HABLAR Y CALLAR

«¿Es posible viajar un día para ver a un amigo, llegar y no hablar?» – se pregunta el historiador Peter Burke en «Hablar y callar» valorando el silencio -» Porque el motivo era ver al amigo, no hablar de uno u otro asunto«. Burke recuerda el libro «Portrais of «the Whiteman» del sociólogo- lingüista Keith Basso sobre el silencio de los apaches, tribu a la que no le gusta hablar mucho. Y evoca también que en la época de mayor éxito del dramaturgo Harold Pinter todos consideraban que, en su teatro, los silencios eran más importantes que las palabras. «Cuatrocientos versos – dice a su vez Steinerconcluyen la Alcestes de Eurípides, donde la heroína permanece de pie sin decir una sola palabra. La explicación técnica exige que sólo haya habido dos actores en el escenario. ¡De acuerdo! Pero ella no tenía que decir una sola palabra a su indigno marido al regresar de las tinieblas».

Prolongados, elocuentes silencios en Beckett, silencios en Pinter, silencios en cierta música moderna…

Maeterlinck decía que «usamos una gran parte de nuestra vida rebuscando los lugares en que no reina el silencio. Cuando dos o tres hombres se encuentran, no piensan sino en desterrar al invisible enemigo; porque ¿cuántas amistades ordinarias no tienen más base que el odio al silencio?». Entonces tendremos que volver a la referencia de Burke: a ese amigo que va en busca de su amigo para verlo solamente, no para hablar de nada. El silencio hilvanará todas nuestras conversaciones aparentemente desaparecidas, el eco de los eslabones de una amistad profunda. Estaremos entonces felizmente lejos de la polución de las pantallas, del tintineo de los móviles, del murmullo de los transistores. Los pasos del silencio nos irán poco a poco alejando de esa atmósfera certeramente dibujada por Steiner: «hablamos en exceso, con demasiada ligereza, volvemos público lo que es privado, convertimos en clichés de falsa certeza lo que era provisional, interino, y por consiguiente vivo en el hemisferio oscuro de la palabra. Vivimos en una cultura que es, de manera creciente, una gruta eólica del chismorreo; chismes que abarcan desde la teología y la política hasta una exhumación sin precedentes de las cuitas personales. ¿Y dónde está el silencio necesario para escuchar esta metamorfosis?«.

Vienen y van, mientras tanto, disueltas espumas de conversaciones que apenas rozan el silencio de la playa.

(Imágenes:-1.-Rodney Smith.-all-art-org/2.-costa de Normandía.- foto Fabrice Malzieu.-yelowkorner.com)

GRAFFITIS : LA HISTORIA DE LOS SIN HISTORIA

Estos hombres de las arrugas en las paredes, párpados cerrados en las fachadas, párpados abiertos sobre los muros, ojos hundidos y ojos despiertos, cabezas concentradas o inclinadas, llevan detrás la historia de los sin historia, graffitis perpetuos de los que alguna vez ya he hablado en Mi Siglo. Grabados de surco profundo, tachados de marginalidad, fugacidad, anonimato, precariedad y espontaneidad, han sido estudiados en universidades y tratados por especialistas que creen tener el don de leer la palabra en los muros, sorprender el giro de las frases inacabadas y atrapar el grito.

Roland Barthes decía que «lo que hace al graffiti no es, a decir verdad, ni la inscripción ni su mensaje: es el muro, el fondo, la mesa; a causa de que el fondo existe plenamente como un objeto que ya ha tenido una vida, la escritura se añade siempre como un suplemento enigmático«. He ahí, pues, el enigma, la sorpresa del trazo que no esperábamos, la invención sobre la realidad. Pasan ante los muros los automóviles y las vidas, escupen sus humos, sueltan el fogonazo de sus gases internos, juegan los chiquillos y hacen rebotar allí sus pelotas, también husmean en su esquina los perros, pero pasa igualmente la mano que transforma la ciudad tan conocida en una nueva ciudad imaginada.

