EL CUADRO QUE SE ESCAPA

Estudié con él, con Eduardo Arroyo, en aquella Escuela de Periodismo de la calle de Zurbano de Madrid, y ahora, tras tantas exposiciones, me encuentro de nuevo con estas declaraciones suyas tan similares y tan diferentes a la vez a cuantas he oído a otros creadores:
«Lo más importante para un artista es la conquista desesperada del lenguaje pictórico. La relación con el cuadro es muy directa, como un combate: el cuadro es un ser vivo que se defiende de tí, que se escapa, que se escurre..(…) Yo no convivo con mis cuadros ni en mi casa ni en el estudio, pero cuando me encuentro con ellos – uno siempre se acaba encontrando con sus cuadros -, me doy cuenta de que, efectivamente, he cambiado mucho».

«Yo empiezo a las seis o siete de la mañana, muy pronto, y trabajo hasta las dos. Por la tarde trabajo, pero ya sentado. Yo tengo un trabajo de pie y un trabajo de mesa: los cuadros se hacen de pie y los dibujos y la escritura, sentado».

Su única compañera es la radio. «Todo el mundo pinta con música, pero yo no puedo. La música condiciona mucho más que la palabra».

Recuerdo entonces a quien he citado varias veces en Mi Siglo, el escritor y pintor chino Gao Xingjian que confesaba: «Cuando pinto, escucho siempre música. Y cuando me provoca una pulsión, muevo mi pincel y las imágenes aparecen solas. La música sigue también el movimiento de la tinta, dando a la pintura una especie de ritmo. Los procedimientos pictóricos como los puntos, las superficies, las líneas o los trazos del pincel cobran un sabor aún más intenso gracias a la música. ¿Por qué privarse? Este procedimiento de creación plástica le confiere una gama en la que abundan los sentimientos, y otorgan a la pintura su espiritualidad». («Reflexiones sobre la pintura».- Ediciones El Cobre).

Nada tiene que ver el trazo de Xingjian con el de Arroyo. Palabras y música acompañan a cada uno de los artistas. Todo es acompañamiento en el silencio de la creación. Y, para mí, el recuerdo de aquellos años con Eduardo Arroyo en las aulas de Periodismo cuando él no soñaba aún con dedicarse a la pintura.
(Imágenes: cuadros de Eduardo Arroyo).

PERIODISMO E INTERNET


«A la gente le encanta diagnosticar la muerte de los periódicos. Creo que es ridículo. Los medios tradicionales sólo tienen que darse cuenta de que el mundo de Internet no es un enemigo. Es más: es su tabla de salvación, siempre y cuando sepan adoptarlo con valentía». (Arianna Huffington, directora de un sitio web norteamericano, el «Huffington Post«).

«Si usted ama el periodismo, tiene que amar el tener más herramientas a su disposición y más interacción con su audiencia y la próxima desaparición de las tradicionales restricciones de tiempo y espacio. Nunca ha habido mejores tiempos para ser periodista». (Mark Briggs, autor de «Journalism 2.0.» y profesor de la Universidad de Seattle, actual subdirector adjunto para noticias interactivas del peródico «Tacoma News Tribune«).

«Los medios han de modificar la manera en que informan e incorporar nuevos métodos y tecnologías. Ésta ya es una buena razón para hacer mejor periodismo. Tienen que arriesgar e innovar. Incluso de un fracaso se aprenden lecciones. Para ser más competitivos, los medios tienen que ver lo que están haciendo sus audiencias en la red».( Dan Gillmor, director del Center for Citizen Media de la Universidad de Berkeley (California)).

(Quedan incorporadas estas opiniones al amplio caudal de reflexiones y consideraciones que tendrán hoy lugar en todas partes, con motivo del Día Mundial de Internet).

BABEL A LAS NUEVE DE LA NOCHE


Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche, cuando la sintonía del telediario me trae las primeras imágenes y escucho estas declaraciones de Rosa María Calaf, veterana corresponsal de Televisión Española en Asia: «En estas tres décadas se ha producido un deterioro del periodismo, sobre todo en televisión, ya que prima el impacto sobre lo que importa. Lo que más interesa ahora es la espectacularidad, que sirve para vender tragedias. Además, ha tenido lugar una auténtica revolución tecnológica, que ha propiciado cosas muy buenas, pero también que predomine la velocidad sobre los contenidos, aunque no se cuente nada. El principal riesgo de todo este proceso es que se construyen valores erróneos y, en el telediario, no se distingue entre los niños desnutridos de África y el contrato millonario de un futbolista. Como consecuencia, la gente se acostumbra a consumir sin pensar, lo que es muy grave porque se crea una sociedad descerebrada. Estamos creando una sociedad de consumidores, no de ciudadanos».

Sentado en Mi Siglo pienso en esa verdad sobre el periodismo actual: la primacía de la velocidad sobre los contenidos, algo que está transmitiendo no sólo la televisión sino cuantos instrumentos tecnológicos avanzan a velocidades múltiples, por ejemplo Internet, este milagro de la comunicación instantánea ante el que hay que preguntarse qué se comunica tan instantaneamente y qué contenidos y valores se transmiten cabalgando siempre sobre los lomos de la celeridad.

Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche y recuerdo que escribí no hace mucho que nuestra pupila ve los telediarios y no los mira, los mira y no los comprende. A la pupila le falta muchas veces la comprensión, ese ponerse en lugar del otro, no recibir tan sólo sino aprehender imágenes y sonidos que nos desvelan lo que ese otro lleva dentro. A ese otro, en directo y mientras cenamos, le están acribillando con los ojos vendados ante un pelotón de fusilamiento. Hace años escribí en un libro: Ese hombre, como todos los hombres, va a morir; va a morir por primera y última vez. No me acostumbro a ello. Me lo repito continuamente. Aunque fuera en diferido, los disparos siempre son definitivos porque esa vida es única e irrepetible y el cuerpo de la venda cae doblado sin poderse sustituir. El asombro, sin embargo, nos tienta en la pantalla con el siguiente anuncio de líneas aerodinámicas de un automóvil. Nos tienen necesariamente que tentar con la sorpresa porque la publicidad sabe que nos estábamos quedando adormecidos con tanta muerte. Se nos sacude entonces con los objetos deslumbrantes ya que al parecer los sujetos repetitivos y sangrantes – quizá sólo por ser repetitivos – nos provocan sopor. Entonces pasa y vuelve a pasar el objeto iluminado y musical desde todos los ángulos insólitos y se deja ver, mirar, admirar cuantas veces sea necesario hasta que lo consumamos en vida antes de que la muerte llegue. Cuando la muerte llega de nuevo – ese tanque, por ejemplo, que está aplastando al niño inocente – no sabemos si ello es realidad o ficción, tan maquillada aparece la realidad con su disfraz de afeites. Exclamamos entonces, ¡qué horror! Pero estamos en el segundo plato y continuamos masticando nuestra cena de horrores. La vida sigue. («Necesidad del asombro» en «El artículo literario y periodístico» (Eiunsa).

Después me levanto de Mi Siglo porque ha acabado ya Babel a las nueve de la noche, la apago y me voy a dormir.