, torció los gruesos labios, está deformada y a pesar de ello apacible, no es histerismo, el médico lo dirá, aquí, aquí viene el médico.

 

 

El doctor Valdés ha dejado por un momento a Lucía, la tranquiliza sonriente, Ahora vuelvo, Lucía, espérame un momento. Los psiquiatras no deben correr, deben andar pausados. Sólo en momentos críticos, y éste no sabemos aún si lo será, los psiquiatras toman una decisión fulminante y hacen una seña en las vidas, la señal de mando que decide dividiendo o uniendo. Mientras tanto, los psiquiatras marchan por Madrid, por España, por el mundo, a su paso propio, sin correr, a veces y a pesar de la angustia de las existencias y de las transferencias de esas mismas angustias, hay psiquiatras que se escapan los fines de semana y huyen en moto por carreteras secundarias y abandonadas, disfrazados en sus cascos veloces, protegidos de todos los miedos gracias al poder alocado de la celeridad, sumidos en lo profundo del aire libre y empapados de naturaleza, la libertad es un don precioso, hay que conservarlo, hay que protegerlo aunque sea con un casco metálico, máscara de acero que oculta todos los rasgos del rostro, sus inquietudes, gozos, temores o fracasos.

Qué le pasa Luisa, qué le ocurre, pregunta inclinado Valdés ante el cuerpo sentado de Luisa Baldomero, La tumbamos, doctor, interroga la monja, a lo mejor está más cómoda tumbada. Las monjas no se atreven demasiado cuando está don Pedro, como ellas lo llaman, él es quien manda en el sanatorio y no otra persona, sólo cuando se encuentran solas las monjas, que son muchas las horas de la tarde y alguna de la noche en vigilia, horas de silencios y de charlas, ellas deciden. Qué, qué le pasa, Luisa, repite el doctor Valdés, inclinado sobre esa boca torcida pero mansa, la postura algo curvada, ojos cerrados, respiración tranquila.

Está entrando ahora por el portón del garaje del sanatorio del doctor Jiménez la ambulancia que llegó desde la Cruz Roja de Reina Victoria y trae el cuerpo vivo y en postura yacente de Ricardo Almeida García, vendadas las manos, vendado el ojo izquierdo, el derecho semidespierto, y fija la pupila en su obsesión. Su obsesión sigue siendo, no hay que asombrarse, ese caballero vestido de negro que él quiso acuchillar al fondo del cuadro de “Las Meninas”. Vamos, ánimo, le dice un enfermero, Dáme el brazo, muchacho, le dice quitando importancia, levántate ya. Pero no puede levantarlo de la camilla, él parece inerte, se hace inerte su cuerpo. Y si tiene algo roto por dentro, le pregunta un enfermero al otro, no sin tono de displicencia. No lo mueven, ni le hablan, lo sacan tal como está y como viene, horizontal, tienen cuidado de que no roce su cabeza con la puerta de la ambulancia, y lo llevan en andas, con cuidado pero con precisión y habilidad.

 

 

 

