MALRAUX Y MITERRAND : RECUERDOS

 

 

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El otro día me preguntaban por el Miterrand joven al que yo conocí  en París y no lo pensé en ese momento pero recordé después que mucho más interesante para mí fue observar el rostro de Malraux en el gran salón del Elíseo, en una de las solemnes conferencias de prensa que celebraba De Gaulle. Tenía entonces Malraux 67 años y hacía un año había publicado sus «Antimemorias«. En medio de la «revuelta de mayo del 68» él había dicho que la imaginación al poder no quería decir nada, porque no era la imaginación la que tomaba el poder, sino las fuerzas organizadas. El rostro de Malraux, al que yo veía asomar entre las sillas doradas de los ministros del General, era ya un rostro ajado en su expresión, un rostro fatigado de tanta acción anterior, de tantos hallazgos en el campo estético, pero detrás de aquel rostro había muchas aventuras vitales e intelectuales, mucha meditación y reflexión sobre el arte, muchas obras escritas. Mucho más interesante para mí era esa cabeza y figura de André Malraux que la de Miterrand, al que conocí el día del vacío de poder en Francia, en la última semana de aquel mayo parisino, en uno de los salones del hotel Lutetia. Aquel día contemplé un Miterrand combativo pero desorientado respecto a su contrincante político que había desaparecido de repente del escenario y sobre el que Miterrand ignoraba dónde estaba. Miterrand tenía entonces 52 años y no podía imaginar – aunque aspirara a ello – que trece años después sería Presidente de la República.

José Julio Perlado (del libro inédito «Relámpagos»)

(Imagen.- André Malraux.- 1968- foto Cartier Bresson)

ENTREVISTAS EN RADIO Y TELEVISIÓN

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«La televisión se presta a la polémica, a la confrontación, a la dramatización – recordaba el gran entrevistador Jean-Pierre Elkabbach – . Cada medio tiene su estilo, su decorado, su luz. En la radio existe una presencia casi física, pero es necesario que haya un contenido. Una persona habla con otra persona y las dos se dirigen a una tercera persona que es el oyente. En la radio hay un lado muy intimista, se mira derecho a los ojos, se habla en mangas de camisa. Por ejemplo, cuando entrevisté en la radio a Miterrand le pregunté si podía quitarme la chaqueta y desanudar mi corbata; él también lo hizo; no lo supo nadie. Fueron dos horas con el presidente, sin fotógrafos ni colaboradores, únicamente nos acompañaba un técnico.

En televisión se tiene tendencia, en cambio, a sustituir la imagen y el espectáculo por el contenido de la palabra. Pero en los momentos donde la televisión es verdadera, auténtica, y cuando ella pone en confrontación a las gentes, entonces es sublime. A veces me he sentido bloqueado, ya que si mi interlocutor no quiere responderme, ostensiblemente cambio de tema. Pero en la primera ocasión que puedo y cuando el personaje no espera ya mis palabras, vuelvo sobre la cuestión enfocándola desde otro punto de vista. Nunca la dejo. Y siempre pienso además: cuanto más corta sea la pregunta ella será más eficaz».

 

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Otro excelente entrevistador, Patrick Pesnot, recordaba que «la entrevista en televisión es más rica que en la radio puesto que muchas veces es la búsqueda de la emoción antes que de la información. Una voz que falla un poco en la radio lo pasa mal; mientras que un rostro que vacila, un silencio que se alarga, eso es formidable en la televisión. Y también unos ojos que rehuyen nuestra mirada. Pero es necesario olvidar todos los instrumentos y aparatos que hay detrás. Si esto ocurre, se consigue que sean muy auténticas las gentes a quienes preguntamos. Recuerdo una de mis mejores entrevistas: una mujer que iba a morir de cáncer. Ella lo sabía. Era un prodigio de vida, de calor, de fuerza, de humor. El día de la entrevista se maquilló cuidadosamente hasta transformarse en una mujer hermosa. Nunca se me olvidará».

 

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En el campo de la literatura, Bernard Pivot, el magnífico presentador de «Apostrophes», anotaba para la entrevista televisiva una serie de reglas: 1.- hacer preguntas cortas; 2-  considerar que cualquier respuesta, aunque sea decepcionante, es más importante que la pregunta; 3-  no olvidarse nunca de que también es el telespectador quien hace la pregunta y que también él escucha la respuesta. «Tengo una forma de ser, de escuchar, de hablar y de replicar que forma parte de mí , que ya existía antes de meterme en la televisión y que seguirá existiendo cuando la deje – añadía Pivot -. Mucha gente piensa que por el modo de hacer preguntas y conversar delante de las cámaras, el periodista debe comportarse de forma distinta a como lo haría cuando habla con alguien en su vida cotidiana. Yo, en cambio, no veo más que puntos  en común entre ambas situaciones, salvo que, obviamente, en la televisión el tiempo siempre se te echa encima y tienes que darte más prisa que si estuvieras en tu casa o en la calle, y que todas las palabras deben ser «útiles». Pero en el trajín de la conversación, ¿cómo  puede uno ser distinto a como es en su fuero interno? A menos que sea un actor fabuloso».

 

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(Imágenes.- 1- Jean -Pierre Elkabbach y Giles Bouleau  entrevisando a Putin- 2014/ 2.-  Alejandra Laviada/ 3.-Sipho Mabona– 2014/ 4.-Adolph Gottlieb -1962)