DE RECUERDOS Y OLVIDOS

 


En estos días en que nos acercamos poco a poco al final del año — días de balances , propósitos, recuerdos y  olvidos—  también pueden colarse entre horas y horas algunas distracciones singulares. El escritor francés Georges Perec brindaba algunas en su libro “Pensar/ Clasificar”:
Por ejemplo, su repaso a la lista de récords en donde él anotaba:

“El señor David Maund posee  6.506 botellas en miniatura;  el  señor Robert Kaufman 7.495 clases de cigarros; el señor Ronald Rose hizo saltar un corcho de champaña a 31 metros;  el señor Isao Tsychiya rasuró a 233 personas en una hora, y el señor Walter Cavanagh posee 1. OO3  tarjetas de crédito válidas.”

 

 

Luego Perec citaba lo que el poeta e investigador Paul Braffort presentaba como relación entre olvido y recuerdo:

”El recuerdo — decía — es una enfermedad cuyo remedio es el olvido.

El recuerdo no sería recuerdo si no fuera olvido.

Lo que viene por el recuerdo se va por el olvido.

Los pequeños olvidos hacen los grandes recuerdos.

El recuerdo multiplica nuestras penas, el olvido nuestros placeres.

El recuerdo libera del olvido, pero ¿quién nos librará del recuerdo?

La felicidad  está en el olvido, no en el recuerdo.

Un poco de olvido nos aleja del recuerdo, mucho nos acerca.

El olvido reúne a los hombres, el recuerdo los separa.

El recuerdo nos engaña con mayor frecuencia que el olvido.”

 

 

( Imágenes— Calder- 1966/ 2- Twombly/ 3-Franz Kline)

SECRETOS DE LAS CAJAS

 


“Una caja de cartón que contiene fichas multicolores, tres cajas de madera torneada, una gran caja de cigarros ( sin cigarros, pero llena de objetos pequeños), una cajita de madera dorada; todas estas cajas y cajitas —además de numerosos utensilios no se sabe si útiles o inservibles  — tenía en su mesa de trabajo el escritor francés Georges Perec y él los enumera minuciosamente en su libro “Pensar/clasificar”.

Estamos rodeados de objetos. Además de las monedas, los sellos, los grabados y tantas cosas más, aparecen cajitas por doquier, cajitas que nos han regalado, que han contenido pequeños tesoros o nimiedades sin valor, pero que con su diseño, colorido o gracia  — también como mero recuerdo — han ocupado un puesto sobre muebles y mesas, al lado de las camas o en escritorios. Y allí han estado durante años. Cuando el dueño de la caja y de la casa desaparezca, entrará de puntillas en la habitación un hermano, una sobrina o un nieto y al ver la caja  su tentación  de curiosidad siempre será abrirla, “a ver qué guardaron aquí”, dirá como ante un misterio. Porque la caja cerrada es como si escondiera secretos o peculiaridades que muchas veces se convierten en total vacío.  Entonces, ¿ por  qué se ha conservado esa caja que sólo contiene vacío?

 

“Siempre me gustaron los pequeños cofres — comentaba la escritora argentina María Negroni —, los “secrétaires”, con o sin doble fondo, todo aquello que pueda cerrarse con llave, es decir, que sirva para esconder algo, para almacenar la insondable reserva de la ensoñación. Su marca principal es el cerrojo que, siendo, en sí mismo, un umbral, protege un reino interior, fabricado y custodiado sin pausa. Algo absoluto se preserva en estas maravillas de la ebanistería. Algo que siempre es más de lo que parece porque, en la noche del mueble, imaginar es más grande que vivir.  En estos objetos antiguos como moradas sensibles, se puede manipular el sueño hasta hacerle destilar su relato: eso que se esfuma, siempre, en cuanto es nombrado.”

 

 

(Imágenes—1-Lynne parques/ 2- calculadora colmar/ 3- Hans Holbein – 1528)