EL SILENCIO ANTES DEL FRÍO

Como en «El silencio antes de Bach» – la película de Pere Portabella -, el silencio del frío del invierno parece que no hubiera existido nunca y el violonchelo del mar viene y va entre las arenas, con rumores de verano, como si el verano hubiese ocurrido siempre. Pero antes de este verano el frío estuvo entre nosotros y el frío volverá, y con él el trepidante ruido de las calles mezclado con el griterío de los partidos políticos, trufado con el eco de los circos mediáticos, a veces vociferante, a veces insultante. El silencio viaja por los túneles de nuestro vivir, las panzas de los violonchelos recogen la vibración de las cuerdas y la música – a la que muchas veces hacemos poco caso – nos recuerda que hay otra vida de melodías y silencios, el silencio antes de Bach, el silencio después de Bach, Bach mismo reposando en las cantatas que nos acompañan.

El silencio antes del frío del invierno es en estas noches un silencio alargado, iluminado por la luna, pacífico silencio de sueños. Vienen los violonchelos en soledades, bajan de las montañas, llegan al mar.

EL SILENCIO ANTES DE BACH

El silencio antes de Bach, después de Bach, en el órgano de Bach. La película de Pere Portabella nos lleva desde el vendedor de pianos hasta el violoncelista, desde el camionero hasta el carnicero, desde el librero hasta el mayordomo, nos conduce por los túneles del metro y nos deposita en estancias donde sólo se oye palpar las teclas de la música. «La música – decía Julien Green – dice frecuentemente lo que se debe decir porque dice lo que jamás la palabra ha podido expresar y a través del ruido maravilloso que hace atrae al silencio».
El silencio se alterna con el agua en esta película y el agua deja hundirse en ella la plenitud del piano mientras se deslizan sonatas de Mendelssohn. El silencio anticipa siempre, rodea y envuelve a cualquier creación. Sin el silencio no puede crearse y nosotros «soportamos en rigor el silencio aislado, nuestro propio silencio – recordaba Maeterlinck -; pero el silencio de muchos, el silencio multiplicado, y sobre todo el silencio de una muchedumbre, es un fardo sobrenatural cuyo peso inexplicable temen las almas más fuertes».
«La mayoría de los hombres -seguía diciendo Maeterlinck -no comprenden y no admiten el silencio más que dos o tres veces en la vida. No se atreven a acoger a ese huesped impenetrable sino en circunstancias solemnes. Acordaos del día en que os encontrásteis sin terror en vuestro primer silencio»
Luego el silencio nos sigue hablando, caminamos con él. Son confidencias que no contaremos jamás porque son diálogos íntimos.