Es difícil expresar lo que ocurre en este momento en Madrid porque parece que no ocurriera nada. Pero si alguien tuviera que anudar los hilos y tejer el tapiz invisible de las circunstancias, se vería muy claro y en especial relieve, ese ojo derecho y abierto y aún sano que asciende horizontal mirándolo todo. Por qué estoy aquí, qué es esto, adónde me llevan, ojo que habla en el fondo de la cuenca de Ricardo Almeida Garcia, entrando en el sanatorio del doctor Jiménez. De vez en cuando, ese ojo, que a causa de las heridas le duele en el mismo instante en que pestañea, ve al fondo de cuanto mira la figura vestida de negro que le persigue siempre, o quizá es el otro el perseguido, esa figura en lo hondo de un espejo y de un cuadro y que tiene un nombre que Ricardo Almeida conoce muy bien, José Nieto, el Aposentador de la reina Mariana de Austria, esposa de Felipe lV. José Nieto, al que Velázquez pintó en la sala donde la familia del Rey estaba siendo pintada por el pintor, no ha conseguido escapar de dentro del ojo de este guía del Museo del Prado. Estudió y explicó muy bien Ricardo Almeida a los turistas, mientras se acercaba y se alejaba  del lienzo de “Las Meninas”, conforme tomaba las correspondientes distancias, tal como un buen torero suele hacer o como un cuidadoso artista lo compone, con ese esmero de las cosas que se hacen bien, que el Aposentador del Palacio, entonces, en aquel siglo XVlll español, tenía por encargos cuidar de que los barrenderos tuvieran muy limpia la casa y todos los muebles, recibiendo órdenes del llamado Contralor o Controlador para saber la cantidad de carbón y de leña que había que gastarse en las chimeneas de la Cámara y de la Mayordomía, Y fíjense bien, añadía el guía a quien le rodeaba, este hombre que ven aquí, José Nieto, maravillosamente pintado por Diego de Silva y Velázquez,  éste que parece irse y quedarse, este esbozo rotundo que se asoma y se esfuma, aposentaba, como el propio nombre de Aposentador indica, a las Personas Reales y a su séquito, y también era encargado de repartir ventanas en la casa de la “Panadería”, la que ustedes  sin duda habrán visto en la Plaza Mayor de Madrid desde cuyos balcones se contemplaban las fiestas públicas de la capital. Y acérquense más, solía aún decir Ricardo Almeida García, a españoles, italianos y franceses, Este hombre, José Nieto, también acomodaba a los Grandes, Títulos y Consejos, es decir, llevaba en cierto modo el protocolo en Palacio.”

José Julio Perlado

(continuará)

TODOS  LOS  DERECHOS  RESERVADOS

(Imágenes—1- Mark Rothko – 1968/ 2 – Howard Hogking)

CIUDAD EN EL ESPEJO (13)

“Van subiendo ahora, en el gran montacargabbs del sanatorio, la blanca camilla en la que sigue pensando en todo esto, e incluso sigue viéndolo y escuchándolo, Ricardo Almeida. Dónde lo ponemos, hermana, pregunta un enfermero a una monja. La monja no se impresiona por el recién llegado, abre una puerta, señala una habitación. No se interesa demasiado por qué le ha pasado exactamente, hay tantos casos diarios en este sanatorio, todas las monjas y los celadores están acostumbrados a llegadas e idas, incluso más acostumbrados a recepciones bruscas que a las altas que se dan a los pacientes. Póngalo aquí, dice la monja, y observa cómo el cuerpo del nuevo visitante es trasladado con cuidado, dejándolo suavemente resbalar desde la camilla hasta la primera cama vacía. Déme el papel, continúa la monja, y el camillero se lo enseña, ahí están los datos, nombres, apellidos y razones del caso, la monja lo lee, luego firma, se queda con la copia, y los camilleros se van.