«Nadie consulta sobre lo que se construye – razonaba uno de los «escritores» de graffitis en la ciudad inglesa de BristolMuchas veces caminas sin salir de decenas de construcciones grises. Nadie viene y dice «estamos construyendo, ¿les gusta? Aquí están los planos, hacemos una encuesta». Entonces , ¿por qué tengo que explicar lo que hago? Yo vivo en la ciudad, soy un ciudadano. Posiblemente a los ojos de la ciudad no sea tan importante, no tenga un estatus social tan elevado y todas esas cosas, pero vivo aquí y tengo tanto que decir como cualquier otra persona. Esto es por lo que salgo y pinto, porque quiero decir algo, y no quiero que me digan cuando puedo decirlo«.

Hombres pensativos, cabezas concentradas, diálogos y llamadas. Existieron graffitis a lo largo de muros de Historia que conmovieron al mundo. Registros inscritos en mármol, secretas anotaciones en cárceles, prisioneros que anotaron su paso con una desesperada inscripción. Garabatos solemnes bajo los frescos de Verona, clavos, llaves, monedas que sirvieron para hacer los graffitis en Siena. Hoy la historia de los sin historia toman los muros como cuaderno y dibujan allí signos y palabras.

(Imágenes:-1.-art crimes.-Irlanda.-Galway.-graffiti.org/2.-Mike.-Eslovaquia.-fotos en la ciudad de Cork/Corcaigh.-2004.-graffiti.org.-art crimes/3.-art crimes.-Irlanda.-Galway.-graffiti.org/4.-Mike.-Eslovaquia.-fotos en la ciudad de Cork/Corcaigh.-2004.-graffiti.org.-art crimes)

LA ISLA, EL SILENCIO, LAS PALABRAS (1)

Después de tantas palabras, de tantas citas y reflexiones, Mi Siglo cruza hoy en silencio bajo balcones extendidos,

se detiene ante bancos solitarios,

contempla el arco de las palmeras,

se adentra por jardines como selvas,

y al fin mira el mar.

El silencio de MI Siglo recorre esta isla sin decir palabra alguna, rodeado de insólitos contrastes. Asombrado ante la espuma que huye, admirado de tanta belleza.

(Imágenes.-Isla de la Palma.-Canarias.- 1.-balcones en la Avenida Marítima de  Santa Cruz de la Palma/ 2 , 3 y 4-: ejemplares de un jardín botánico en la Palma/5.- el mar cerca de la playa de los Cancajos, en el Atlántico -segunda quincena de julio 2010.-fotos JJP)

IMÁGENES Y PALABRAS (4) : LO QUE JUZGAN LOS OJOS

Otra de las preguntas que me formula el Dr. Alberto Sánchez León en esta entrevista publicada en la Universidad de Montevideo y que estoy resumiendo estos días en Mi Siglo es la siguiente:

Pregunta :-He de reconocer que me ha gustado el título» El Ojo y la palabra«, pues, a mi juicio, lo más relevante es el y. Tal vez la historia de las imágenes ha olvidado este y e interpreta la cuestión como la elección de una disyuntiva. Desde este punto de vista, y de acuerdo con su obra, ¿cómo ayudar a expandir esta maravillosa utopía?

Respuesta: -No creo que haya pensado demasiado a la hora de poner ese y en el titulo de «El ojo y la palabra«. Salió así porque creo que las dos cosas van unidas y no se puede elegir una u otra.

En cualquier caso, es un convencimiento. El ojo es, creo, lo último que queda del ser humano, el color de la pupila, el ojo entreabierto antes de partir, especialmente ese color, como digo, que encierra cada ojo. Se empobrecen los miembros, los músculos, los movimientos, también las palabras, al fin esas palabras van quedando en monosílabos e incluso reemplazadas por gestos. En el caso del ojo, cuando uno está a punto de abandonar la vida, y mucho antes también, en los meses o semanas anteriores, el ojo va quedándose quizá estático, perdido, sin fuerza de fijeza, pero, aunque palidezca algo, nunca abandonará su primitivo color. Pueden estar satisfechos los ( o las) que tengan un color de pupilas bonito, porque ese azul o ese color – el que sea- será lo ultimo que se cierre. Además, cuando se emplea la expresión ante el momento de la muerte, «Vamos a cerrarle los ojos«, se dice así, y no «vamos a cerrarle las palabras«, porque las palabras seguramente enmudecieron ya mucho antes.

