En estos días de tráfico y tráfago de viajeros vuelve uno a leer a los excelentes escritores que transformaron con una sola mirada tantos universos y, atravesando con la imaginación la estación de Amberes, podemos oir perfectamente junto a nosotros el movimiento de la gran prosa que nos acompaña, las descripciones del alemán W.G. Sebald, del que en varias ocasiones he hablado en Mi Siglo:
«Probablemente por esa clase de ideas, que en Amberes, por decirlo así, surgían por sí solas, esa sala de espera, que hoy, como sé, sirve de cantina al personal, me pareció otro Nocturama, una superposición que, naturalmente, podría deberse también a que, precisamente cuando entré en la sala de espera, el sol se estaba hundiendo tras los tejados de la ciudad. No se había extinguido todavía por completo el resplandor de oro y plata de los gigantescos espejos semioscurecidos del muro que había frente a las ventanas cuando la sala se llenó de un crepúsculo de inframundo, en el que algunos viajeros se sentaban muy distantes, inmóviles y silenciosos. Como los animales del Nocturama, entre los que, llamativamente, había habido muchas razas enanas, diminutos fenecs, liebres saltadoras y hámsters, también aquellos viajeros me parecían de algún modo empequeñecidos, ya fuera por la insólita altura del techo de la sala, ya por la oscuridad que se iba haciendo más densa, y supongo que por eso me rozó el pensamiento, en sí absurdo, de que se trataba de los últimos miembros de un pueblo reducido, expulsado de su país o en extinción, y de que aquellos, por ser los únicos supervivientes, tenían la misma expresión apesadumbrada de los animales del zoo…». («Austerlitz«)
Siempre uniremos la estación de Amberes con la visión de Sebald. Siempre los escritores fijan con su sola mirada una imagen, para tantos inadvertida o desconocida, pero que quedará perdurable.
(Imágenes.- estación central de Amberes)