No, no se puede bien contar qué pasa esta mañana en Madrid. Aparentemente es lo que se cuenta y cómo se cuenta, aparentemente es sólo esta entrada de un paciente, inexplicablemente herido y mutilado, es solamente esta conversación, más bien monologo reiterativo, que está teniendo lugar en un extremo del pasillo entre el doctor Valdés y el cuerpo doblado, blanco y curvado de Luisa Baldomero que sigue sin hablar, aparentemente son sólo esos ojos de cereza montados sobre una estructura de alambre, que así es de huesuda a Lucía Galán Galíndez, sentada ahora a esperar a Don Pedro en una salida blanca y que mira el reflejo de la vida en el cristal esmerilado. Pero hay cosas que no se pueden contar y que sin embargo vibran y viven y que han de contarse. A José Nieto, el Aposentador o Guarda- Camas de doña Mariana de Austria, que seis años estuvo como Aposentador de Palacio, cosa que sabe muy bien y no sólo lo sabe el guía  del Prado Ricardo Almeida, le llevaron a su casa, en 1651, diecisiete mujeres que pudieran servir como nodrizas posibles o amas de cría para las hijas de los Reyes de España : de entre ellas, ocho fueron destinadas a amamantar a la Infanta María Margarita, esa infantina fina y rubia, inmortalizada como figura central de “Las Meninas”. Si oyera esto Luisa Baldomero González, que lo oirá en su momento, le daría un vuelco el corazón. Lo oirá, no hay duda, porque se le escapará en cuanto pueda al propio Ricardo Almeida, y saltará no la leche, que no la tiene, sino la evocación en el pecho de Luisa Baldomero, que no conoció a Velázquez ni lo conocerá, que nunca oyó hablar del pintor. Todo su cuerpo, el cuerpo enorme de esta mujer, escapará de nuevo hasta Caín, hasta el pueblo de los Picos de Europa cuando allí fueron a buscarla hace sesenta años. Estuvo primero a Luisa Baldomero en un palacete de Santander, junto a la Bahía, cerca del Sardinero, los ojos y las manos y el pecho no mirando a la mar sino al infante que tenía que criar, como así harían tres siglos antes y en otro marco bien distinto, en el Alcázar de Madrid, ya incendiado, ya destruido, en el lugar que hoy ocupa el Palacio Real, amas de cría perdidas en la historia, pero cuyos nombres conoce incluso Ricardo Almeida, y explica bien, Once amas tuvo la Infanta Margarita, dirá ante el asombro de los turistas, Once amas de cría tuvo esta Infanta bellísima que ven aquí, l primera se llamaba a Manuela Laso, y sirvió  esta mujer algo más de dos meses, y la última fue Bernarda de Quevedo y Salcedo, una de las dos primeras admitidas al parto de la Reina Mariana de Austria.

 

 

Quédanse los turistas perplejos y pasmados de la sabiduría de este guía. Primero entre los libros de la Biblioteca Nacional, luego bajo la  triste y pobre lámpara de su cuarto, siempre en la pensión “Aurora” de la plaza de Olavide número seis en Madrid, Ricardo Almeida estudió y aprendió de memoria, tal y como si pudiera palpar y tocar a Velázquez, cuantos acontecimientos y sucesos rodeaban los cuadros del pintor sevillano, aunque su obsesión fuera José Nieto. Pero de repente le han dejado ahora solo, vendado y malherido en la blanca cama de este sanatorio. Sigue estando a veces en el apurado con la memoria, y los psiquiatras tardarán en leer las letras del recuerdo de los hombres enfermos, suele ser alfabeto cifrado que existe sólo en las pantallas de las mentes, en su interior, en su intimidad, y los médicos tienen que profundizar, tienen que esclarecer, han de esforzarse mucho, Lucía Galán Galíndez, con su cuerpo raquítico y su rostro ovalado y hermoso, acaba de levantarse ahora de su silla y como una sonámbula, va hasta el pequeño brote de fuente clara que se encuentra a la vuelta del pasillo, se inclina hacia el borde de ese aparato mecánico y oprime el botón, sale un leve chorlito de agua, salta en el aire y entra en la boca de esta muchacha. No se puede decir, porque sería desentrañar la vida, que ese ruido del agua, ese manar fluido, salta a su vez en la cabeza de a Ricardo Almeida. Mientras alguien bebe en el pasillo de este sanatorio alimentándose del líquido que genera una pequeña máquina, en las tibias entrañas del cerebro de este guía del Prado, en los pliegues de su obsesión y en sus rincones últimos, Ricardo Almeida Garcia recuerda un cuadro de Velázquez, un lienzo que él no pudo explicar nunca y que pudo ver únicamente como espectador en tantas reproducciones y litografías. El Aguador de Sevilla, llámase el cuadro, y está colgado en el Museo Wellington de Londres, y muestra el lienzo ese volumen del cántaro en primer plano y la fragilidad de la copa de cristal sostenida por las manos de un muchacho que se la está entregando en misterioso pacto al aguador anciano. Sigue bebiendo el chorro de agua Lucía Galán Galíndez, ve entre nieblas al aguador de Sevilla de Velázquez el guía del Prado, está corriendo el agua por todas las fuentes , las cisternas y los conductos de Madrid. La historia no puede explicarse siempre. Vamos, ya está bien, le está diciendo el doctor Valdés a Luisa Baldomero, que levanta un poco la cabeza sostenida por cuatro monjas: tiene los ojos aún nublados y el cuerpo entumecido. Vamos, arriba, le anima don  Pedro Martínez Valdés, luego la veo.