Por otro lado, la palabra y el ojo van siempre de la mano. A través del ojo vemos el ejemplo que se nos da, y lo que le queda a un ser humano cuando permanece ya solo en la vida, con sus padres ya fallecidos, es el ejemplo de ellos, lo que VIO en la familia y en la vida, no tanto lo que le dijeron. Pocas personas guardan palabras muy numerosas y aleccionadoras de sus padres y educadores, pero en cambio sí se ha quedado en su retina aquello que vio con sus propios ojos, actitudes y ejemplos, buenos y malos, que indicaban coherencia o no coherencia respecto a las palabras que se pronunciaban a lo largo de su educación. Por tanto, el ojo que nos ve en los hijos o en los alumnos recoge más lecciones aún que las palabras. Ese ojo además es el que paseamos a través de la vida en general: viajes, acontecimientos, fluir incesante de palabras cotidianas, etc. Pienso a veces que las palabras se desgastan porque se usan mal y se abusa de sus contenidos, y el ejemplo de la política y los políticos en general en el mundo – con ese desfile de sucesos, líderes, elecciones, promesas, etc – hacen que uno devalúe la palabra escuchada. El ojo también juzga todo eso, pero, como siempre, es el ejemplo el que va viendo el ser humano, y aunque le llegue también el escepticismo ante lo que ve, es distinto al escepticismo o a la incredulidad ante tantas promesas de palabras.

(…) Por otro lado, en las familias, todas las casas están llenas de palabras desde el inicio del día a la noche, las madres especialmente se vuelcan en palabras hacia sus hijos y su formación, sencillamente porque, en principio, están más tiempo con ellos que sus padres. Pero creo que ese fluir de palabras tan necesario, incluso un hijo lo puede esquivar, harto ,en determinadas edades, de escuchar lo mismo: lo que es mucho más difícil que esquive es el ejemplo, a veces sin palabras: un ejemplo coherente y firme, en el que se pueden mirar los hijos como en un espejo. Después, naturalmente, ejerciendo su libertad, harán lo que quieran. Pero insisto en esta pequeña valoración porque creo que el mundo actual está sobrecargado o saturado de palabras, – además de las imágenes – y, como he dicho antes, hay un empobrecimiento de las palabras, muchas palabras se manipulan como mentiras, y el excelso valor de la palabra – hasta que uno «dé su palabra» a otro – se ha vaciado muchas veces de contenido.

La palabra, pues, tiene un cometido excepcional en el mundo de hoy. Gracias a las palabras pueden nacer los diálogos ( ahora, en este mundo globalizado) y no sólo con el ojo.
Pero se ve que hay muchos matices que considerar  Por tanto, el ojo y la palabra van unidos. Ese «y» que enlaza las dos cosas es importante para que vayan hermanadas, y con ambas cosas se configura la vida, aunque ahora parezca que sólo destaca el ojo, entregado a veces obsesivamente al mundo de la imagen.

(Imágenes:-1.-Georgia O ´Keeffe.-1922.-Whitney Museum.-artdaily.org/2.-Cosmos.-Takashi Murakami.-Wada Gagouu-co Gallery.-artnet/3.- Jasmina Danowski.-artnet/4.-Georgia O `Keeffe.-1927.-Whitney Museum.-artdaily.org)

IMÁGENES Y PALABRAS (3) : LA BELLEZA SALVARÁ AL MUNDO

En torno a la importancia de la belleza es otra de las preguntas que se me formulan en esta entrevista publicada por la Universidad de Montevideo y que estos días estoy resumiendo en Mi Siglo.

Pregunta:  Si, como usted afirma en El ojo y la palabra -me dice el Dr. Alberto Sánchez León -, la imagen de por sí es insuficiente, pero por otro lado parece que es hoy lo que predomina, entonces ¿es posible que sólo desde ella podamos recuperar el logos, esa racionalidad perdida? ¿No es esto, en definitiva, lo que afirma Dostoievski cuando afirma que la belleza salvará el mundo?

Respuesta: Empiezo por la alusión final sobre Dostoievski y su frase: «la belleza salvará al mundo«.

Indudablemente, eso ocurrirá siempre que se sepa contemplar la belleza y siempre que el ojo humano no se distorsione atraído por la fealdad. En estos momentos hay una invasión de fealdad en muchas partes, desde la ocupación «vanguardista» de ciertos museos intentando imponer muchas veces lo detestable como «arte», hasta el descenso escalonado del gusto en imágenes chabacanas de cine o de televisión. Es tan obvio que no hacen falta demasiados comentarios.

