LOS BRINDIS DE FIN DE AÑO

 

 

”Para brindar, los germanos usaban y usan descomunales jarras para trasegar su desbordante cerveza — cuenta María del Carmen Soler en sus “Banquetes de amor y muerte” —,  con gestos rituales entre los estudiantes universitarios, la mirada en la mirada, el codo que empina alzado más de lo usual entre nosotros, y él gaznate tragando sin parar  hasta que deje de beber el que empezó el “te lo ofrezco”.

En Rusia, se estrella contra el suelo la copa, al vaciarla tras los brindis, que eran muy numerosos en tiempos de los zares. Tostoi nos describe un banquete de 300 cubiertos, que se da en el Club Inglés, lugar de reunión y francachelas de los más ilustres personajes de San Petersburgo; principalmente oficiales, que asisten luciendo uniformes o de frac, y algunos incluso con pelucas empolvadas. Al servir los criados el enorme esturión, empezaron a la vez a destapar las botellas de champán y, al dar todos buena cuenta del pescado, comenzaron los brindis, que aquí son de carácter general, empezando siempre por el Emperador.

Se brinda puestos en pie y a los acordes de una orquesta que siempre empieza  por tonadas bélico- patrióticas que todos conocen. Los oficiales lagrimean sobre las burbujas del líquido, pero no es el champán el que les hace llorar, sino la evocación de su emperador ( que está a pocos metros, por lo demás). “Hurra” -gritan a una los trescientos comensales, que apuran la copa de un trago y enseguida la arrojan por encima de su hombro.

Los brindis con el dorado champán están asociados a la “belle époque”, en la eterna Francia y romántica, Rubén Darío evoca así a la Dama de las Camelias :

“Sorbías el champagne

en fino bacarrat…”

y su imagen va siempre asociada a una copa en alto. Bebiendo, disimulaba o calmaba sus accesos de tos.

En España esta bebida es la culminación de la fiesta. Su estampido inicia el máximo de jolgorio en las comilonas familiares y sus espumas y burbujas encantan a chicos y grandes, en las jubilosas celebraciones de Navidad y Año Nuevo.

Los brindis en los escenarios en que se desarrolla la alta política no tienen nada de espontáneos, aunque a veces lo parecen. En el opíparo y exótico banquete que el gobierno chino de Mao ofreció al Presidente de los Estados Unidos, Nixon, tras 18 años de hostilidad, desconfianza y miedos mutuos se brindó con corteses efusiones por una nueva “larga marcha” que lleve a la amistad y a la cooperación a ambos grandes pueblos. Cada palabra estaba calculada, y los temores eran tantos, que hasta se confiaba en parte en la bendición de esa visita por el Papa Pablo Vl desde Roma.

El pragmático Nixon advirtió, al salir de su país, que iba  a Pekín sin ilusiones, pero alzó su copa innumerables veces, recorriendo codo a codo con Chu-en- Lai la inmensa sala de fiestas del Gran Palacio del Pueblo en brindis protocolario.”

 

 

(Imágenes -1- Pamela K Crooks- hay gallerie girl – Londres/Joan Brossa- elpais)

DESPACHOS Y MÚSICA

Cuando leo que Daniel Baremboim decora de modo especial su camerino en la Staatsoper, en Berlín, y  tal como dice el relato periodístico, » él se reserva una gran butaca de cuero negro, reclinable con un dispositivo cuyo manejo lo entretiene a todas luces. Venga de la gran araña o del exterior, la luz del camerino tiene una cualidad dorada, como el brillo que reflejan las grandes fotos de Jerusalén en las paredes» El País«), me viene a la memoria cómo decoraba a su vez Stravinski su ambiente personal en cada sitio que ocupaba hasta lograr una evocación de intimidad, un reflejo cálido de su vida pasada. Como dejé escrito  hace ya algún tiempo, « Stravinski construye su propio ambiente esté donde esté: extrae de su maleta litografías, que coloca en lugar de las ilustraciones triviales de los hoteles; coloca en su mesita de noche – en sus tiempos de enfermedad – plumas, cartapacios de música, pinzas, secantes, un reloj de la época de los zares y la medalla de la Virgen que el compositor lleva al cuello desde su bautismo». («El artículo literario y periodístico«, págs 303-304) . Es decir, crea su atmósfera particular. Ahí compone y ahí se concentra.

No es sólo la música la que rodea a los despachos creadores. Es una vida de recuerdos, retazos que viajan con uno para obtener ese tono de confortable serenidad que, en el caso de Stravinski, le llevó a decir a sus ochenta y cinco años: «Simplemente quiero continuar tratando de hacer mejor aquello que he hecho siempre, y esto a pesar de que las estadísticas me digan que debo ir cada vez peor. Y quiero hacerlo en este mismo «Identikit«, tan ajetreado, pero que ha alcanzado tan larga vida. Tengo que rehacerme a mí mismo, dice el poema de Yeats«.

Tuve la fortuna de conocerle en Roma, el 13 de junio de 1964, sentado junto al compositor Malipiero y a Milhaud. En una butaca especial, en la misma fila, escuchaba la «Sinfonía de los Salmos» con todos nosotros el Papa Pablo Vl. Luego le ví salir hacia la calle con la flexibilidad de su mente pensando en inglés, alemán, italiano y francés, pero sobre todo en ruso, quizá con fragmentos de textos desperdigados en sus bolsillos: música compuesta en agendas, márgenes de periódico, dorsos de menú, programas, trozos de servilleta, que luego iría pegando a las páginas de su cuaderno convenientemente ordenado y numerado con lápices de colores, de tal modo que esa agenda personal de inspiración le sirviera creadoramente como un continuo collage.

(Imagen: Stravinski, retrato por Jacques-Emile.-image.guardian.con.uk)