Ahora son casi las diez de la mañana en el sanatorio del doctor Jiménez. Jacinto Vergel, con sus gruesas gafas caladas, anda y anda incansable junto a a Regino Cruz Estébanez, ambos montañeros por el pasillo llano.

—Buscaré el veneno en casa de mi hermano — le está diciendo Regino Cruz a Jacinto Vergel mientras dan y dan vueltas interminables — Buscaré el veneno y me mataré. Ten por seguro que me mataré.”

José Julio Perlado

(Continuará)

TODOS  LOS  DERECHOS  RESERVADOS

(Imágenes —1- Rachel Davis-hartmanfineart)

VIAJES POR ESPAÑA (4) : EN EL «DIVINO» CARES

Cares.- 56gtt.-el río entrando en Cain

«Se ha hecho noche en Cordiñanes, provincia de León, al pie de los Picos de Europa. Al día siguiente amanece limpio, como pocas veces puede verse por aquí, en torno a la posada de Valdeón, a los Llaños y a Prada. «La encainada» no se agarró a las nubes», me comentan. «Encainada» le llaman a la niebla los pastores de Covadonga. Salimos hacia las nueve Cares abajo, pasando por el «Chorco de los Lobos«, la trampa para cazar lobos vivos construida antes de 1610. En Caín hacemos un alto: de este pueblo es la leyenda de los despeñados, aquellos cuatro hombres que murieron al enterrar un cadáver entre Caín de Arriba y Caín de Abajo. Ahora crujen las piedras sobre el agua, al cruzar el río. «No hace mucho pasó la riada.- me dicen – Se llevó todo: fíjese usted en los puentes y en los árboles». A mi lado marcha el hijo del «Cainejo«, aquel célebre Gregorio que subió el primero el Naranjo de Bulnes en 1904, con don Pedro Pidal. El hijo del «Cainejo» es hombre enjuto y austero: se llama

Cares..- ruta del Cares

Alfonso y tiene setenta y dos años.

-» ¿ Quiere usted un palo?»

– «¿Para qué? ¿Usted cree que necesitaré un palo para ir por el Cares

– «¡ Hombre, sí; yo creo que iría usted más seguro!»

El hijo del «Cainejo» va delante de mí, agachándose al pasar las galerías. De vez en cuando una gota cae sobre la nuca y resbala por el cuello.

– » Pues verá usted; había allí en lo alto del Naranjo, una cuerda colgada, que estuvo desde 1904 hasta el 16. Y un día mi padre se subió solo, harto ya de tanta epopeya, y recuperó la cuerda. Y se la entregó a don Pedro Pidal, y don Pedro se puso como loco. Le mandó presentarse en Covadonga y aquel día lo nombró guarda del Coto Real, porque aquello era Coto Real

El río Cares fluye a nuestro lado; a veces no deja oír las palabras el ruido del agua. El Cares pasa por la provincia de León y la de Asturias, es un río venerado; precisamente por aquí lo llaman «divino»: la ruta del «divino Cares« le dicen entre Caín y Camarmeña. El desfiladero se abre en tajos a cuchillo, cuestas verticales, gargantas y barrancadas. El sol corta en láminas picos y peñas. Andamos por la 

Cares.- 56hn.- un recodo del río Cares, junto al tunel que da acceso a Puente Poncebos.- picosdeuropa.net

Canal del Viesgo, queda atrás el Collado del Pando. El  hijo del «Cainejo» me enseña el puente de Trescámara y el de los Rebecos.