Entonces, creo que algo importante es educar al ojo en la belleza, no inclinarlo a  la fealdad. No es bello todo lo que el hombre hace durante el día y durante su vida. No es bella – hablando claramente – una defecación, aunque sea necesaria para la vida. Y sin embargo, defecaciones se han expuesto en los museos… Por tanto, hay que educar al ojo en la belleza. En mi artículo «Necesidad del asombro» hablo de recuperar ese asombro y esa sorpresa que tantos han perdido creyendo que ya lo han visto todo.

En mi caso particular, he de decir que hay imágenes sin palabras – sin necesidad de las palabras, imágenes solas, puras imágenes- que siempre me han asombrado y me han remontado a cuestiones profundas. Por ejemplo, las del mundo submarino. Siempre que veo las extensiones del fondo del mar (en fotografías, pero sobre todo en videos, películas, documentales, etc) «me asombra» esa creación. Precisamente porque está oculta y tan sólo pueden bajar a ella de vez en cuando aquellos seres humanos con escafandras que nos lo filman. Siempre pienso : ¿por qué Dios ha hecho esto que casi nadie ve? ¿Estas gamas de colores casi infinitos en las aletas de los peces, los movimientos rítmicos de las colas con su belleza inaudita, el encanto de las grutas por las que se cuelan toda clase de animales submarinos, el colorido de las hierbas flotantes, ese mundo inacabable?¿Quién ve esa belleza de modo continuo? Nadie. Los peces mismos no la contemplan sino que únicamente la viven, y el hombre en su superficie está ajeno a ella, excepto cuando se la presentan. Si pensamos la cantidad de kilómetros de belleza oculta al ojo del hombre que se extiende bajo los océanos inmensos, entonces nos podemos preguntar por la razón de todo ello, que no es una razón de utilidad (que lo es ), sino que hay algo más: la utilidad de los peces y cuanto ellos generan podría haber sido creada en una sola tonalidad y con una sola forma, ausente de variantes, y la utilidad hubiera permanecido lo mismo. Sin belleza habría permanecido esa  misma utilidad. Entonces, ¿para qué se ha añadido a la utilidad toda esta deslumbrante belleza?

Por tanto, ¿para qué la belleza del mundo submarino?  Confieso que cada vez que la veo – y recalco que sin palabras, aquí no me hacen falta las explicaciones de Cousteau,que, por otro lado, agradezco -, todo ese mundo me lleva a Dios, no me lleva al azar. Habrá gentes que les lleve al azar, y lo respeto. A mí no me lleva al azar. No me imagino al azar como causa de todo ello. (…) Si esto ocurre debajo de nosotros, sin que nadie lo esté viendo en estos momentos, mientras estoy contestando a esta pregunta, ha de haber alguna explicación a tanta belleza. Insisto en que aquí es pura imagen; no hay palabras. No se necesitan palabras. Por tanto, el ojo humano se sumerge en esa belleza casi irrepetible y naturalmente tiende a ella como ante un imán. No creo que ningún ojo humano pueda ver fealdad en ese espectáculo incesante del mundo submarino. (Lo mismo ante la gama de colores de los pájaros, ante las tonalidades del atardecer, etc).

La imagen, pues, sin palabras, también reina en el mundo. La Creación nos presenta diariamente su imagen nunca repetitiva y esa imagen nos ofrece como en un espejo la Creación. Por tanto, cuando digo en «El ojo y la palabra» que la imagen ha de ser completada por la palabra, creo que es cierto. Pero también hay imágenes sin palabras que nos remontan hacia arriba. Se me pregunta si sólo desde la imagen se puede recuperar el logos, la racionalidad perdida. Creo que sí. Siempre que ante la imagen mantenga uno el asombro y, a través de esa imagen, al otro lado de esa imagen, se plantee uno preguntas y busque cada cual su respuesta. Acabo de hacerlo ante la imagen del mundo submarino y podría hacerse con el mundo de la astronomía, por citar alguno más ¿Qué hay detrás de esas bellezas? (…)

Siempre que nos «asombremos» de las maravillas que nos rodean, esa imagen no se quedará encerrada en sí misma sino que nos hará atravesarla para llegar a una pregunta que está detrás. A través de la imagen llegaremos sin duda a esa nueva era de la palabra, a  que nos explique, en la medida en que se puede, el misterio del mundo. ¿Quién ha creado la Belleza? ¿Se ha creado a sí misma y por sí misma? También en «El ojo y la palabra«, incluí la referencia a Rilke: «Entonces, aproxímese a la Naturaleza» y este texto de San Agustín que puede ir unido a la frase de Dostoievski:
«Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar (acabo de hablar del mundo submarino), interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo…interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión («confessio»). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién la ha hecho sino la Suma Belleza («Pulcher»), no sujeto a cambio?».

(Imágenes:- 1.-Georgia O `Keeffe.-1963.-Georgia O `Keeffe Museum.-New York.-artdaily.org/2. Flower.-número 86.- 1997 -foto Amanda Means. -Gallery 339.-Philadelphia.-artnet/3.-Liu Wei.-2007.-ArtChina Gallery.- Hamburg.-artnet/4.-foto Michael Benson.-Telescopio espacial Hubble- The New York Times/5.- Colore e luce Danzante 01.-Mia Delcasino.-photographers gallery.-artnet)

LA BREVE VIDA DE UN PÁRRAFO

«Hay que aprovecharse de tener en casa a un Premio Nobel de Literatura.

Mi abuelo Dante es Premio Nobel de Literatura, vive con nosotros, y entra todas las tardes en el comedor. Lo hace despacio, a pasitos cortos, con sus ojos muy vivos y su barbita puntiaguda.

Mi hermana y yo le preguntamos:

          –  Dante, ¿qué has escrito hoy?

Se sienta delante de nosotros, ante la mesa camilla. Como todas las tardes le hemos puesto encima del tapete un vaso y una pequeña jarrita con agua.

Así estará más cómodo, pensamos.

         Dante  levanta los ojos.

         Nos mira.

          Tose.

          Saca del bolsillo de su chaqueta una hoja de papel.

        -«La breve vida del Párrafo«.-nos dice- Eso es lo que he escrito.

          Nos mira.

          Vuelve a toser.

          No se atreve.

         ¿Es verdad que no se atreve o es que es tímido?

         Tarda en decidirse.

          Y por fin comienza a leer:

                   «Yo quisiera que ya desde ahora –empieza Dante con su voz muy fina– estuviéramos todos muy atentos al Párrafo, al párrafo siguiente a éste, que vamos a leer enseguida. –Y hace una pausa– Porque me parece de una importancia primordial ese párrafo, y lo que en él va a decirse, y que juntos –vosotros y yo– vamos a ir am­pliando a cada paso y en su momento«.

          Se detiene, extiende su mano, toma el vaso y bebe un sorbo de agua.

          –¿Qué, qué te ha parecido este principio? –le pregunto a mi hermana Amenuhka.

          –Bien. Hasta ahora va bien –me dice mi hermana.

                   «Nos vamos a adentrar, pues, tal como hemos dicho –prosigue Dante después de haber bebido y haber­se secado los labios con una pequeña servilleta–, en este párrafo segundo. Pero no podemos ni debemos olvidar el anterior. ¿Y qué encontrábamos en el anterior? Una invitación a leer éste, que es lo que estamos haciendo. El impulso de este párrafo nos está llevando casi sin querer, como con velas desplegadas, hacia el párrafo tercero. No estamos aún en el párrafo tercero, seguimos en el segun­do; aún más: nos complacemos de estar en el segundo. Pero ya el párrafo tercero nos está llamando con sus sones misteriosos. ¿Qué nos irá a decir? Es la llamada de lo desconoci­do, de lo aún no leído. Todo lo no leído, como lo no escrito, es un enigma. Si el párrafo anterior nos empujaba a leer, éste nos proyecta sobre lo que va a seguir. A su vez –como nos sucede tantas veces en la vida– lo que sigue quedará proyectado e iluminado por lo que nos ha precedido«.

          Se detiene, extiende su mano hasta el vaso y bebe otro pequeño sorbo de agua.

          –Tiene sed Dante, ¿eh? –le murmuro a mi hermana–. Lo que ha escrito le está dando sed.