– «¿Ve usted allí ?.- me señala en la altura – ¿ve aquel repecho?»

Al otro lado del río cuelgan praderas y matorrales.

– «Allí tienen tierras gentes de Caín.»

– «¿Y por dónde suben?»

– «Por ahí – señala con el palo –  agarrándose a las piedras y sin mirar al río.- ¿Sabe usted? Aquí se dice: «por donde anda un rebeco es que hay camino».

Estas montañas asombran, Agrada contemplarlas. Pero «en lugar de saciarse con ellas – me dice – hay que acariciarlas». Algunos abusan de ellas y las montañas cobran su tributo. Una tradición señala que por aquí bajaron los moros cuando la Reconquista, y escaparon huyendo hacia Pandébano, Amuesa y Cosgaya.

Cares.- t6yyh.- rebeco en los Picos de Europa.- wikipedia

El sol cae ahora en las espalda de Culiembre, sobre un recodo del camino. Sentados en la hierba, la conversación marcha entre rebecos:

– «Ahora hay que subir hasta la Peña Santa si uno quiere verlos. Pero otras veces, es en el mismo Caín, en las praderías, donde asoman machos buenos, que ahora están escondidos, guardados por escuderos – los machetes jóvenes -, aquellos que les avisan en un instante. A veces se está sentado aquí, y de repente, en un segundo, se ve a uno que sale disparado y que se planta en la cumbre.

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La charla se deshoja entre dos espíritus: aquel del cazador y el del conservacionista. Hay que intentar respetar posiciones. El Macizo Occidental de los Picosme dicen – es mejor para el rebeco por ser más agreste y duro, y en cambio aquí, donde ahora estamos, frente al Macizo Central, hay más zona de pastos. En el Parque Nacional de Covadonga hay mayores machos. Cuando, por ejemplo, se va a Jou Santo, se ven machos grandes, ya que no se caza nunca. Es una Reserva Nacional – me explican -; lo que se mira es conservar a la vez la  caza, y por otro lado sacar aprovechamiento de esa caza misma. Es decir, cantidad y calidad. Y lo que interesaría más es conservar la calidad; quizá – me dicen – , disminuir el cupo de caza de lo bueno y aumentar lo del malo.

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Estamos ya cerca de Camarmeña, junto a Puente Poncebos; hemos dejado a un lado los Puertos de Ostón y de Ondón y cruzamos las curvas que trazan los Collados. Es mediodía. Sólo se oyen las botas y el palo sobre las piedras. A un lado y otro de las sombras, hacia el cielo, se yerguen los grandes Macizos. A la izquierda queda el actual Parque Nacional de Covadonga, la belleza de Asturias, esos enormes Picos del Macizo Occidental tras los cuales descansan plácidamente el lago Enol y el de la Ercina. Más allá de Puente Poncebos, el Cares sigue hasta Arenas de Cabrales. Después, doblando a la izquierda, camino ya de Cangas de Onís, nos detendremos en el Pozo de la Oración: singular nombre para contemplar las maravillas que ha hecho Dios al levantar la altura de las piedras entre tinieblas, esa belleza única, incomparable, la llamada de las láminas enormes de los Picos de Europa que se alzan sobre la palma de la mano de España en forma pétrea, sobrecogedora. Y por entre los Macizos, Dios deja a estas horas discurrir a los ríos y hace escapar huyendo a los rebecos para que no los descubran jamás.»

JJPerlado.-  «Viaje a los Picos de Europa»- 1981

Cares.- 5yyu.- rebecos.- avafescaceres-wordpress

(Imágenes:- 1.- el río Cares entrando en Caín/ 2.- ruta del Cares/ 3.- el río Cares junto al túnel que da acceso a Puente Poncebos.- picosdeuropa.net/ 4.- rebeco.- wikipedia/ 5.- desfiladero del Cares/ 6.- ruta del Cares/ 8.- rebeco)