          –Sí, sí tiene sed –constata mi hermana Amenuhka.

          El escritor vuelve a secarse los labios con la pequeña servilleta.

                   «Y he aquí –sigue leyendo Danteque hemos llegado casi sin darnos cuenta al párrafo tercero. Nos encontra­mos, pues, en el centro de la cuestión. Equidistantes tanto del principio como del final. Ante eso no debemos tener miedo. Avancemos con precaución. Ahora es menester sobre todo no correr y paladear muy bien estas líneas que son el núcleo de todo lo que estamos diciendo. Nos ayudamos con alguna línea más –por ejemplo, con ésta que ahora estamos leyendo– para ir con más cuidado hacia adelante. ¿Y qué encontramos aquí? ¿Dónde nos hallamos? Al fin estamos tocando el centro del significa­do, el corazón del recorrido. Pero aún hay más. Una investigación no se detiene y un camino no es nada en sí mismo si no nos lleva hasta un final. Para ello el siguien­te párrafo va a ser vital. No titubeemos ante él. Demos con valentía ese paso necesario. Yo animo a todos vosotros, los que me habéis acompañado hasta aquí, a poner la atención en lo que sigue. Nos sentiremos atraídos –yo diría incluso que fascinados– por esta búsqueda«.

          Dante bebe otro sorbito más, se limpia los labios y prosigue ahora más seguro que nunca:

                   «Acabamos de decirnos a nosotros mismos que avancemos y así lo hemos hecho. Ya está cumplido. Espoleados y animados por todo lo anterior, notamos que ha merecido la pena llegar hasta aquí. Nuestros esfuerzos han sido recompensados. Tan sólo unas palabras más y habremos dado un paso de gigante, el paso decisivo«.

          Entonces el escritor levanta sus ojos y nos mira a mi hermana y a mí. Se le nota firme, exultante, a punto para rematar muy bien el texto que ha escrito. Lo hace sin mirar al papel.

                   «Y ésta ha sido la Breve Vida de un Párrafo.– concluye – Muchas gracias«.

          Le aplaudimos. Estamos en el comedor. Solamente somos dos personas, somos  sus nietos. Pero a los escritores les gusta que les aplaudan. Le aplaudimos varias, varias veces.

          –¿Qué, qué te ha parecido? –le pregunto a mi hermana mientras aplaude.

          –Un poco corto –contesta Amenuhka sin dejar de aplaudir.

          –Bueno, él ya lo ha advertido antes.- le  digo – Lo ha titulado la Breve Vida del Párrafo, no una vida larga.

          –Sí, pero a pesar de eso me ha parecido corto. Yo creo que para un Premio Nobel esto debería ser más largo.

          –A lo mejor no se ha atrevido. O no se le ha ocurrido nada más. Ya sabes cómo es Dante –le digo a mi hermana–. Yo creo que para lo que es él ya ha dicho bastante.

          –Sí –acepta Amenuhka no muy convencida–, quizás ha dicho bastante.

          Yo también creo que ha dicho bastante.

Mi abuelo Dante está emocionado. Se levanta de la silla, guarda su papel en el bolsillo. Nos agradece mucho los aplausos. Seguro que se va a escribir más cosas a su cuarto.

Como es un Premio Nobel nos inclinamos al dejarle pasar».

José Julio Perlado: (del libro «Nosotros, los Darnius«) (relato inédito)

ELOGIO DE LA PALABRA

«Aprended a hablar del pueblo; no del pueblo vano que congregáis en torno de vuestras palabras vacías – recordaba Joan Maragall -, sino del que se forma en la sencillez de la vida ante Dios solo. Aprended de marineros y pastores».

Cada vez que se devalúan los vocablos en las conversaciones, cada vez que las palabras son recortadas y sintetizadas en los mensajes de los móviles, cuando la palabra se sustituye por mímica y gesto olvidando su valor, cuando la palabra se prostituye, cuando pasa de voz en voz ignorando la hondura de la tradición, vuelvo a textos como éste de Maragall que sirven de gran recordatorio:

«Me acuerdo – dice – de una vez que en el Pirineo, a mediodía, avanzábamos perdidos por las altas soledades: en el encrespado mar de piedras de las cimas nos faltó toda dirección, y en vano, con ojo inquieto, interrogamos la muda inmensidad de las montañas. Sólo el viento cantaba sobre ellas con interminable grito. De pronto, envuelto en el gritar del viento oímos un son de esquilas; y nuestros ojos azorados, poco hechos a aquellas grandezas, tardaron mucho en descubrir una yeguada que abajo, en una rara verdor, pacía. Hacia allí nos encaminamos esperanzados hasta encontrar el pastor echado junto al puchero humeante que el zagal, en cuclillas, vigilaba atentamente. Pedimos camino al hombre, que era como de piedra; y él, volviendo los ojos en su rostro estático, alzó lentamente el brazo señalando vagamente un atajo, y movió los labios. En la atronadora marejada del viento, que ahogaba toda voz, sólo dos palabras, sobrenadaban que el pastor repetía con terquedad. «Aquella canal…», éstas eras sus palabras, y señalaba vagamente allá, hacia una altura. ¡Cuán bellas eran las dos palabras gravemente dichas entre el viento!, ¡qué llenas de sentido y poesía! La canal era el camino, la canal por donde bajan las aguas de las nieves derretidas. Y no era cualquiera, sino aquella canal que el hombre conocía bien entre todas por una fisonomía especial y propia que para él tenía. Era alguna cosa la canal, tenía una alma; era aquella canal. ¿Lo veis? Para mí esto es hablar».

«Aquella canal… – seguía diciendo Maragall -. Palabras que traían un canto en sus entrañas, porque nacieron en la rítmica palpitación del Universo. Sólo el pueblo inocente sabe decirlas y el poeta puede redecirlas con otra inocencia más intensa y mayor canto: con luz más reveladora. Porque el poeta es el hombre más inocente y más sabio de la Tierra».

Joan Maragall: «Elogio de la palabra»

(Imágenes:-1.-Everest.-Jeff DeCelles.-National Geografhic Photo/ 2.-camino en 1930.-Eudora Welty.-The New York Times)

MANOS QUE HABLAN

Aunque con los movimientos de las otras partes del cuerpo se suele acompañar el hablar, no hay sin embargo miembro que a todas las variedades del decir (que son infinitas) pueda acomodar sus actos sino las manos, que en cierto modo puede decirse que en verdad hablan.
¿Escribe esto sobre ese papel el médico napolitano Bartolomeo Maranta en 1575 o son las dos manos de Escher, las dos manos del dibujante y grabador holandés las que al unísono están copiando lo que dijo Maranta? Nunca lo sabremos. Las manos que escriben adquieren esos efectos ilusorios, esquemas geométricos basados en falsas perspectivas y las fechas y los tiempos se anotan cada una con un lápiz. Las manos hablan entrecruzándose y las manos de pronto se levantarán del papel y comenzarán a actuar.
Es el lenguaje de los gestos, la señal de los dedos indicando, ordenando, señalando, ayudando a comprender, a veces llevando el índice a los labios para representar el silencio. Hoy que ha muerto un actor en España el gesto en el arte escénico evoca a las manos que envuelven y entregan las palabras al patio de butacas. Los patios de butacas muchas veces son las calles con sus aceras de movimientos gestuales, discusiones, ruegos, opiniones, amenazas, la representación de las manos que intentan explicar lo que la fuerza de las palabras ya explicó, pero que ahora la flexión de los dedos y la concavidad de las palmas empuja y arroja al espectador que escucha.
Luego las manos se calmarán. Tomarán esta noche un papel y un lápiz y otra vez, cruzándose, volverán a escribir.

ESCUCHANDO A MOZART

Intentaba narrar la música con palabras.

Era media tarde, cerró las ventanas, se sentó en la butaca, cerró los ojos y comenzó a escuchar el Concierto para violín y orquesta nº 3 en sol mayor, K.216 de Mozart.

…Oía, sí, escuchaba ahora, después de tanto tiempo, aquel lento, tenue, espaciado Adagio de ternura después de tantos años, ahora sí volvía a escucharlo muy tenue y muy despacio otra vez, muy pausadamente… Escuchaba, sí, escuchaba el violín desde su cuarto con los ojos cerrados, le iba subiendo ahora, le iba poco a poco ascendiendo aquel lento y suave Adagio otra vez por todo el cuerpo, por todos los miembros, aquel Adagio de ternura por el corazón herido, pasando el violín lentamente sobre su corazón herido, llegando hasta él las cuerdas en sordina, las flautas, las flautas acompasadas, llegando hasta él el violín solitario entre nocturnas, maravillosas cantinelas bajo sus párpados, en los oídos, en los labios, tensado el violín con todo el arco de su columna vertebral, por las yemas de sus labios, por sus sienes, por el pelo, por el cerebro, llegando la ternura hasta tocar su cerebro, pasando su ternura la mano por el cerebro como le había pasado tantas veces la mano su madre en la niñez acariciándole muy despacio el pelo, acariciándole de niño los pensamientos…
…………………………………..
…Oía, sí, seguía escuchando ahora en aquel cuarto aquel gran Adagio de ternura tan lento y tan sereno, el paso de la mano de su madre por el pelo cuando le despedía para ir al colegio, los dedos, los dedos de su madre por las ondas, los violines, los besos, los besos de su madre en las mejillas, las flautas, las flautas acompasadas, aquella dulzura, aquella serenidad de los ojos de su madre mirándole en la puerta al despedirle, aquellos consejos de su madre tan suaves que los violines y las flautas acompañaban ahora, aquellos abrazos al atardecer, aquellos adioses, aquellos adioses de los veranos al anochecer, las noches, aquel gran Adagio de ternura cuando él despedía a sus hijos por las noches, los violines, los violines solitarios, los besos a los niños, aquel entrecerrar despacio la puerta del dormitorio y el apagar suavemente la luz para dar las buenas noches a sus hijos…
……………………………………..
…Y más tarde – ya anochecido- quiso volver otra vez a escuchar en aquel cuarto el lento, solitario y melancólico Larghetto del Concierto para piano y orquesta nº 27 en si bemol mayor de Mozart que ahora venía de nuevo hasta su butaca, aquel Larghetto de teclas blancas y de yemas sonoras y cálidas, la blanca claridad de los dedos y de las teclas a la vez, la potencia de los martillos, los vientos, los suspiros, el respirar, el aspirar, el suspirar de todos los violines al fondo de las montañas, los ríos, los cielos que él había visto durante los veranos, paisajes batidos por la lluvia, cortinas de lluvia punteadas ahora por teclas cristalinas, lunas redondas que iban pisando las yemas de los dedos sobre el piano, la intensidad, la brillantez, la sonoridad de las gotas de agua de las teclas que tocaba el solista y que ahora iba palpando Mozart, la simplicidad, la desnudez de aquel piano solitario doblado al fondo por unas flautas, doblado luego por los primeros violines que bajaban desde las montañas hasta su butaca.

EN UNA TAZA DE CAFÉ

Antesdeayer, que Claudio Magris presentó en Barcelona su nuevo libro, «Así que usted comprenderá», me acordaba del Café San Marcos de Trieste, ese café que aparece en «Microcosmos», la pequeña mesa de mármol con el pie de hierro colado, y encima de ella, entre Magris y yo, esa presión de la cerveza, o bien la taza de café, el aroma que asciende de la conversación. Tabucchi va a un viejo café de Forte dei Marmi, una ciudad costera cercana a Pisa, y allí escribe, como escribe Magris en Trieste, como escribían y corregían los franceses en el parisino «Les Deux-Magots». En todos los sitios, como en el de Lisboa que visitaba Pessoa o como en los de la Viena imperial de entreguerras, el café parece que está esperando el azúcar y la cucharilla pero únicamente espera que revuelvan un poco a las palabras, que las palabras se escriban en el cuaderno y que el cuaderno se lea o bien que las palabras dialoguen en voz alta con otras palabras que están en la mesa de al lado, y éstas a su vez dialoguen con otras y salgan todas paseando a la calle y a veces se exciten en la esquina, en alguna ocasión choquen sus nudillos y presenten las palmas de sus manos como si se retaran. El café llama a la conversación y a la confidencia y la taza es el pretexto para consumir el tiempo y arreglar el mundo, para vaciar la vida de uno en ese platillo que hay a veces con un cigarrillo y otras veces sólo sostiene al aire.
Pero de pronto viene el camarero a quitarnos todos esos pensamientos. No hay más remedio que levantarse.
-Así que usted comprenderá.-me dice Magris ya en la puerta.